18/7/07

Imperativo espiritual, por Satish Kumar


La simplicidad elegante es la manera de descubrir la espiritualidad

La materia y el espíritu son dos lados de la misma moneda. Lo que medimos es materia, lo que sentimos, espíritu. La materia representa cantidad, el espíritu nos habla de calidad. Sin espíritu la materia no tiene vida. Un árbol también tiene cuerpo y espíritu; hasta las piedras que parecen inertes contienen su espíritu. No hay dicotomía, ni dualismo, ni separación entre materia y espíritu.

El problema no es la materia, sino el materialismo. Tampoco hay problema con el espíritu, pero el espiritualismo sí es problemático. En el momento que encapsulamos una idea o un pensamiento en un ‘ismo’ creamos los cimientos del pensamiento dualista. El universo es uni-verso: una canción, un poema, un verso. Contiene formas infinitas que bailan juntas en armonía, cantan en concierto, se equilibran en la gravedad, se transforman en evolución, mientras el universo mantiene su entereza y su orden implicado. Oscuridad y luz, arriba y abajo, izquierda y derecha, palabras y significado, materia y espíritu se complementan, cómodos en un abrazo mutuo. ¿Dónde está la contradicción? ¿Dónde está el conflicto?

La vida alimenta a la vida, la materia alimenta a la materia, el espíritu alimenta al espíritu. Los tres se alimentan entre sí. Existe reciprocidad total. Esta es la visión global oriental, una visión global antigua, una visión global que existe en las tradiciones tribales de las culturas preindustriales en las que la naturaleza y el espíritu, la tierra y el cielo, el sol y la luna existen en reciprocidad y armonía eternas.

Las culturas dualistas modernas ven a la naturaleza salvaje, la supervivencia de los más fuertes, la desaparición de los débiles y los mansos, el conflicto y la competición como la única verdadera realidad. Desde esta visión global emerge la noción de una ruptura entre la mente y la materia. Una vez separadas la mente y la materia, el debate comienza sobre si la mente es superior a la materia o la materia es superior a la mente.

Esta visión global de escisión, ruptura, conflicto, competición, separación y dualismo, también ha engendrado la idea de la separación entre el mundo humano y el mundo natural. Una vez establecida esta separación, los humanos se consideran la especie superior, dedicada a controlar y manipular a la naturaleza para su uso personal. En esta visión del mundo, la naturaleza existe para beneficio del ser humano, para ser convertida en propiedad y poseída, y si se protege y conserva la naturaleza, es sólo para el beneficio humano. El mundo natural –plantas, animales, ríos, océanos, montañas y cielos– queda denudado de espíritu. Si es que existe el espíritu, se limita al espíritu humano. Pero incluso eso es dudoso. En esta visión del mundo, a los humanos también se les considera nada más que una formación de material, moléculas, genes y elementos. La mente se considera como una función del cerebro, y el cerebro es un órgano en la cabeza y nada más.

El espíritu en los negocios


Esta noción de existencia sin espíritu puede ser descrita como materialismo. Todo es materia; tierra, bosques, alimento, agua, labor, literatura y arte son mercancías que se compran y venden en el mercado –el mercado mundial, el mercado de divisas, el mercado llamado libre. Este es un mercado de ventaja competitiva, un mercado sin piedad, un mercado en el cual la supervivencia de los más fuertes es el más importante imperativo: los fuertes en competición con los débiles para obtener la mayor porción del mercado para sí mismos. Se establecen monopolios en nombre de la competición libre. Cinco cadenas de supermercados controlan el ochenta por ciento de los alimentos vendidos en el Reino Unido. Cuatro o cinco corporaciones multinacionales gigantescas, como Monsanto y Cargill, controlan el ochenta por ciento del comercio internacional en alimentos. Los huertos pequeños y familiares no pueden competir con los grandes y se ven forzados a dejar de existir. Este es el mundo del cual el espíritu ha sido ahuyentado. Negocio sin espíritu, comercio sin compasión, industria sin ecología, finanzas sin justicia, economías sin equidad, sólo pueden alentar la desarticulación de la sociedad y la destrucción del mundo natural. Sólo cuando el espíritu y los negocios trabajan juntos puede la humanidad hallar un propósito coherente.

