La elección de Obama anuncia un posible nuevo estilo de política
La histórica elección de Barack Obama tiene un profundo significado que va más allá de su color de piel o de su programa. Recordemos el tema central del discurso de Obama en la convención demócrata del 2004, el discurso que lanzó su carrera política: la unidad del país por encima de ideologías y partidos. Su afirmación de que no había división entre estados azules (demócratas) o estados rojos (republicanos), sino los Estados Unidos de América, caló profundamente en la conciencia de la gente. El proyecto unificador de Obama es la clave de su éxito. Intenta trascender las divisiones étnicas, de clase, de género, de edad, ideológicas y políticas sin por ello ignorarlas. Obama se formó en política con las ideas del sociólogo y activista comunitario Saul Alinsky, cuyo principio operativo era buscar la convergencia de intereses entre la gente para enfrentar los problemas comunes.
Para apreciar el carácter transformador de este proyecto hay que recordar que Estados Unidos y el mundo han vivido en la última década un periodo de extrema polarización ideológica y política, que ha transformado los conflictos, situación normal de toda sociedad, en batallas de exterminio del oponente. Esa fue la estrategia republicana para llegar al poder y sobre esa polarización se construyó la dominación de Bush, Cheney y los neoconservadores. El ataque terrorista del 11 de septiembre creó las condiciones para que esta visión de un mundo dividido entre incondicionales y enemigos se extendiera a la geopolítica mundial. Choque de civilizaciones, intolerancia moral y religiosa, unilateralismo internacional apoyado en la fuerza militar, descalificación de la oposición política como traidores a la patria, violación de los derechos humanos y desprecio de la opinión pública so pretexto de la seguridad nacional son rasgos relacionados de una misma forma de concebir la política.
Atrás quedaron las ilusiones de un mundo reconciliado que se albergaron por un tiempo tras el fin de la guerra fría, los ideales de una paz duradera, el proyecto de un destino común de la humanidad en la conservación del planeta y el respeto universal de los derechos humanos. Un viento de violencia, destrucción, cinismo y desesperanza se desató en EE. UU., so pretexto del terrorismo, y asoló el conjunto del mundo, dando alas a demagogos políticos y predicadores del viejo orden que aprovecharon la coyuntura para dar rienda suelta a los peores instintos que todos llevamos dentro cuando nos dejan. En ese contexto, en España vivimos una de las mayores metamorfosis políticas que se recuerdan, con un Aznar que, tras su reelección en el 2000, se olvidó del talante negociador y democrático que había caracterizado su primera legislatura, para poner en primer plano de su gobierno a legionarios y cruzados, jaleados desde las tribunas doctrinarias de algunos medios de comunicación. No fue casualidad, sino, como en EE. UU., una táctica política: polariza y vencerás. Y como en EE. UU., fue precisamente esa táctica lo que llevó al PP al fracaso a pesar de la buena marcha de la economía durante su gestión.
La elección de Obama parece anunciar la posibilidad de un nuevo estilo de política.
No solamente participativa, sino tolerante, respetuosa del adversario, renunciando a la descalificación y al escándalo como forma de acción. Tuvo la suerte de que enfrente tuvo uno de los políticos más limpios del panorama estadounidense, John McCain, que precisamente ganó la nominación por su predicamento entre los sectores republicanos moderados, hastiados de un Bush intransigente en la defensa de su incapacidad. McCain, por ejemplo, no usó en la campaña los vídeos del reverendo Wright, aunque sí lo hizo el Partido Republicano. Sarah Palin en cambio intentó en un principio denigrar y vituperar a Obama, pero la llamaron al orden porque en realidad su comportamiento dañó a su campaña. El discurso de concesión por parte de McCain fue un modelo de llamamiento democrático a la reconciliación, y recibió, por cierto, el abucheo de muchos seguidores. Y Obama respondió en el mismo tono. Esa regeneración de la política, esa superación de los antagonismos, no será retórica. Obama se prepara a nombrar a republicanos e independientes en su gabinete y practicar una política de mano tendida, tanto en política interna como externa.
En parte porque esa es su filosofía personal y política, pero sobre todo porque sabe que los enormes problemas con los que se enfrenta, en la economía, en la geopolítica, en la ecología, sólo pueden abordarse con un país unido y un mundo capaz de cooperar. Teniendo en cuenta el papel decisivo de EE. UU. en el mundo, ese cambio de rumbo ideológico, esa renuncia a la política de confrontación y exterminio, es tal vez el cambio más importante que representa la presidencia de Obama. No será una política débil. Que se prepare Bin Laden, porque Obama, a diferencia de Bush, no necesita su existencia para justificar una polarización que aborrece. Y por tanto lo encontrará y lo eliminará. Los distintos focos de tensión en el mundo pueden ir siendo desactivados mediante una negociación firme, buscando el compromiso. El fin del unilateralismo estadounidense debilita los intentos de unilateralismo, al que se apuntaron otros países. Y abre las vías a una cooperación internacional sin la cual la crisis actual, en la que viviremos durante años, podría convertirse en catástrofe mundial. Sería ingenuo pensar que Obama puede arreglar a corto plazo el caos en que nos encontramos.
Pero su elección crea las condiciones para poder tratar las raíces del problema. Lo que pide a su pueblo es confianza, trabajo y sacrificio. Tal vez podríamos seguirle en esa actitud en el resto del mundo. La desunión nos llevó al borde del abismo, mientras que la unión hace la fuerza. Y vamos a necesitar toda la fuerza de la humanidad para salir del atolladero en que nos metió un hatajo de políticos que la historia recordará por su incompetencia y su fanatismo. Obama ha desbrozado el camino de una nueva andadura donde nos podamos ir reencontrando sin odiarnos los unos a los otros.
Fuente: Periódico La Vanguardia
Manuel Castells en Wikipedia
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