Alguien comprometido con el pensamiento originario y que se preocupa del destino de la humanidad y de nuestra Casa Común debe tener la valentía de decir: para que salgamos de la crisis no sirven solamente los controles y regulaciones de los capitales financieros y de los mercados, como quiere la tendencia dominante. Son panaceas que no afectan a la raíz del caos actual. Quieren ahorrarse cambios radicales que, si se hiciesen, nos librarían de una tragedia global. Prefieren alimentar y vender las ilusiones de que dentro de poco tiempo todo va volver a la normalidad. Pero no va a ser tal como quieren.
El hecho es que el sistema y la cultura del capital ya no sirven para explicar la marcha de la vida social de la humanidad. Las muchas crisis son expresiones de una única crisis: la crisis espiritual. No hay que identificar lo espiritual con las religiones y las Iglesias. Al contrario, a partir de lo espiritual debemos criticarlas a ellas, especialmente a la Iglesia Católica, que bajo el actual Papa vive una aterradora crisis espiritual. Basta considerar la falta de compasión que el Papa demostró en su reciente viaje a África a propósito del sida, que en algunos países es verdaderamente devastador.
Cuando hablo de espiritualidad pienso en un nuevo sentido de ser, en un nuevo sueño colectivo, entretejido de valores infinitos como la cooperación, la solidaridad, el respeto a cada ser, el cuidado de toda la vida, la armonía con naturaleza, el amor a la Madre Tierra y la pluralidad de expresiones de lo Sagrado.
Una sociedad y una economía sólo serán sostenibles si sus líderes y sus ciudadanos se mueven por valores y principios que respondan a los desafíos de la crisis, importando poco las dificultades exigidas. Se asumen con coraje porque es una exigencia de este momento histórico y no por intereses de los filisteos de Wall Street que nos engañaron. Estos toleran, con resistencias, controles siempre que no perjudiquen la dinámica del libre mercado ni la lógica de la acumulación. Quieren lo mismo sólo que más seguro.
Los valores nuevos y los ejemplos-semilla son los que verdaderamente convencen. Cito el ejemplo de un empresario japonés, Yazaki, narrado por la física cuántica Danah Zohar, en un precioso libro que aconsejaría leer a los empresarios: Inteligencia Espiritual (Plaza&Janés 2002).
Yazaki heredó una pequeña empresa de entrega directa. Se expandió por todo el mundo. Consiguió todo lo que quería: éxito, riqueza, respeto de la comunidad y una familia unida. Pero sentía que le faltaba algo. Le corroía un gran vacío interior. Le sugirieron que frecuentase un monasterio zen. Pasó allí una semana en meditación con un respetado maestro. Se encontró con su yo profundo y la conexión que éste mantiene con todo. Se dio cuenta de que los bienes materiales eran ilusorios porque no lo llenaban, solamente le daban satisfacción material.
Salió del monasterio con otra mirada. Comenzó a percibir la belleza de un cerezo en flor y la sencillez de un caqui maduro. En su autobiografía escribió: «Los seres humanos han separado el yo del mundo, la naturaleza de la humanidad y el yo personal de los otros yos. Por eso han caído en la trampa de las ilusiones en el esfuerzo de llenar el yo vacío. Y se han convertido en víctimas fatales de un aterrador escenario de autoengaño, de hipocresía y de fariseísmo».
La experiencia espiritual no lo llevó a abandonar el negocio. Le dio otro sentido. Cambió el nombre de la empresa por el de «Felicísimo», derivado del «feliz» de las lenguas latinas. La acumulación debía destinarse a aumentar la felicidad humana, de él y de los otros. Estuvo en Río-92 para enterarse de los problemas ambientales. Destinó gran parte de su fortuna a fundaciones que cuidan de la educación y del ambiente. Termina su libro diciendo: «servir a ese nivel es servir a Dios». Con él se supera la crisis y la humanidad da un pequeño salto en dirección a aquello que debe ser.
Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor, autor del libro Florecer en el yermo: de la crisis de civilización a una revolución realmente humana (Sal Terrae, Santander).
Fuente: Koinonia
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