El espíritu en la política


Del mismo modo que el materialismo dirige las ciencias económicas, dirige también la política. En lugar de ver a las naciones, regiones y culturas del mundo como una comunidad humana, el mundo se percibe como un campo de batalla entre naciones en competición entre sí para obtener el poder, la influencia y el control sobre las mentes, los mercados y los recursos naturales. Los intereses de una nación se ven en oposición con los intereses nacionales de las demás. El interés nacional de la India está opuesto al interés nacional de Pakistán. El interés nacional palestino y el interés nacional israelí; el interés nacional estadounidense y el interés nacional iraquí; el interés nacional checheno y el interés nacional ruso, etcétera… la lista es larga. Y de esa manera tenemos políticas polarizadas: “Si no estás con nosotros estás contra nosotros”, se ha convertido en el raciocinio dominante. Y si no estás con nosotros no sólo estás contra nosotros, formas parte del eje del mal.

Esta es la política denudada de espíritu. ¿Qué podemos esperar de tal política más que rivalidad, conflicto, carreras armamentísticas, terrorismo y guerras? Los políticos hablan de democracia y libertad pero persiguen el camino de la hegemonía y el interés personal. ¿Cómo puede una versión particular de la democracia y la libertad servir para todo el mundo? No puede haber democracia y libertad sin compasión, reverencia y respeto por la diversidad, la diferencia y el pluralismo. La compasión, la reverencia y el respeto son cualidades espirituales, pero la política fundada en materialismo considera que los valores del espíritu son inconsecuentes, utópicos, idealistas, irreales e irracionales. ¿Pero adonde nos han llevado las políticas del poder, del control y del interés personal? La Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría, la guerra de Vietnam, la guerra en Kashmir, la guerra en Irak, el ataque sobre las Torres Gemelas de Nueva York. De nuevo, la lista es muy larga. Política sin espiritualismo ha demostrado ser un gran fracaso y, por consiguiente, incumbe reanudar los lazos entre la política y la espiritualidad.

Espíritu en la religión


A veces las palabras espiritualidad y religión se confunden, pero la espiritualidad y la religión son distintas. La política debe estar libre del constreñimiento de la religión, pero no debe estar libre de valores espirituales. La palabra religión viene de la raíz latina religio que significa anudar con la cuerda de ciertas creencias. Un grupo de personas se junta, comparte un sistema de creencias, permanece unido y se apoya. De esta manera la religión te anuda, mientras que la raíz del significado de la palabra espíritu está asociada con el aliento, con el aire. Todos podemos ser espíritus libres y respirar libremente. La espiritualidad trasciende las creencias. El espíritu nos mueve, nos inspira, toca nuestros corazones y refresca nuestras almas.

Cuando una habitación ha permanecido cerrada mucho tiempo el aire se hace rancio. Cuando entramos en la habitación después de unos días la encontramos agobiante y abrimos las puertas y las ventanas para dejar que corra el aire fresco. Del mismo modo, cuando las mentes han estado cerradas demasiado tiempo necesitamos un avatar radical, un profeta, que abra las ventanas para que nuestras mentes y pensamientos rancios se ventilen de nuevo. Un Buda, un Jesús, un Ghandi, una Madre Teresa, un Rumi, una Hildegard de Bingen aparece y deshace las telarañas de las mentes cerradas. Es cierto que no necesitamos esperar a que vengan tales profetas: nosotros podemos ser nuestros propios profetas, descerrajar nuestros propios corazones y mentes y permitir que el aire fresco de la compasión, la generosidad, la divinidad, la sacralidad se escampe por nuestras vidas.

Los grupos y las tradiciones sagrados tienen un papel importante. Nos inician en una disciplina de pensamiento y práctica; nos proveen de una infraestructura; nos ofrecen un sentido de comunidad, de solidaridad, de apoyo. Un brote tierno necesita una maceta y una estaca que le apoyen en las tempranas etapas de su desarrollo, o el entorno de un invernadero que le proteja de la escarcha y los vientos fríos. Pero cuando adquiere la suficiente fuerza necesita ser plantado en campo abierto para que pueda desarrollar sus propias raíces y convertirse en un árbol maduro. Del mismo modo las órdenes religiosas hacen de invernaderos para las almas inquietas. Pero al final cada uno de nosotros necesita establecer sus propias raíces y encontrar la divinidad de manera individual.

Existen muchas buenas religiones, muchas buenas filosofías y muchas buenas tradiciones. Debemos aceptarlas todas y aceptar que las diferentes tradiciones religiosas satisfacen la necesidad de distintas personas en distintos tiempos, en distintos lugares y en distintos contextos. Este espíritu de generosidad, inclusividad y reconocimiento es una cualidad espiritual. Cuando las órdenes religiosas pierden esta cualidad, se convierten simplemente en meras sectas que protegen sus propios intereses creados.

