29/5/07

Espiritualidad ecológica. Nueva relación sinergética con la Tierra, por Leonardo Boff


La marca registrada de la Iglesia de la liberación, y de su correspondiente reflexión, consiste en la opción preferencial por los pobres, contra la pobreza y en favor de la vida. En los últimos años empezó a percibirse que la misma lógica que explota a las personas, a otros países y a la naturaleza, explota también a la Tierra como un todo, a causa del consumo y de la acumulación a nivel planetario. De ahí la urgencia de incluir en la opción por los pobres al gran pobre que es la Tierra. Hoy lo más importante no es la opción por el desarrollo –ni aunque fuera sostenible–, ni por los ecosistemas en sí, sino por la Tierra. Ella es la condición previa para cualquier otra realidad. Hay que salvar la Tierra.

El informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que involucró a 2500 científicos de 130 países, reveló dos datos aterradores. Primero, que el calentamiento planetario es irreversible y que ya estamos dentro de él; la Tierra está buscando un nuevo equilibrio. Segundo, que el calentamiento es un fenómeno natural, pero que se aceleró enormemente después de la revolución industrial debido a las actividades humanas, hasta el punto de que la Tierra ya no consigue autorregularse.

Según James Lovelock, en La venganza de Gaia (2007), anualmente se lanzan a la atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, que, condensadas, equivaldrían a una montaña de un kilómetro y medio de altura con una base de 19 kilómetros de extensión. Es la causa del efecto invernadero que, según el Grupo, puede elevar todavía la temperatura planetaria en este siglo entre 1,8 y 6,4 grados centígrados. Con las medidas que tal vez se lleguen a tomar, es posible que el aumento se quede en 3 grados, pero no menos de eso. Las consecuencias serán incontrolables: los océanos subirán de 18 a 59 cm., inundando ciudades costeras como Rio de Janeiro; habrá una devastación fantástica de la biodiversidad y millones de personas correrán peligro de desaparecer.

Jacques Chirac, presidente de Francia, a la vista de estos datos ha dicho con acierto: «Ha llegado la hora de una revolución en el verdadero sentido de la palabra: una revolución de las conciencias, de la economía y de la acción política». Efectivamente, como no podemos detener la marcha del calentamiento, podemos por lo menos desacelerarlo mediante dos estrategias básicas: adaptarnos a los cambios -quien no lo haga, correrá el peligro de morir-; disminuir las consecuencias letales, permitiendo la supervivencia para Gaia, para los organismos vivos, y, especialmente, para los humanos.

A las tres famosas erres (reducir, reutilizar y reciclar) hay que añadir una cuarta: rearborizar todo el planeta, ya que son las plantas quienes capturan el dióxido de carbono y reducen considerablemente el calentamiento global.

Esta cuarta erre es fundamental para la conservación de la Amazonia. Sus selvas húmedas son las grandes reguladoras del clima terrestre. El desafío es cómo combinar el desarrollo con el mantenimiento de la selva en pie. No podemos deforestar al nivel en que lo estábamos haciendo. Pero no somos ni de lejos los campeones de la deforestación, como recientemente ha revelado E.E. Moraes en su libro Cuando el Amazonas desembocaba en el Pacífico (2007): África mantiene sólo el 7,8% de su cobertura forestal, Asia el 5,6%, América Central el 9,7%, y Europa, que es la que más nos acusa, apenas el 0,3%. Brasil aún conserva el 69,4% de sus selvas primitivas y el 80% de la selva amazónica. Esto no disculpa nuestros niveles de deforestación ni es motivo de orgullo, es un desafío a nuestra responsabilidad mundial para el bien del clima en todo el Planeta.

VUELTA A LA CASA COMÚN: MARCO PARA UNA ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA

Los datos expuestos nos hacen ver que el momento de la civilización actual presenta distorsiones y anomalías graves que deben ser diagnosticadas y curadas con urgencia si queremos sobrevivir.

Hay quien habla de la crisis señalando en ella un doble aspecto: el estructural y el terminal. Estructural, porque afecta a la totalidad y terminal porque no parece que el sistema disponga ya de mecanismos internos para restañar sus contradicciones y superarlas.

