12/1/09

"Transformándome a mí misma, transformo el mundo". Entrevista a Concha Pinós

Fue educada en la resistencia a muchas cosas. La propia tradición familiar le invitaba a la rebeldía, pero ella abrazó un budismo activo y militante y un acrecentado sentimiento de compasión terminó por limar todas sus aristas. Concha nos acerca azafrán de compasión y amor por todos los seres sintientes, pero a la vez negro de luto por tanto sufrimiento en la tierra, por tantas causas con las que está comprometida. Su semblante canta también los dos sentimientos a la vez. Su sonrisa es entera, pero a la vez consciente del trabajo inmenso por hacer a favor de los más desfavorecidos; es sincera, pero a la vez poco olvidadiza.

El dolor del mundo parece que le hubiera consumido hasta el cuerpo, pero tras una apariencia delgada, oculta una fuerza que a todos sorprende, un verbo poderoso y convencido. Por eso no le faltan cargos y responsabilidades: desde directora del Certamen de Cine de Derechos Humanos de Barcelona, pasando por cabeza visible de la solidaridad del país con Birmania, embajadora de paz, directora del centro de yoga tibetano…

Todo cambió en Granada en su tiempo de universitaria. Caminando por las calles de la ciudad, se encontró a un maestro hindú que había sido discípulo de Paramahansa Yogananda. Sin conocerle Concha le preguntó que quién era, a lo que él le espetó: “Lo importante no es quién soy yo, sino quién eres tú. Tú puedes ser la madre de millones de personas…” La respuesta le llegó tan hondo que se puso a llorar… Pero lo cierto es que asumió valiente e intachablemente el rol que la vida le deparaba. Nos consta que su manto materno ha acogido a millones de seres en el lejano Oriente. Viaja por el mundo, pero no tiene nada, sólo profundo amor por todos los “seres sintientes”.

El maestro se quedó en Granada y le empezó a enseñar yoga, según el método de “gurukula”, es decir de convivencia con el “gurú”. Mientras en la facultad aprendía Ciencias Políticas, con el “gurú” aprendía los yoga sutras de Patanjali. El maestro ya plantó en ella las primeras semillas del budismo. Después conocería a una monja tibetana que fue la que finalmente le animó dar el salto a Oriente.

Se reconoce cómplice de la respiración mundial, del sonido del universo. Fuertemente comprometida con aliviar el dolor de la tierra, afirma que cuando va a las guerras siente que el sufrimiento de los demás y el suyo propio es el mismo.

¿Agradecida con tu maestro?
Los maestros tienen la virtualidad de conectarnos con nuestra luz. Así iluminados por nuestra propia luz, podemos crear más cosas…

¿Qué aportó el yoga a tu vida?
El yoga no es una clase dos veces por semana, yoga es simplemente estar despierto. Patanajali era un médico, mago, activista, bailarín…, era todo eso. Era un yogui, no había dualidad en sus acciones. Un yogui es alguien que afronta la realidad y la transforma para el beneficio del máximo de seres. En el budismo el equivalente sería un Bodisatva. Hemos de tener la mentalidad de convertirnos en un ángel que ayude al máximo de seres. Aspirar a que todos se salven antes que tú. Esa es la promesa del Bodisatva. El Bodisatva es quien da la vida por los demás.

¿Y el yoga tibetano que aporta de añadido?
Tiene su origen en las cuevas de Afganistán. Se dice que allí fueron a parar unos yoguis que vinieron del espacio y que conocían la técnica de convertir el cuerpo físico en un cuerpo de luz. Esos yogis emigraron al Himalaya y enseñaron 84 formas de yoga. Penetraron toda la India y su enseñanza se fusionó con la de la meditación de Sidharta Gautama, el Buda histórico. El yoga tibetano hereda pues, tanto la tradición yóguica, como la enseñanza de la meditación de Buda, como el chamanismo de los Himalayas.

