5/11/07
"Ateos y místicos comparten muchas cosas"
Entrevista a Javier Melloni: Teólogo, antropólogo y jesuita. Experto en diálogo interreligioso
Presénteme a Dios.
A Dios se le conoce por experiencia. Y esa experiencia es una anticipación de plenitud que una vez vislumbrada hace que te pases la vida intentando llenar ese vacío entre la anticipación y el recorrido que hay que hacer para llegar a ello.
¿Eso es lo que a usted le ha sucedido?
Pertenezco a una familia tradicional, burguesa y cristiana; pero el primer atisbo fue a los 14 años, el día de Todos los Santos.
¿Qué pasó?
Salíamos de casa de la abuela de comer castañas y decidí irme a misa. En el momento de la comunión sufrí una explosión de amor, era un gozo casi insoportable que volvió a repetirse hasta que entendí que no podía hacer otra cosa que entregarme a ese fuego. Con el tiempo y a través del hinduismo he comprendido que se me había abierto el chacra del corazón.
Acabó el noviciado a los 20 años y entró en la universidad. ¿No tuvo dudas allí del camino elegido?
Al contrario. Mis votos, el control de las tres libidos, despertaban el diálogo con mis compañeros. El voto de pobreza es sobre la libido del tener; el de castidad, sobre la del eros, y el de obediencia, sobre la libido del poder.
¿Nunca revisa esos votos?
A los 40 años hice una parada para replantearme si la opción de los 18 años se sostenía, si esas tres renuncias tan duras seguían teniendo sentido. Y creo que lo tienen incluso secularmente, porque es una opción que concentra a la persona en una sola dirección.
¿Tras la universidad se fue a la gruta?
Todavía no. Antes pasé un año de profesor y otro año en Mercabarna, de patatero. Yo era un niño mono de papá que idealizaba la pobreza, así que un año de contacto con las clases trabajadoras fue muy formador. Aprendí que cuando compartimos las mismas condiciones de vida somos todos iguales, y que los valores esenciales son universales.
Hábleme de su retiro.
Nosotros hacemos tres: uno iniciático, otro a los 40 y otro en la tercera edad. Yo el segundo lo hice en India y me abrió a otro mundo. Pasé de la altura de los Pirineos a las dimensiones de los Himalayas. Hay otras alturas que no están en nuestro paisaje.
Entiendo.
Para mí, en los ejercicios espirituales todas esas diferentes tradiciones religiosas, juntas, conspiran por la transformación de lo humano. Nosotros ofrecemos la cueva de Manresa, en la que se retiró san Ignacio de Loyola, para vivir esa experiencia.
¿Qué contenido da a los retiros?
Hay programas de fin de semana, de una semana y de un mes, en los que se hace yoga, eneagrama (mapa de autoconocimiento que proviene de los sufíes y que trabajó Gurdjieff), taichi… Se trata de una síntesis muy poderosa.
Y atrevida...
Creo que tenemos que volver a la radicalidad de las experiencias iniciáticas, que son muy serias, incluso físicamente. Y, aunque sea en un tiempo de discontinuidad, te cambia. Se pasa por distintas fases: separación de lo conocido, enfrentamiento con las propias sombras para incorporarlas, y salir reunificado.
La mística, ¿una región de la realidad?
Sí, donde se hace visible lo invisible. La realidad es lo que percibimos según nuestro estado interior: cuanto más opaco, más opaca vemos la realidad y a las personas. Cuanta más luz hay en nosotros, más luminoso es todo. La experiencia mística es un estado de transparencia interior que permite ver la transparencia de las cosas.
¿Qué pensamiento le parece esencial para ampliar la mirada?
Para mí, la revelación más importante y bella, común a todas las religiones, es pasar de pensar que somos una individualidad aislada que debe conquistar o merecer la existencia a percibir que la existencia es dar y gozar.
Hay que vivir agradecido, pero no se viene aquí a ser feliz.
Nuestras vidas están hechas de rupturas y separaciones. Ceo que la comprensión de esas rupturas nos hace dar un salto cualitativo.
Es distinto vivirlas con Dios que sin él.
Los maestros de la sospecha, Freud, Nietzsche y Marx, nos ayudaron a caer en la cuenta de que si la experiencia religiosa no transforma a la persona y su entorno, es una experiencia sospechosa e incluso engañosa.
¿Por qué el budismo parece encajar más hoy que el cristianismo?
Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo, no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos.
Presénteme a Dios.
Lo hemos reducido a esas palabras impresentables: Todopoderoso, Omnisciente... Esa imagen de un ser que está ahí arriba vigilándonos es una segregación de nuestra impotencia, son nuestras nostalgias y neurosis paternas y maternas; de manera que también lo hemos convertido en un Dios sádico y cruel.
Vaya.
Ante eso está la posición ateo-agnóstica, que propone vivir con lo que se tiene, ser honesto y responsable. O bien los místicos, que colocan a Dios por encima de esas imágenes cargadas de conceptos y evitan nombrarlo porque en todo ven a Dios.
Los extremos se tocan.
Ateos (excluyendo a los cínicos) y místicos comparten muchas cosas.
Fuente: Entrevista de Ima Sanchís en La Vanguardia
Javier Melloni dirigió el reciente Congreso Internacional de Mística
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