3/10/07
Mi reino sí es de este mundo
La minoría crítica que forma la Iglesia de base sortea cada día las dificultades impuestas por la jerarquía episcopal.
Esteban Velázquez es jesuita. Nació hace 50 años en Las Palmas y participará este año en la campaña de la fresa en Huelva. Tiene las manos tan trabajadas como sus convicciones. Ha recorrido toda la geografía de los oficios. Ha vareado olivos en Jaén y acarreado uvas en Francia. Ha recogido algodón en Córdoba y fruta en Lleida. Se ha roto las manos como peón de obra en Las Palmas y se le han mareado de apretar siempre la misma tuerca en la fábrica de Mercedes Benz de Stuttgart, en Alemania. Esteban es un sacerdote obrero. Es un cura distinto y ha pagado las consecuencias.
"La Iglesia es un antro de poder disfrazado de Evangelio. No tiene justificación que la Iglesia sea un estado, ni el machismo eclesial, ni esa forma feudal de vivir, vestir y ejercer la autoridad de los obispos". Esteban es un cura de base. Último ejemplar de un género en vías de extinción.
En el año 2000, el responsable de la diócesis de Canarias era Ramón Echarren. Tenía fama de abierto, pero retiró a Esteban Velázquez de todos sus cargos diocesanos. No fue una sorpresa. En los años 80, Esteban Velázquez había trabajado en El Salvador. Vivió la guerra y convivió con la guerrilla hasta que fue expulsado por sus superiores.
El cura limpiacristales
Once años después, coincidiendo con las elecciones generales del 12 de marzo de 2000, se realizó en más de 450 localidades de toda España la Consulta Social por la Abolición de la Deuda Externa. Se consiguieron más de un millón de votos favorables a la abolición de la deuda. Esteban Velázquez trabajó a favor de esta iniciativa en Las Palmas y, en esta ocasión, del aviso se pasó al castigo. Esteban fue desposeído de cargos y obligaciones en la diócesis, y volvió al trabajo manual como limpiacristales. Esteban promueve ahora, desde Sevilla, la iniciativa Cambio personal, justicia global, impulsada por los jesuitas.
"¿Doloroso? En absoluto. Lo esperas de antemano. La persona que no tiene claro que si toma una línea de trabajo va a venir el conflicto es un ingenuo; contaba con eso. Lo peor fue la insolidaridad de aquellos compañeros de los que esperaba apoyo".
Esteban habla de "silencios cómplices". Los había sufrido mucho antes. En la década de los sesenta, cuando la dictadura daba sus últimos coletazos, él apoyaba las reivindicaciones que pedían libertad sindical. Aquello le costó un mes de cárcel.
Rozar el límite
Emiliano de Tapia trabaja en el centro penitenciario de Topas, Salamanca, desde hace ocho años. Pronuncia constantemente la expresión "nuevas pobrezas" y las conoce bien. Trabaja con ellas en primera persona. "Son realidades nuevas, la soledad de los mayores, los que no tienen techo, la cárcel, los drogodependientes, la prostitución. El nuestro es un trabajo de acogida y denuncia", señala y silabea para subrayar la palabra denuncia. "Es una realidad que pasa desapercibida. La Iglesia está lejos de esta situación, igual que no se percibe tampoco en la sociedad".
Emiliano tiene 56 años. Su día a día transcurre entre el barrio en el que vive, la cárcel en la que trabaja y el medio rural del que procede. "Hay una Iglesia oficial que se aferra al poder, a las formas, a lo que nos separa en lugar de buscar lo que nos une, en vez de abrazar a los pobres". Este cura salmantino desarrolla un intenso trabajo social en su parroquia del barrio de Buenos Aires. Es una voz crítica, pero "nunca he sido reprimido, puedo haber recibido algún toque de atención en alguna ocasión, pero nada más".
Emiliano de Tapia conoce perfectamente el catálogo de temas "sensibles. Son los que plantean realidades novedosas como el protagonismo de la mujer, incluso en el sacerdocio, o la posibilidad de que los curas puedan casarse. En estos casos, sí hay alguna llamada de atención, sin más. Igual que cuando se tocan temas de sexualidad". Emiliano representa a un clero sin despachos ni moqueta. "La Iglesia se ha dejado envolver dentro de un sistema de poder económico. Debe abrirse a la sociedad y proclamar que Dios está con los pobres". Recién desempolvadas las misas en latín, Emiliano se lamenta de que se rescaten elementos que "nos separan". Lo mismo piensa del clerigman, el traje de chaqueta con alzacuellos. "No creo que vestirnos así nos ayude a acercarnos a los más pobres".
La parroquia que resiste
Emiliano ha sorteado siempre las llamadas de atención. Enrique de Castro no ha podido. En la fachada de su parroquia, San Carlos Borromeo, hay una pintada en la que se lee "Pasa, no te quedes en la puerta". Los vecinos del deprimido barrio madrileño de Entrevías, en el que trabaja, llenan la iglesia en cada celebración. El arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, quiere cerrarla en contra la opinión del barrio. En uno de los muros del templo, una mano anónima ha escrito una de las bienaventuranzas: "Dichosos los perseguidos por ser justos". Junto a la iglesia de San Carlos Borromeo, hay dos parques sin hierba desde los que se escucha el tren cuando lo permite el ruido de los coches.