Pregonas impermanencia por todo el mundo…
Es preciso asumir el principio de la impermanencia. ¿Cómo afrontamos la muerte o la desaparición de las cosas o personas que supuestamente creemos que son nuestras? No tenemos nada. En la última realidad sólo somos luz, energía de amor. El peligro es que cuando tomamos forma, nos identificamos en exceso con esa forma. Nos identificamos con una persona, con un país… Ese es el error de la mente. Ahí emerge el ego y el consiguiente dolor tan difícil a veces de transformar. Ahí es necesario hacer un trabajo.

Trabajo titánico, por cierto…
Hay un fase de apego y sufrimiento, pero hay también otra en la que podemos reconocer nuestra mente iluminada y nuestra condición de potenciales Budas. Tú eres en un comienzo un Buda. El mundo sufre, pero en el fondo todos estamos iluminados.

¿Cómo te entrenas en el desapego?
El entrenamiento va muy bien en la educación de la destrucción de lo innecesario. Ahora que viajo tanto me he acostumbrado a llevar lo imprescindible. Necesito poco para vivir. Cada día me siento más ghandiana. ¿Si necesitamos tan pocas cosas, por qué acumulamos tantas? Estoy en un proceso de socializar lo que tenía, libros, películas… El sufrimiento en la vida viene del sentimiento de querer quedarnos con cosas y personas.

¿El sentido de la impermanencia está ligado al de la compasión…?
Compasión también puede ser abandono de lo construido. Hay varias fases en lo que creamos: pensar hacer algo bueno, la segunda es hacerlo realidad, poner en movimiento ese algo bueno, la tercera es de mantener ese algo bueno y la cuarta es dejar ese algo bueno para crear algo nuevo. Esto es la compasión de la transformación. El ciclo se cierra a la de cuatro. A la de cuatro tiene que ser otra cosa. Ello impide el apego, el hacer siempre las mismas cosas. Las cosas nacen y mueren y sin embargo nos seguimos apegando.

¿Puedes explicarnos el sentido budista de la vacuidad?
Cuando estamos en profunda comunión con las personas podemos tocar su corazón y experimentar que todos somos iguales, experimentar el gozo de la unión. La vacuidad en menor grado al menos la experimentamos tres veces en nuestra vida, con la muerte, con el nacimiento y el orgasmo. Sin la sexualidad eliminamos el proceso de creación.

¿Hoy es más difícil que ayer el reto de la compasión?
No podemos pensar que los problemas que atraviesan otros pueblos, les atañen en exclusiva. Hemos de tomar más responsabilidad sobre nuestra interdependencia. Hemos de saber qué acciones hemos causado nosotros, para que se den ese tipo de situaciones. Hoy podemos, gracias a las nuevas tecnologías, hacer por los demás más cosas que en el pasado.

¿Cómo hacemos espacio a la compasión en nuestros corazones?
Desde una perspectiva budista, cuando hemos eliminado la suficiente cantidad de sufrimiento en nuestras vidas, podemos empezar a experimentar amor y compasión.

Todos los seres sufrimos. Lo primero que debemos hacer es enfrentarnos con nuestro propio sufrimiento. Todos tenemos una historia de sufrimiento. Hasta que no seamos capaces de vencer esa historia de sufrimiento, la ira y el dolor que llevamos dentro, “no way”, ni yoga ni nada…

¿Por lo tanto, limpieza interior antes de saltar al mundo?
Evidentemente. Con dolor no puedes servir. Si vamos a un conflicto y llevamos nuestra ira y nuestra rabia no podemos ayudar a muchas personas, porque lo único que haremos son proyecciones de nuestro propio sufrimiento. Es preciso coger al toro por los cuernos, es preciso decir al sufrimiento. “yo no quiero sufrir”, es preciso ir a las causas raíces que me causaban sufrimiento y trabajar sobre ellas. Transformándome a mí misma, en realidad transformo el mundo. Somos todos interdependientes.

¿Cómo vives tu doble condición de activista por los derechos humanos o agente de cambio y guía espiritual?
Sólo soy un ser humano que vive la interdependencia. Quiero trasformar el mundo con las herramientas que conozco. ¿Cuáles son esas herramientas? El yoga, la meditación, la resolución de los conflictos desde una acción compasiva y a la vez activa... La gente piensa que los budistas estamos todo el día sentados en un cojín de meditación… Sin embargo a veces no nos queda otra que meditar en los caminos, los aviones…

Cuando uno ve una ley injusta se ha de levantar. No importa si eres budista o eres activista. Lo que importa es si te puedes mantener en una actitud no violenta, de “ahimsa”, superando un impulso violento que te lleva a la dualidad.