Actualmente las religiones institucionalizadas han caído en esta trampa. Para ellas el mantenimiento de instituciones se ha convertido en algo más importante que ayudar a sus miembros a crecer, a desarrollarse y a descubrir su propio espíritu libre. Cuando las órdenes religiosas se concentran en mantener sus propiedades y sus reputaciones, pierden su espiritualidad y entonces ellas, también, se convierten en un negocio sin espíritu. Igual que es necesario restaurar el espíritu en los negocios y en la política, también necesitamos restaurar el espíritu en la religión. Esto puede parecer una proposición extraña porque la misma razón de ser de cada religión es buscar el espíritu y establecer el amor universal. La realidad nos demuestra lo contrario. Las religiones han hecho mucho bien pero también han hecho mucho mal, y podemos ver por todos lados que las tensiones entre cristianos, musulmanes, hindúes y judíos son causas principales de los conflictos, de guerras y desarmonía.

La rivalidad entre las religiones cesaría si se dieran cuenta que las fes religiosas son como ríos que desembocan en el mismo océano de espiritualidad. Aunque los diversos ríos con sus distintos nombres alimentan distintas regiones y distintas gentes, todos proveen la misma cualidad de alimento. No existe conflicto entre ríos. ¿Por qué debe haber conflicto entre religiones? Su teología o sistema de creencias pueden ser diferentes, pero la espiritualidad es la misma. La espiritualidad es lo importante. El respeto hacia la diversidad de creencias es un imperativo espiritual.

Espiritualidad y cambio social


Igual que los negocios, las políticas y las religiones necesitan retomar sus raíces espirituales, también los movimientos medioambientales y pro justicia social necesitan adquirir una dimensión espiritual. Actualmente la mayoría de movimientos que abogan por el cambio social se concentran en campañas negativas. Presentan escenarios de perdición y penuria y se convierten en reflejos virtuales de las instituciones que critican.

El verdadero ímpetu para la sostenibilidad ecológica y la justicia social proviene de visiones éticas, estéticas y espirituales. Pero este enfoque se pierde cuando los organizadores quedan atrapados en metas falsas, tales como sus deseos de atraer la atención de los medios o su necesidad de obtener más miembros para sus organizaciones. Estos deseos se convierten en fines en sí mismos y se olvida la presentación de una visión holística, inclusiva y constructiva. El amor hacia la naturaleza y el valor intrínseco de toda la vida, humana y no humana, es el terreno esencial en el que deben echar raíces los movimientos medioambientales y pro justicia social. La base de todas las campañas es la reverencia por la vida, y ésta es una base espiritual. No existe contradicción entre campañas pragmáticas y conceptos espirituales. El programa político de Mahatma Ghandi estaba fundado sobre valores espirituales. El Movimiento pro Derechos Civiles de Martin Luther King, Jr. tenía sus raíces en una visión espiritual. Los movimientos contemporáneos medioambientales y de justicia social también requieren ese amplio punto de vista global en lugar de limitarse a la ciencia de la ecología y las ciencias sociales.

Espiritualidad y la ciencia

Se suele creer que la ciencia y la espiritualidad son como agua y aceite: no se pueden mezclar. Esta es una noción errónea. La ciencia necesita la espiritualidad y la espiritualidad necesita la ciencia.

Cuando la ciencia abandona las limitaciones de las dimensiones moral, ética y espiritual, e intenta lograr todo lo que es lograble, experimentando con todo sin tener en cuenta las consecuencias, entonces la ciencia conduce a las tecnologías de armas nucleares, ingeniería genética, clonaje animal y humano y productos envenenantes que contaminan la tierra, el agua y el aire. Es peligroso dar a la ciencia carta blanca para dominar las mentes humanas y para subyugar al mundo natural. La ciencia contemporánea ha adquirido tal estatus de superioridad que actualmente domina y controla la industria, el negocio, la educación y la política. Algunos de sus experimentos resultan ser tan burdos y crueles que traspasan los límites de la civilización. Los valores éticos, morales y espirituales son esenciales para moderar el poder de la ciencia.