En casa de Enrique de Castro, conviven media docena de personas. "Van y vienen, son amigos en situación de necesidad". Hoy cocina él. Colgó hace muchos años un apellido compuesto para ponerse al servicio de los que, por no tener, apenas tienen esperanza. "La parroquia se ha convertido en un símbolo. Aquí se enfrentan una Iglesia de poder y otra de base". Enrique es optimista: "Al sector ultra ortodoxo le espera muy poco futuro porque tiene una forma muy grosera de hacer Iglesia". Este cura de Vallecas colecciona un largo historial de desencuentros con la jerarquía episcopal, aunque no se siente "en absoluto" perseguido. "No les gusta lo que hacemos, y sigo sin entender por qué; siempre que me dicen algo contesto lo mismo: no quitéis a los pobres el lugar en el que celebran su fe".
Enrique fuma sin parar mientras habla de manera muy pausada, para asegurarse de que se le entiende. "En la jerarquía, hay un miedo tremendo a perder el poder, por eso tienen claro qué temas les molestan. Puedes atreverte con temas sociales, les preocupan menos, el problema es dar tu opinión sobre asuntos eclesiásticos, ahí siempre hay respuesta".
Enrique de Castro sonríe con desdén cuando se le pregunta si hay una ofensiva laicista. "Aquí no hay ninguna ofensiva, lo que hay es un enorme pasotismo hacia la Iglesia y no hay que buscar las causas fuera, no podemos echar siempre a otros la culpa".
La Iglesia en la Red
Hay otra Iglesia muy viva "pero minoritaria", matiza Enrique de Castro. Es una Iglesia de la que forma parte también Eusebio Losada, Uxe. En mayo de 2005, escribió un artículo en el que defendía el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio. Las consecuencias no tardaron en llegar. Este cura bilbaíno de 50 años impulsa Kristau Sarea, una red de cristianos en Vizcaya que defiende "una Iglesia abierta, democrática, con reconocimiento del pluralismo". Esta iniciativa forma parte de una coordinadora estatal que han denominado Redes Cristianas (www.redescristianas.net). Tienen una presencia muy activa en Internet."La Iglesia oficial es la Iglesia del miedo, que gobierna con miedo y mete miedo a los demás", asegura Eusebio. "A mí también me han tocado las amenazas".
Hay atajos para evitar problemas, pero le ha parecido más coherente no tomarlos. "Hay miedo a perder el poder, el dominio, la dirección de las conciencias, hay miedo al Evangelio mismo, que si es algo, es precisamente libertad. Puedes pensar de manera diferente, pero no decirlo". Eusebio lamenta el regreso de elementos preconciliares, rescatados "para que lo de siempre sirva para siempre", algo que va "contra los tiempos y la esencia de ser de los cristianos, que, si debemos ser algo, es ejemplo y fermento". Eusebio se hizo cura con una dedicación especial a la educación. Ha sido párroco de barrios y pueblos obreros.
"Se nos acusa de disidentes, pero no es así. Quiero a mi Iglesia de todo corazón, la quiero muchísimo y todo lo hago pensando en su bien. Jamás he actuado desde el resquemor o el resentimiento. Todo lo que hago, lo hago por amor", concluye Uxe.
Una mujer párroco
Ésa es también la premisa de la que parte María José Arana, 64 años, religiosa y teóloga feminista. Su voz crítica se ha estrellado en muchas veces contra la doctrina oficial, aunque eso no ha impedido que siga trabajando para reclamar un papel de igualdad para las mujeres en la Iglesia. "A los varones de Iglesia, no les gusta que les recordemos estas cosas, pero debemos seguir haciéndolo, con respeto y mucho amor a toda la Iglesia, a toda: a la jerárquica y a la Iglesia de base, a los varones y a las mujeres".
De 1982 a 1991, María José Arana fue "párroco" en un pequeño pueblo del País Vasco. Fue la primera de España. Ha escrito una docena de libros y colaborado en medio centenar. Uno de ellos se titula Mujeres sacerdotes, ¿por qué no?. "Creo que el papel, la situación y el estatus de las mujeres en la Iglesia deberíamos ser las mismas mujeres las que los marcáramos. Nosotras no marcamos límites a los varones ¿Por qué ellos pueden interpretar solos cuáles son nuestros límites?".
María José defiende una relación de plena igualdad. "Es necesario que lo femenino y lo masculino estén totalmente presentes en toda la Iglesia". El futuro inmediato, sin embargo, no parece contemplar esta posibilidad: "Siento que la situación de las mujeres en la Iglesia va bastante a la zaga respecto a su situación en la sociedad civil". ¿Tiene esperanzas de que cambie? No demasiadas. "No cabe duda de que para muchos y muchas que vivimos con intensidad y juventud el tiempo postconciliar, no es fácil vivir con grandes optimismos el momento actual de la Iglesia, aunque, evidentemente, sin perder la esperanza".
Fuente: Artículo de Miguel Ángel Marfull en Público (02/10/2007)
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