7/4/07

Reunidos en el nombre del Señor, por la Asamblea Comunitaria de la Parroquia de San Carlos Borromeo de Madrid


Declaración de la PARROQUIA DE SAN CARLOS BORROMEO reflexionada, comentada y aprobada en la Asamblea Comunitaria del Domingo 1 de Abril de 2007

La decisión tomada por el Arzobispado de Madrid de cerrar nuestra parroquia nos hace pensar que la entreverada esperanza de que el Papa actual diese signos de apertura y confirmase el caminar renovador de una iglesia posconciliar, se ha ido desvaneciendo. Ahí están las recientes alarmas teológicas de Roma contra Jon Sobrino y otras que se están produciendo en diversas partes de la Iglesia. Nuestra parroquia, (conocida como parroquia de los marginados) presidida por los curas Javier Baeza, Enrique de Castro, y Pepe Díaz, y constituida por una pléyade de personas muy diversas, es testigo de cómo han entrado en ella y encontrado condiciones para llamarla su casa, casa que les ha permitido hacer amistad y comunidad con otros, buscar y reafirmar el sentido de la vida y compaginar sus afanes y luchas humanas con la fe en Jesús de Nazaret. Algo, pues, más que un lugar de rutina para cumplir preceptiva y ordenadamente unos rituales religiosos.

No nos imaginamos a Jesús de Nazaret, que dice estar allí donde se reúnan dos o más en su nombre, dispersando y alejando de su lado, a un grupo, a una persona cualquiera, que buscara oírlo, conocerlo, estar con él y seguirlo. Lo suyo era la cercanía, la mezcla con la gente, la instintiva preferencia por quienes veía más débiles, caídos, excluidos o necesitados: publicanos, pecadores, prostitutas, extranjeros, etc.

A Jesús no se le veía reunido en lugares distinguidos, especialmente preparados, donde se le recibiera con pompa y reverencia. Improvisaba cualquier lugar. Había quienes, provenientes de clase o función social relevante, se le acercaban taimados, dispuestos a examinarle y tenderle una trampa. Eran los Sumos Sacerdotes, los Senadores seglares de familias aristócratas, los Letrados (saduceos y escribas).

Con ellos Jesús fue implacable en la denuncia de su orgullo e hipocresía, de su afán de figurar y dominar. Lo que menos les toleraba era sus abusos en nombre de la religión. Su sentencia de que “hay que destruir el templo” los exegetas la interpretan como que el templo, en cuanto tal, ya no es necesariamente el lugar del encuentro con Dios y menos cuando ese templo ha estado simbolizando a un Dios favorecedor de los privilegios de la casta sacerdotal y legitimador de impuestos y cargas para los campesinos: “Llega la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-23).

El pueblo por el contrario, desconocedor de la ley y menospreciado, lo escuchaba encantado, hacía correr su nombre de boca en boca.

Continuar leyendo la declaración completa en la web SanCarlosBorromeo.org

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