En la medida que la ciencia necesita la espiritualidad, la espiritualidad necesita la ciencia. Sin una cierta cantidad de destreza racional, analítica e intelectual, la espiritualidad puede fácilmente convertirse en un ejercicio sectario y egoísta. Yo fui monje durante nueve años, persiguiendo mi propia purificación y salvación. Vi al mundo como una trampa y a la espiritualidad como el camino de mi liberación del mundo. Entonces encontré en mi camino las escrituras de Mahatma Gandhi. Él dijo que no existe dualismo entre el mundo y el espíritu. La espiritualidad no es sólo cosa de santos. No se limita a órdenes monásticas o cuevas en las montañas. La espiritualidad es la vida diaria, desde el cultivo de alimentos a su cocción, el acto de comer, lavar los platos, barrer el piso, construir la casa, elaborar la ropa y velar por los vecinos. Debemos llevar la espiritualidad a todas las facetas de nuestras vidas: la política, los negocios, la agricultura y a la educación. Y debemos hacerlo desde un punto de vista científico.

Ese fue un concepto tan inspirador que decidí abandonar la orden monástica y regresar al mundo cotidiano.

Satisfacer las necesidades espirituales

Nosotros, los seres humanos, tenemos necesidades corporales y también necesidades espirituales. Alimento, agua, cobijo, calor, trabajo, educación y salud son nuestras necesidades esenciales. Necesitamos entrar en actividades económicas para satisfacer estas necesidades. Pero una vez hemos satisfecho estas necesidades, necesitamos encontrar un sentido de sosiego y satisfacción para sentirnos felices y realizados. Necesitamos la sabiduría para percibir cuándo tenemos suficiente. Si seguimos con las actividades económicas incluso después de haber satisfecho nuestras necesidades, entonces nos convertimos en víctimas de la avaricia y de los deseos. Muchas de las crisis políticas y ambientales son crisis del deseo.

Los que se benefician en interminables actividades económicas invierten un esfuerzo enorme en persuadirnos de que al tener más bienes materiales seremos más felices. Pero la felicidad no proviene sólo de los bienes materiales; también tenemos necesidades sociales y espirituales: la necesidad de una comunidad, el amor, la amistad, la belleza, el arte y la música. Necesitamos utilizar nuestra imaginación y nuestra creatividad. Necesitamos la oportunidad para hacer cosas con nuestras propias manos. Necesitamos tiempo para estar quietos y contemplar; necesitamos espacios que podamos apreciar y disfrutar. Estas necesidades espirituales no pueden ser satisfechas convirtiéndonos en consumidores de objetos ofrecidos por empresas que obtienen inmensos beneficios en detrimento del medio ambiente y de la ética, y a costa de las generaciones venideras. El materialismo es su nueva religión y quieren que todos nos convirtamos a ella y seamos miembros leales de su fe.

Esta religión del materialismo es evidentemente insostenible. Si los seis mil millones de ciudadanos del planeta vivieran el estilo de vida de los consumidores occidentales, y consumieran la energía de los combustibles fósiles, necesitaríamos cinco planetas, pero no tenemos cinco planetas: sólo tenemos uno. Por eso, necesitamos inventar un estilo de vida de elegante simplicidad en la cual los regalos de la Tierra se comparten entre todos los seres humanos de manera justa, sin comprometer las necesidades del mundo más que humano y de las futuras generaciones. Esta elegante simplicidad es la manera de descubrir la espiritualidad. Abrazamos la simplicidad no sólo porque ese estilo de vida consumista es injusto e insostenible, sino también porque es la causa del descontento, de la insatisfacción, la desarmonía, la depresión, la enfermedad y la división. Aunque no existiesra el problema de calentamiento global, de escasez de recursos, de polución y desperdicio, seguiríamos necesitando escoger un estilo de vida más sencillo que nos conduzca a, y sea congruente con, la espiritualidad, porque un estilo de vida sencillo, un estilo de vida desembarazado del peso de las posesiones innecesarias, es el estilo de vida que nos puede ofrecer la oportunidad de explorar el universo de la imaginación y encontrar la felicidad ilimitada en ese universo.

El Buda era un príncipe, poseía palacios, elefantes, caballos, terrenos y tesoros de oro y plata, pero descubrió que toda esa riqueza lo mantenía encadenado a la avaricia, al deseo, la ansia, el orgullo, el ego, el miedo y la ira. La idea de que el poder y la riqueza lo harían feliz era una ilusión; la felicidad por medio de posesiones materiales era un espejismo. Así que se abrazó a una vida de pobreza noble, lo que significó aceptar ciertos límites voluntariamente. En esos tiempos no había explosión de población, el Buda no sufría escasez de materiales básicos o recursos naturales, no había problema de calentamiento ambiental y sin embargo prefirió el camino de la espiritualidad y la simplicidad porque era la única manera de cubrir las necesidades del alma igual que del cuerpo.