¿En cuanto que budista comprometida, cómo contemplas el reto de mantener la paz en estos tiempos convulsos que atravesamos?
En palabras del Buda, nuestra misión más definida es acabar con el sufrimiento de las personas. Siempre ha habido guerras y crisis. La crisis es una oportunidad para reflexionar sobre las cuestiones que no funcionan dentro de nosotros. El salto a la nueva humanidad pasa por un trabajo personal. Por grandes que sean las crisis planetarias, nuestros verdaderos retos estriban en erradicar nuestro propio, egoísmo, codicia ignorancia…

En ese sentido el budismo, al igual que las otras grandes religiones, ofrece una serie de herramientas que nos convierten en seres más equilibrados. No importa tanto el tipo de herramientas que utilizas, como el fruto de las mismas. Es decir, si te conviertan en un ser más equilibrado y que te permitan aportar a la sociedad tu cuota de bienestar y felicidad.

¿Y cómo venciste el sufrimiento…? Hasta donde se pueda saber…
Por supuesto… La mía es una historia pública. Me he enfrentado a dos cánceres y también a batallas de fuera con mucha paciencia y trabajo interno. Si lo he hecho yo, lo puede hacer cualquier ser humano, pues no hay ninguna diferencia entre nosotros y los demás.

Tu vida es un sendero de imposibles: victoria sobre el cáncer, perdida de tu hijo…
Cree en las cosas imposibles. Cree que tu mente es una mente iluminada, cree que tienes el potencial de un Buda, que realmente puedes ser un Bodisatva. Cree que puedes ser un Bodisatva. Si no crees que puedes erradicar el sufrimiento, no hay chispa…

¿Servicio y espiritualidad serían sinónimos?
Absolutamente. Hay una primera fase en la que el ser humano comienza a reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de su época. Hay una segunda fase de toma de compromiso y una tercera de paso a la acción. No podemos pasar el día en la disyuntiva de diamante rallado o roto, Oriente u Occidente, yoga o tai-chi… No queremos nada de eso. Queremos reflexión, conciencia y acción.

Cristianismo comprometido, budismo comprometido… ¿El compromiso se acrecienta en el seno de las comunidades espirituales…?
La energía de Jesús y de Buda es la misma energía de vacuidad y de compasión en acción.

El budismo comprometido en la línea de Thich Nhat Hanh, su Santidad el Dalai Lama o Aung San Suu Kyi, no es diferente a lo que pregonó el Maestro Jesús o la Madre Teresa de Calcuta, o el propio Mahoma cuando decía a los hombres que era preciso defender a las mujeres y los niños. Después son nuestros egos los que pueden llegar a transformar las palabras de los maestros. Un yogui trata de ser fiel a la esencia del mensaje y actúa. No es alguien que se queda impasible en una cueva. No es tiempo para quedarnos en una cueva.

¿Por qué Birmania?
¿Por qué no Birmania? Birmania es la metáfora de la tierra pura, la tierra en la que quisiéramos vivir. Birmania es un arquetipo que necesita ser liberado. Birmania representa 135 minoría étnicas, una mujer como Aung San Suu Kyi con una propuesta política, espiritual y económica única y liberadora. Hay una constitución federada que se puede poner en marcha… Birmania tenía todos los elementos que para mí como revolucionaria interna, representan lo que creo que puede ser el mundo.

¿Hay esperanza para Birmania?
La esperanza no la ganamos, ni la perdemos nunca, porque es la cualidad intrínseca de nuestra acción. Los militares entrarán en razón.

¿Proyectos?
Mis proyectos son servir y servir. Donde pueda servir, ahí voy a estar.


Fuente: Portal Dorado. Entrevista realizada por Koldo Aldai

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Budismo y No Violencia: La importancia del activismo social espiritual en el conflicto birmano y tibetano, por Concha Pinós

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