1/3/08

Política emocional, por Manuel Castells

Una corriente creciente de investigaciones científicas provenientes de la neurociencia, de la psicología, de la ciencia cognitiva, de la lingüística y de la teoría de comunicación, están transformando la forma en como pensamos y entendemos la política. Utilizando como base común los descubrimientos del neurocientífico Antonio Damasio, trabajos como los de George Lakoff, Drew Westen, Robert Entman o, en España, los del equipo de “el cervell recuperat” de la Universitat Autònoma de Barcelona, han puesto en cuestión la visión racionalista de la política. Ya en el 2002 la concesión del premio Nobel de Economía al científico cognitivo Kahneman puso de relieve el papel central de la emoción en el proceso de decisión económica.

Pero no es que la emoción se oponga a la razón. Al contrario, la fundamenta. Usamos nuestros mecanismos mentales de anticipación para conseguir lo que la emoción nos sugiere y que percibimos mediante los sentimientos. Es racional hacer lo que me gusta. O sea, lo que mi cerebro y cuerpo (una misma entidad) deciden hacer en función de su interacción con el entorno y a partir de los mapas mentales biológicamente inscritos en mis redes neuronales a partir de mi experiencia y de la de mis antepasados.

Hoy sabemos que los ciudadanos actúan o votan a partir de lo que sienten y de lo que piensan en función de ese sentimiento, más que en función de una racionalidad abstracta. No es simplemente un problema de percepción. Es más profundo. Porque pensamos en metáforas, que no están en el lenguaje, sino en el cerebro, aunque se acceda a ellas mediante el lenguaje, mediante imágenes. Las metáforas son asociaciones neuronales que se activan en redes por haber sido conectadas en la práctica del cerebro a partir de un entorno cultural determinado. Como la asociación entre la palabra terror y el sentimiento de miedo que llama al deseo de protección. Las metáforas enmarcan la forma en que la gente recibe los mensajes. Hay metáforas para todo y todos tenemos metáforas de diversa índole. Cómo y de qué manera los políticos activan unas metáforas y otras es lo que gana las elecciones.

Claro que en los mecanismos de percepción está también la historia de lo que yo y mi entorno votamos antes y lo que pasó después. La teoría del actor racional según la cual votamos en función de nuestros intereses medibles y calculables, es científicamente errónea. Nadie compara modelos estadísticos de política económica para decidirse. La gente registra mensajes y los compara con su experiencia y se cree más o menos a los políticos en función de esa experiencia y de la imagen proyectada. Aún más en un contexto de escepticismo sobre los políticos, aunque no de la política. Como la gente no se cree lo que dicen los políticos en general, la credibilidad se mide por lo que transmiten los líderes en momentos de decisión. Y las percepciones negativas son cinco veces más influyentes que las positivas.

Por eso la estrategia es deslegitimar al adversario, asociándolo a escándalos, traición, o intenciones ocultas. En último término se trata de activar metáforas amables para lo que yo propongo y negativas para la oposición.

Si hablan de terror, yo hablo de paz. Si hablan de unidad de la patria, yo hablo de la patria de todos. Si hablan de inmigrantes ilegales (delincuentes), yo hablo de trabajadores inmigrados (necesarios).

Y todo esto en imágenes, en música, en tranquilidad frente a la crispación. No es manipulación, sino crear las condiciones de comunicación para que la gente elija entre mensajes que resuenan mejor con sus emociones. Porque si yo digo paz y diálogo y hay quien quiere pena de muerte para los terroristas, mi mensaje no va a desactivar su conexión entre terror, miedo y castigo. Pero puedo conectar con quien anhele la paz. Si el país es autoritario, hay poco que hacer. Pero si, como ocurre, la gente es ambivalente, reforzaré su empatía con mis valores (por ejemplo, la paz, la España plural, la integración de los inmigrantes). En general, la derecha usa mejor la política emocional porque la izquierda sigue pensando en que si se explican las cosas, la gente entiende que ese es su interés. Si así fuera, en términos económicos, los trabajadores no hubieran votado casi siempre por el capitalismo. Pero es que además del capital hay muchas otras cosas en la vida. Por eso la izquierda gana hablando de solidaridad y de justicia social, no de lucha de clases que da mucho miedo aunque exista. Proyecto positivo.

Asimismo, el nacionalismo incluyente y dialogante gana frente a la proclama separatista (separarse es siempre traumático). El uso consciente de los instrumentos científicos de la comunicación es muy incipiente en España, porque se confunde con la publicidad. Pero sin saber comunicar no se pueden ganar batallas políticas, aunque se tenga razón en los contenidos.

Por eso los debates políticos son importantes. Aunque lo más importante es no hacer errores (activar circuitos negativos) y emocionar, más que explicar demasiadas cosas. Hay que entusiasmar más que convencer. No sabemos qué pasó en el primer debate porque aunque Zapatero ganó según los sondeos, esa no es la manera de medir el efecto de un debate. Hay que saber cómo iba a votar la gente y cómo vota después de ver el debate y esa encuesta no se ha publicado. Para el próximo debate puedo darles un consejo a cada uno de los contrincantes. Al presidente del Gobierno que abandone cartones primitivos de estadísticas incomprensibles. Podría presentar un power point con animación en color. O usar su capacidad pedagógica verbal. Al líder de la oposición, que no lea su discurso. Le quita espontaneidad y credibilidad a su presunta indignación con los desafueros socialistas. Hable tranquilo y de memoria, utilizando su natural afable para que no pensemos que lee lo que le dicta Aznar. O sea, hablen de corazón a corazón sobre qué quieren hacer. Para el resto ya tenemos economistas y ordenadores.


Fuente: La Vanguardia

Más información de Manuel Castells en Wikipedia

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