Espiritualidad y civilización


Mi terreno, mi casa, mis posesiones, mi poder, mi riqueza son los deseos de mentes pequeñas. La espiritualidad nos libera de la mente pequeña y del pequeño Yo, la identidad del Ego. A través de la espiritualidad podemos abrir las puertas de la mente grande y del corazón grande donde compartir, velar por los demás, y sentir compasión son verdaderas realidades. La vida existe sólo a través del regalo de otras vidas: toda la vida es interdependiente. La existencia es una red intricada de relaciones interconectadas. Compartimos el aliento de la vida y de esa manera estamos conectados. Seamos ricos o pobres, blancos o negros, jóvenes o viejos, humanos o animales, peces o aves, árboles o piedras, todo se sostiene en el mismo aire, la misma luz solar, la misma agua, la misma tierra. No existen fronteras, no hay separación, no hay división, ni dualidad; todo es el baile de la vida eterna donde el espíritu y la materia se mueven como uno. Día y noche, tierra y cielo bailan juntos, y donde hay baile, hay felicidad y belleza.

La religión del materialismo y la cultura del consumismo que promueve la civilización occidental han bloqueado el flujo de la felicidad y belleza. Una vez, a Mahatma Ghandi le preguntaron: “¿Qué piensa usted de la civilización occidental?” Replicó: “Sería una buena idea”. Sí, sería una buena idea porque cualquier sociedad que rechaza los valores espirituales y se pelea por bienes materiales, monta guerras para controlar el petróleo, y produce armas nucleares para mantener su poder político, no puede llamarse una civilización. La cultura moderna, consumista, construida sobre instituciones económicas injustas e insostenibles no puede considerarse civilizada. La verdadera marca de la civilización es mantener un equilibrio entre el progreso material y la integridad espiritual. ¿Cómo podemos considerarnos civilizados cuando no sabemos vivir juntos en armonía ni vivir en la tierra sin destruirla? Hemos desarrollado tecnologías para alcanzar la luna pero no la sabiduría para vivir con nuestros vecinos, ni mecanismos para compartir alimentos y agua con los demás seres humanos. Una civilización sin una base espiritual no es una civilización.

Nuestra manera de tratar a los animales es un claro ejemplo de nuestra falta de civilización. Vacas, cerdos y gallinas viven presos en granjas-fábricas. Utilizamos ratones, monos y conejos como esclavos como si no sintiesen dolor; todo por culpa de la avaricia y arrogancia humanas. La civilización occidental parece creer que la vida es prescindible en servicio del deseo humano. El racismo, el nacionalismo, el sexismo, y la discriminación contra personas mayores, han sido confrontados y en cierta medida eliminados, pero el humanismo sigue dominando nuestras mentes. Esto nos hace considerar que la especie humana es superior a las demás especies. Este humanismo es una clase de especies-ismo. Si vamos a luchar por la civilización deberemos cambiar nuestra filosofía, nuestra visión global y nuestro comportamiento. Deberemos entrar en un nuevo paradigma en el cual todos los seres son considerados inter-seres, inter-dependientes, inter-relacionados e inter-especies.

La espiritualidad comienza en casa

¿Dónde comenzamos esta revolución espiritual? Comenzamos con nosotros mismos. La autotransformación es el primer paso hacia la transformación social, política y religiosa. Toda transformación comienza en el fondo y se mueve hacia arriba hasta abarcar al mundo entero. Esta es la ley del mundo natural. El roble grande y poderoso comienza con una bellota en la tierra. Después de sembrarla, durante unas semanas y meses nadie sabe si esa bellota vive o no, o si emergerá al mundo. Pero esa transformación secreta bajo la superficie terrestre permite a la bellota emerger de la tierra como un brote tierno. Sigue pequeño e insignificante, pero sólo con ese comienzo insignificante comienza el proceso que eventualmente resultará en el poderoso roble.

Mi madre solía decir: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad, pero antes de que puedas encender otras velas necesitarás encender tu propia vela. Se tu propia luz. Entonces podrás ofrecerte para ayudar a los demás. ¿Cómo puedes hacer feliz a otra persona si tú no eres feliz? Pero tu felicidad nace de tu bondad hacia los demás”.