La alarma, pues, la tenemos encima: está amenazado el patrimonio común de la vida, crece la pobreza, se degrada el ambiente, progresa el desempleo estructural, nunca hemos tenido tanta riqueza, pero nunca la hemos tenido tan pésimamente distribuida, la sociedad se dualiza en ricos cada vez más ricos y en pobres cada vez más pobres, podemos dañar gravemente la biosfera y destruir las condiciones de vida de los seres humanos. La Tierra es como un corazón. Gravemente lesionado, el resto de los organismos vitales se verán afectados, los climas, las aguas potables, la química de los suelos, los microorganismos, las sociedades humanas. La sustentabilidad del planeta, tejida por millones de años de trabajo cósmico, puede verse desbaratada.

RAZONES PARA UN CAMBIO DE MODELO DE ESPIRITUALIDAD

Afortunadamente, está surgiendo la conciencia de que nosotros no podemos seguir actuando con la mentalidad que hasta ahora hemos poseído. Nuestra visión cartesiana-newtoniana de la naturaleza nos ha hecho dualistas, en el sentido de contraponer el hombre a la tierra. Nosotros estaríamos sobre la tierra y contra la tierra, como seres extraños y hostiles, mirándola como un conjunto de recursos y materias primas que se pueden explotar indefinidamente.

En este sentido, se nos han venido abajo dos ilusiones, la de creer que la Tierra es inagotable y la de que nuestro pogreso hacia el futuro es ilimitado. Llevamos así 400 años y el modelo ha hecho quiebra. El objetivo que perseguíamos se ha vuelto contra nosotros: de dominadores hemos pasado a ser dominados.

Sencillamente, estamos descubriendo que, por delante, por encima y por más abajo de todos los hallazgos y laberintos tecnológicos, se halla nuestra casa perdida, nuestro común hogar olvidado: la Tierra, la Comunidad Humana y Cósmica. Ya no admitimos que la Tierra sea una simple reserva físico-química de materias primas. Es un organismo extremadamente complejo y dinámico. Es la gran Madre que nos nutre y transporta. El destino común exige un cambio de rumbo.

CAUSAS, DE TIPO RELIGIOSO, DE LA CRISIS

Pero, para acertar en este cambio, debemos preguntarnos cómo ha sido posible que hayamos llegado a esta situación de guerra entre el ser humano y la naturaleza. Ha habido unas causas. Y, si no damos con las causas, difícilmente podemos dar con el remedio.

Quiero fijarme principalmente en la incidencia que la religión cristiana ha ejercido en esta crisis.

En la tradición cristiana podemos descubrir dos orientaciones: una integradora y otra desintegradora.

La primera es la que, partiendo de que Dios es el Creador y el Bienhechor, no puede haber creado algo hostil a la vida y a los sistemas vitales. La revelación de Dios es positiva y benéfica, profundamente integradora del ser humano con la naturaleza.

La segunda es la que le atribuye una buena responsabilidad en todo este proceso de distorsión, al haber propiciado la secularización, la falta de veneración a la Tierra y el resurgir del proyecto de la tecnocracia.

Señalo algunos puntos de esta tradición cristiana de carácter antiecológico.

Patriarcalismo: El patriarcalismo se caracteriza porque ensalza los valores masculinos y hace que ocupen los principales espacios sociales, en tanto que las características femeninas quedan marginadas. Dios mismo es presentado como Padre y Señor absoluto. Se da aquí, indudablemente, un reduccionismo que afecta al equilibrio de los sexos y que condiciona una ruptura de la ecología religiosa con la social.

Monoteísmo: Existen razones más que suficientes para sustentar el monoteísmo, pero tal como se formuló psicológica y políticamente supuso una lucha incansable contra el politeísmo de cualquier signo, negando en él cualquier momento de verdad.

La radicalización del monoteísmo desacralizó el mundo, contraponiéndolo y distinguiéndolo de Dios, separó excesivamente al mundo de Dios, no supo discernir las energías divinas en el universo y especialmente en el ser humano.

Políticamente se lo invocó para justificar el autoritarismo y la centralización del poder: un solo Señor en el cielo, un solo Señor en la tierra, un solo jefe religioso, una sola cabeza ordenadora de la familia.

Esta visión destruyó el diálogo, la equidad y la comunidad universal que supone el ser todos hijos e hijas de Dios. Se afirmó que únicamente el ser humano ha asumido la representación de Dios en la creación, sólo él es prolongador del acto creador de Dios. Se relegó al olvido a la gran comunidad cósmica, portadora del Misterio y por ello reveladora de la Divinidad.