Por eso las transformaciones sociales y políticas van juntas, porque cuando nos libramos del miedo y la ansiedad y quedamos tranquilos con nosotros mismos, entonces somos capaces de involucrarnos en la comunidad que nos rodea y con la sociedad en general para efectuar cambios sociales y políticos para mejorar las vidas de todos. Ese acto desinteresado de altruismo, a su vez, nos trae un mayor sentido de realización personal, de satisfacción y felicidad. De esa manera lo personal y lo político interactúan.

Tres pasos prácticos hacia la espiritualidad


Confianza

Exploremos unas cuantas áreas de la espiritualidad. Ante todo entre ellas está la eliminación del miedo y el cultivo de la confianza. Si observamos detenidamente nos daremos cuenta de que muchas de nuestras dificultades psicológicas nacen del miedo. Un sentido de inseguridad, la ambición de lograr el éxito, el deseo de comprobar que valemos, los esfuerzos por causar impresión en los demás, el ansia por el poder sobre los demás y de controlarlos, la adicción a consumir y poseer, todos están finalmente relacionados con el miedo. Este miedo personal crece y se convierte en miedo social e inseguridad política. Pues el primer paso hacia la renovación espiritual es observar el fenómeno del miedo en nuestras vidas y darnos cuenta de que el miedo provoca más miedo. Luchamos para construir defensas psicológicas y físicas pero sólo sirven para aumentar nuestro miedo. Incluso cuando tenemos armas nucleares para protegernos no nos libramos del miedo.

Además, la historia ha demostrado que las armas nucleares no ofrecen defensa y no traen seguridad. El ataque sobre las Torres Gemelas en Nueva York comprobó que al final, todas las defensas son futiles. Los atacantes pueden atacar con cuchillo o cúter, entonces ¿dónde está la justificación para malgastar tanto tiempo, esfuerzo y recursos construyento misíles nucleares cuando no proporcionan ni defensa ni seguridad? El país más poderoso del planeta, los EUA, es también el país más inseguro del mundo. Paradójicamente, cuantas más defensas construimos, más inseguros estamos. Las sociedades occidentales parecen estar obsesionadas con la seguridad y sufren mucho para asegurarse contra cualquier eventualidad. Tal obsesión tiene un efecto paralizador.

El primer paso hacia la esfera espiritual es comprender el miedo y cultivar la confianza. Confía en ti mismo. Eres lo bueno que eres. Personificas la chispa divina, el impulso creativo, el poder de la imaginación que siempre tendrás a tu lado y te protegerá. Confía en los demás: están en la misma barca contigo. Desean el amor como tú. Sólo podrás florecer a través de relaciones con otras personas. Tú eres porque otros son y otros son porque tú eres. Todos existimos, florecemos y maduramos en esta mutualidad, reciprocidad y unidad. Entrega amor y el amor será reciprocado. Entrega miedo y el miedo será reciprocado. Planta una semilla de cardo y obtendrás cientos de cardos. Planta una semilla de camelio y obtendrás centenares de camelias. Cosecharás lo que siembras, ésa es la antigua sabiduría. Sin embargo, aún no la hemos aprendido.

Entonces confía en el proceso del universo. El sol está ahí para nutrir toda la vida. El agua está para calmar la sed. La tierra está para dar alimento. El momento en que nace un bebé el pecho de la madre se llena de leche. El proceso del universo está incrustado en la vida –el sistema de apoyo de la mutualidad-. Cientos de miles de especies –leones, elefantes, serpientes, mariposas– se nutren, beben, encuentran cobijo y protección en el misterioso proceso del universo; confía en él. Como Julián de Norwich dijo: “Todo acabará bien. Todas las cosas acabarán bien”.

Participación

La segunda cualidad espiritual es la participación. Participa en el proceso mágico de la vida. La vida es un milagro: no la podemos explicar; tampoco podemos conocerla del todo, pero podemos activa y conscientemente participar en ella sin tratar de controlarla, manipularla y subyugarla.

La participación es fácil y sencilla. Se nos han otorgado dos maravillosas manos para cultivar la tierra y producir alimentos. Al trabajar con la tierra en el jardín satisfacemos la necesidad del cuerpo tanto como la necesidad de la mente. La producción industrial de alimentos nos ha robado el derecho primordial de participar en el cultivo de alimentos. El cultivo masivo mecanizado e industrializado nace de nuestro deseo de dominar. El cultivo pequeño, natural, localizado –aún mejor, nuestro propio huerto– es una manera de participar con los ritmos de las estaciones. Nuestros países deberían ser jardines, no explotaciones. Los animales deberían ser liberados de las prisiones de las explotaciones mecanizadas. Cultivar alimentos es un ejemplo del principio de la participación. Hornear pan, preparar comidas, compartir la comida con la familia, amigos e invitados son al mismo tiempo actividades espirituales y actividades sociales y económicas. La cultura de la comida rápida nos ha robado la actividad fundamental de la participación en el ritual diario y práctica de alimentación física y espiritual. Es precioso que personas por toda Europa se sienten inspirados por el movimiento italiano de la Comida Lenta. La Comida Lenta es la comida espiritual. La comida rápida es la comida del miedo.

La tranquilidad es una cualidad espiritual. Si queremos restaurar nuestra espiritualidad necesitamos tranquilizarnos. Paradójicamente sólo cuando nos tranquilizamos podemos llegar más lejos. Hacer menos, consumir menos, producir menos nos permitirá ser más, celebrar más, y disfrutar más. El tiempo es lo que perfecciona las cosas. Date tiempo a ti mismo para hacer las cosas y date tiempo para descansar. Toma el tiempo necesario para hacer y también para ser. Es en el baile de hacer y ser donde la espiritualidad se encuentra.

Una vez, el Emperador de Persia preguntó a su Maestro Sufi: “Por favor aconséjame: ¿qué debo estar haciendo para renovar mi alma y refrescar mi mente, para poder ser feliz conmigo mismo y efectivo en mi trabajo?” El Maestro Sufi dijo: “Señor mío, ¡duerma todo lo que pueda!” El Emperador se sorprendió y se asombró al escuchar la respuesta y dijo: “¿Dormir? Tengo poco tiempo para dormir. Tengo que velar por la justicia, aplicar leyes, recibir embajadores y liderar ejércitos. ¿Cómo puedo dormir cuando tengo tanto que hacer?” El Maestro Sufi respondió: “Señor, cuanto más duerma, ¡menos oprimirá!” El Emperador se quedó mudo: comprendió el significado del astuto Sufi. Aunque el sabio era duro, también tenía razón.

Los países occidentales están en una posición similar a la del Emperador de Persia. Cuanto más trabajamos, más consumimos: conducimos coches, volamos en aviones, vamos de compras y producimos basura. Cuanto más rápido hacemos estas cosas, más daño estamos infligiendo al ambiente, a los pobres y a nuestra paz mental. Así que la verdadera forma de participar es vivir y trabajar en armonía con nosotros mismos, con los demás seres humanos y con el mundo natural. La participación no equivale velocidad y eficiencia, sino armonía, equilibrio y acción apropiada.

Gratitud

La tercera cualidad espiritual es un sentido de gratitud. En nuestra cultura occidental nos quejamos de todo. Si está lloviendo decimos: “¡Qué tiempo más malo hace, tanto frío y humedad!” Cando hace sol nos quejamos: “¿No hace calor? ¡Qué calor!”. Los medios están llenos de quejas y críticas. Los debates en el parlamento se concentran en los aspectos negativos de las políticas del gobierno. La oposición culpa al gobierno y el gobierno se queja de la oposición. La cultura nacional de quejas y culpas lo permea todo, incluso en nuestra vida familiar y en nuestros lugares de trabajo. Debido a la dominancia de la cultura de la condena aprendemos a condenarnos a nosotros mismos también. “No valgo lo suficiente”, es un sentimiento común. Lo que hacemos, no lo apreciamos. Pensamos que deberíamos estar haciendo algo diferente, otra cosa, algo mejor. Entonces, tampoco aprendemos a apreciar lo que las demás personas hacen. “Tuve una niñez terrible”, nos quejamos. “Mi colegio fue malísimo”, decimos. “Mis compañeros de trabajo nunca me aprecian”, alegamos, y este tipo de crítica es interminable.

Para desarrollar la espiritualidad, necesitamos balancear nuestras facultades críticas con la facultad de la apreciación y la gratitud. Necesitamos entrenarnos a enfocar nuestras mentes para reconocer los dones que hemos recibido de nuestros ancestros, nuestros padres, nuestros maestros, nuestros compañeros y nuestra sociedad en general. Tembién necesitamos expresar nuestra gratitud por los regalos de la Tierra. ¡Qué magnífico sistema Gaiano, éste del que formamos parte! Regula el clima, organiza las estaciones del año y provee abundancia de alimentos, belleza y placeres sensuales para todas las criaturas. Cuando experimentamos el asombro de las maravillas de la Tierra sagrada no nos podemos sentir más que bendecidos y agradecidos. Cuando se sirve la comida nos afecta un sentido de gratitud. Agradecemos al cocinero y al jardinero pero también agradecemos a la tierra y la lluvia y la luz del sol. Incluso expresamos nuestra gratitud hacia las lombrices que han estado trabajando día y noche para mantener la tierra fértil. Más allá de la destreza del jardinero, sin lombrices no hay alimento. Por eso en alabanza decimos: “Que vivan las lombrices”, y aún más allá nos juntamos al poeta Gerard Manley Hopkins y decimos: “Que siga viviendo lo húmedo y lo salvaje”. Es la belleza de lo salvaje lo que alimenta nuestra alma mientras el fruto de la tierra alimenta el cuerpo.