Antropocentrismo: El texto bíblico de “sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo....” (Gn 1, 28) es una invitación a la demografía ilimitada y al dominio de la tierra ilimitado. Otros textos (Gn 9,7; 9,2; Sal 8,6-8...) expresan un claro sentido antiecológico.

Ideología tribal: Me refiero a la ideología que ha hecho que, tanto hebreos, cristianos como musulmanes se considerasen pueblos elegidos de Dios, con lo que no supieron eludir el riesgo de la arrogancia y la lógica de la exclusión. De hecho así ha ocurrido en las guerras de unos contra otros, en el intento de querer imponer las propias convicciones a los demás en nombre de Dios, llegando a vivir en una fraternidad del terror contra toda diversidad del pensamiento (inquisición, fundamentalismos, guerras de religión).

La naturaleza caída: La ruptura de la religación universal

La creencia en la naturaleza caída afirma que todo el universo cayó bajo el poder del demonio debido al pecado original introducido por el ser humano. El universo perdió su carácter sagrado y pasó a ser materia corrupta, pecaminosa, decadente. Razón por la cual, la naturaleza y el mundo mismo dejaron de tener aprecio, se produjo un desinterés religioso por cualquier proyecto histórico, se amargó la vida ya que se puso bajo una pesada sospecha todo placer y, lo que es más grave, se retardó la investigación científica.

En consecuencia, la Tierra llegó a ser castigada a causa del pecado humano. En opinión de muchos, este binomio pecado/redención sería una de las mayores características del cristianismo. Examinado todo esto, el resultado parece ser que entre el universo y el Creador se producido una ruptura. La tradición judeo-cristiana llama a esta ruptura pecado original o pecado del mundo. Original porque afectaría al fundamento y sentido de su propio ser; y pecado porque sería como una subversión de todas las relaciones en que está inserto el ser humano, una especie de marca negativa en su misma condición humana.

Esta doctrina del pecado original intenta explicar la experiencia fundamental de ese enigma que acompaña al ser humano entre lo que es y lo que podría ser, de la disfunción entre los seres humanos y la naturaleza.

En nuestro tiempo se da una interpretación sobre ese pecado original, bastante diferente de la tradicional. La caída no sería sino la misma naturaleza in fieri, en su devenir, como sistema abierto, pasando de niveles menos complejos a niveles más complejos. Dios no creó el universo como algo acabado de una vez por todas, sino que desencadenó un proceso abierto hacia formas cada vez más organizadas de vida y de conciencia. La imperfección del proceso cosmogénico y evolutivo no traduce el designio último de Dios, sino un momento de ese inmenso proceso siempre abierto. El paraíso terrenal, dentro de esta interpretación, significaría la promesa de un futuro que aún está por llegar. El destino del universo, más que una realidad primera perdida, está todavía por realizarse.

Se pueden entender desde esta perspectiva, las palabras de S. Pablo: “La creación entera gime hasta el momento presente y sufre dolores de parto” (Rom 8,22). La naturaleza no ha alcanzado aún su madurez, no ha llegado a su hogar definitivo. El ser humano participa en ese proceso de maduración, también él gime y gime la creación entera en espera ansiosa de la maduración de los hijos y las hijas de Dios. Sólo entonces, al término, Dios podrá decir: “Y todo era bueno”.

El ser humano tiene la capacidad de pilotar todo el proceso. Habitado por el fuego del deseo es una máquina de fabricar utopías, captar lo que podría ser y aún no es, organizar su actividad a fin de aproximar el sueño a la realidad. Siempre habrá un abismo entre el sueño y la realidad. Por eso el ser humano siente el deseo de una vida sin fin. Y a la vez se da cuenta de que la vida tiene fin y que él muere efectivamente. Lo que somos y lo que nos gustaría ser.

El ser humano puede aceptar su condición de mortalidad o puede rebelarse contra ella. Si la acepta, puede entregarse en manos de Alguien que pueda realizar su vida sin fin. Muere, pero pasa a otro tipo de vida, muere para vivir más y mejor, para resucitar. Si no la acepta, no acepta el designio de Dios, que supone la religación de todas las cosas y el hecho de que, tras pasar por el tiempo y a través de la muerte, regresen a su corazón.