La generosidad y el amor incondicional de la Tierra hacia todas sus criaturas no tiene límites. Plantamos una pequeña semilla de manzana en la tierra. Esa pequeña semilla se convierte en un árbol en unos años y produce miles y miles de manzanas año tras año. Y todo eso de una semilla pequeña, que a veces se siembra sola. Cuando en el otoño las manzanas maduran con su carne fragante, jugosa y crujiente, comemos hasta que nos lo agradece el corazón. El árbol no conoce la discriminación, no hace preguntas. Rico o pobre, santo o pecador, filósofo o payaso, abeja o pájaro, todos y cada uno pueden recibir el fruto libremente. ¿Qué más podemos sentir sino agradecimiento? Y desde esta gratitud fluye humildad, ya que la arrogancia nace de las quejas y las críticas. Cuando somos críticos hacia la naturaleza llegamos a la conclusión de que la naturaleza no es suficiente: es imperfecta y no fiable. La naturaleza necesita nuestra tecnología e ingeniería, así que nos esforzamos por mejorarla, pero acabamos destruyéndola. Con un sentido de gratitud obramos con el grano de la naturaleza, trabajamos en armonía con ella y apreciamos sus cualidades milagrosas.

Para acabar, mi enfoque es que no hay dualismo y separación entre la materia y el espíritu. El espíritu contiene a la materia y la materia al espíritu, pero los hemos separado y hemos hecho del espíritu un asunto privado y hemos permitido que la materia sola domine nuestra vida pública. Necesitamos subsanar esta separación urgentemente. Sin tal reparación, el mundo material, la Tierra misma seguirá sufriendo consecuencias catastróficas, y las sabidurías espirituales seguirán siendo percibidas como idealísticas, esotéricas, prácticas de otros mundos que son totalmente irrelevantes para nuestra existencia cotidiana.

Cuando seamos capaces de reparar esta separación seremos capaces de inculcar el espíritu en los negocios, en el comercio y en la economía. Seremos capaces de crear una política que funciona para todos. Nuestras religiones no serán divisivas; al contrario: se convertirán en una fuente de sanación y servirán para resolver conflictos. El movimiento en favor de la sostenibilidad ambiental y la justicia social inspirará en lugar de agitar y, personalmente, los seres humanos se sentirán más cómodos consigo mismos y con el mundo que los rodea. La unión de materia y espíritu, de negocio y espíritu, de política y espíritu, de religión y espíritu y de activismo y espíritu es la más importante unión requerida en nuestro tiempo.

La gente siente hambre por alimentos espirituales, esta hambre no puede ser satisfecha con bienes materiales. Por eso, la gran labor que tenemos en nuestras manos es de crear espacio y tiempo para que la gente descubra su propia espiritualidad igual que la espiritualidad de los demás.

No debería ser necesario que yo defendiera el caso del espacio espiritual, pero porque durante los últimos varios centenares de años la cultura Occidental ha seguido negando al espíritu y ha estado ocupada con elevar el estatus de la materia, nuestra sociedad y nuestra cultura han perdido el equilibrio e integridad. Para restaurar este equilibrio he señalado la importancia del espíritu. En un mundo ideal la gente reconocería que el espíritu siempre se halla implícito en la materia. Tradicionalmente, así es como era. La gente peregrinaba hacia montañas y ríos sagrados; la vida se consideraba sagrada e inviolable. Reconocíamos la dimensión metafísica de los árboles. El árbol que habla, el árbol de la sabiduría y el árbol de la vida expresan la cualidad espiritual implícita del árbol. El imperativo más importante de la vida es recuperar esta sabiduría perenne.


Satish Kumar es el Presidente de Schumacher UK, Editor de la revista Resurgence y Director de Programas en Schumacher College.


Fuente: Pocapoc

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, no hagas comentarios insultantes o injuriosos, ni difames o acuses de faltas o delitos no probados

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.