No sé si el ser humano, al organizarlo todo en función de sí mismo, de su propio interés, sin poder escapar a la muerte, se aparta de la fraternidad y sororidad universales, se siente acongojado y acaso por ese miedo usa de su poder en contra de la naturaleza. Por el contrario, la alianza de paz y confraternidad entre el ser humano, la naturaleza y Dios constituye el horizonte de esperanza imprescindible para cualquier compromiso ecológico eficaz.

Una nueva relación sinergética con la tierra

La teología de la liberación se percató de que la lógica que oprimía y saqueaba a la naturaleza era la misma que oprimía al pobre. En este contexto, el ser más amenazado de la creación no son las ballenas, sino los pobres, condenados a morir prematuramente. La teología de la liberación parte de la ecología social para desde ella, desde la justicia social, llegar a una nueva alianza de los humanos con los demás seres. La Tierra también clama bajo la máquina depredadora de nuestro modelo de sociedad y desarrollo.

La liberación, para ser operativa, tiene que hacerse desde este marco sociopolítico y cosmológico. Todos deben ser liberados, pues todos estamos bajo un paradigma que nos esclaviza, el del maltrato de la tierra, el del consumismo, el de la negación de la alteridad y del valor intrínseco de cada ser. ¿En qué medida Occidente, con su tecnociencia y cultura, y con su cristianismo, con su bagaje espiritual garantiza un futuro colectivo?

El reto está en que los humanos se entiendan como una gran familia terrenal junto con otras especies y redescubra su camino de vuelta a la comunidad de los demás vivientes, la comunidad planetaria y cósmica. Los seres humanos debemos sentimos hijos e hijas del arco iris, mediante relaciones nuevas de benevolencia, compasión, solidaridad cósmica, y profunda veneración por el misterio que cada cual porta y revela.

Cada vez entendemos mejor que la ecología se ha convertido en el contexto de todos los problemas: de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa. A partir de la ecología se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más enternecimiento, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad entre los seres humanos hacia la Tierra y hacia la necesidad de su preservación.

En esta perspectiva alimentamos una perspectiva optimista. La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de 15 grandes devastaciones. Y siempre sobrevivió y salvaguardó el principio de vida. Y llegará a superar también el actual impasse, pero bajo una condición: que cambiemos de rumbo y de óptica. De esta nueva óptica surgirá una nueva ética de responsabilidad compartida y de sinergia para con la Tierra. Tratemos de fundamentar este nuestro optimismo.

1. Somos Tierra que piensa, siente y ama

El ser humano, en las diversas culturas y fases históricas, reveló una intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra. De ahí que hombre venga de “humus”. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está frente a nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al estadio de sentimiento, de comprensión, de voluntad, de responsabilidad y de veneración. En una palabra: somos la Tierra en su momento de auto-realización y de auto-consciencia.

Inicialmente, pues, no hay distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma realidad compleja, diversa y única. Ha sido lo que han testimoniado los diversos astronautas: Humanidad y Tierra forman una única realidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esta percepción no es ilusoria, es radicalmente verdadera.

Dicho en términos de moderna cosmología: estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de relaciones de todo con todo que actúan hace 15 billones de años, desde que el universo, dentro de una inconmensurable inestabilidad (bing bang-inflación y explosión), emergió en la forma que hoy conocemos. Cinco grandes actos estructuran el teatro universal del que somos co-actores: El primero es el cósmico; el segundo es el químico; el tercero es el biológico.

El cuarto es lo humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de complejidad y de auto-creación encuentra en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana floreció, cerca de 10 millones de años atrás. Surgió en África. A partir de ahí, se difundió por todos los continentes hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra. Lo humano mostró gran flexibilidad; se adaptó a todos los ecosistemas, a los más gélidos de los polos, a los más tórridos de los trópicos, en el suelo, en el sub-suelo, en el aire y fuera de nuestro Planeta, en las naves espaciales y en la Luna. Sometió a las demás especies, menos a la mayoría de los virus y de las bacterias. Es el triunfo peligroso de la especie homo sapiens y demens.

El quinto acto, es el planetario; la humanidad que estaba dispersa, está volviendo a la casa común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el mismo destino de todos los demás seres de la Tierra. Siéntese como la mente consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, por encima de las culturas singulares y de los Estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de interdependencia de todos con todos, está inaugurando una nueva fase de su evolución, la fase planetaria. A partir de ahora, la historia será la historia de la especie homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos.

2. ¿Qué es la dimensión-Tierra en nosotros?

¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión Tierra? Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra. Vivimos de ella. Somos producto de su actividad evolutiva. Tenemos en el cuerpo, en la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos Tierra. De esta constatación resulta la conciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de que nos situamos ante la Tierra como delante de un objeto extraño.

En un segundo momento, podemos pensar la Tierra. Y entonces, sí, nos distanciamos de ella para poder verla mejor. Ese distanciamiento no rompe nuestro cordón umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero. Tener olvidada nuestra unión con la Tierra fue el equívoco del racionalismo en todas sus formas de expresión. El generó la ruptura con la Madre. Dio origen al antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de pensar la tierra, podemos colocamos sobre ella para dominarla.

Por sentirnos hijos e hijas de la Tierra, por ser la propia Tierra pensante y amante, la vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa a lo Femenino que concibe, gesta y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre, Pacha Mama. De la misma manera que todo genera y entrega la vida, ella también acoge todo y todo lo recoge en su seno. Al morir volvemos a la Madre Tierra. Regresamos a su útero generoso y fecundo. El Feng-Shui, la filosofía ecológica china representa un grandioso sentido de la muerte como unión con Tao y con los ritmos de la naturaleza, de donde todos los seres vienen y a donde todos vuelven. Conservar la naturaleza es condición también para que puedan nacer nuevos seres humanos y hagan su recorrido en el tiempo.

Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Nos hace percibir todo de la Tierra, su frío y calor, su fuerza que amenaza tanto como su belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la respiración que nos entra, los olores que nos embriagan o nos repelen. Sentir la Tierra es captar el espíritu de cada lugar, inserirse en un determinado lugar. Habitando, nos hacemos en cierta manera prisioneros de un lugar, de una geografía, de un tipo de clima, del régimen de lluvias y vientos, de una manera de morar y de trabajar y de hacer historia. Ser Tierra configura nuestro límite. Pero también significa nuestro sitito de contemplación de todo, nuestra plataforma para poder alzar vuelo por encima de este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito.

Por fin, sentirse Tierra es percibirse dentro de una compleja humanidad de otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no tan sólo nos produce a nosotros seres humanos. Produce la miríada de microorganismos que componen el 90 % de toda la red de la vida. Para todos produce las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el sub-suelo y en el aire. Tierra es sumergirse en el mundo de los hermanos y de las hermanas, todos hijos e hijas de la grande y generosa Madre Tierra, nuestro hogar común. Esta experiencia de que somos Tierra constituyó la experiencia matriz de la humanidad en el Paleolítico. Ella produjo una espiritualidad y una política.

Primero una espiritualidad: por todas partes, a comenzar por África, especialmente a partir del Sahara hace algunos millares de años, de 7000-6000 años antes de nuestra era, cuando era todavía una tierra verde, rica y fértil pasando por toda la cuenca del Mediterráneo, por la India y por la China predominaban las divinidades femeninas, la Gran Madre Negra y la Madre-Reina. La espiritualidad era de una profunda unión cósmica y de una conexión orgánica con todos los elementos como expresión del Todo.

Al lado de una espiritualidad surgió, en segundo lugar, una política: las instituciones matriarcales. Las mujeres formaban los ejes organizadores de la sociedad y de la cultura. Surgieron sociedades sagradas, penetradas de reverencia, de enternecimiento y de protección a la vida. Hasta hoy arrastramos la memoria de esta experiencia de la Tierra-Madre, en la forma de arquetipos y de una insaciable nostalgia por la integración, inscrita en nuestros propios genes. Los arquetipos continúan irradiando en nuestra vida porque rememoran un pasado histórico real que quiere ser rescatado y obtener todavía vigencia en la vida actual. El ser humano precisa rehacer esta experiencia espiritual de fusión orgánica con la Tierra, a fin de recuperar sus raíces y experimentar su propia identidad radical. Precisa también resucitar la memoria política del feminismo para que la dimensión de “ánima” entre en la elaboración de políticas con más equidad entre los sexos y con mayor capacidad de integración.

Esta nueva óptica podrá producir una nueva ética, orientada a la afirmación y el cuidado por todo lo que vive. En el nuevo paradigma emergente la Tierra y los hijos e hijas de la Tierra será la gran centralidad, el nuevo sueño del siglo XXI.

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Fuente: Artículo publicado en la Revista ÉXODO, nº 88, Abril-07, y reproducido por Redes Cristianas

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