20/6/07

La parroquia de Entrevías, por Fernando León de Aranoa


Comenzamos a preparar Princesas en un local vacío, justo enfrente de la parroquia de Entrevías. A él se asomaban a veces los vecinos, intrigados; también la seca realidad del barrio, preguntando de muchas maneras, con muchos acentos distintos, si tendríamos allí trabajo para ellos. Al llegar creímos que nos instalábamos en sus calles para rodar una película, pero nos equivocamos: fue el barrio el que se instaló en nuestro rodaje, en nuestra película. Pronto los chavales se organizaron en turnos para cuidar por las noches el local en el que rodábamos y los desocupados que ese verano paseaban por un descampado próximo continuaron haciéndolo, pero ya como parte de la figuración de la película. También ella se coló en la vida de los vecinos, a veces literalmente: una señora se nos acercó un día para advertirnos de que en el televisor de su casa podía ver los planos que rodábamos en la calle. La señal de nuestro receptor se colaba en la parabólica de su comunidad, convirtiéndola en la primera espectadora de la película. Y pronto en su primera crítica: a menudo se dejaba caer por el rodaje al terminar la jornada para comentarme cómo había visto a las actrices. En las calles de Entrevías encontramos así nuestra particular ciudad de la luz, nuestro Cinecittà obrero; barrio duro y orgulloso, dolorido aún por el atentado reciente de marzo, por los cotidianos atentados del desempleo y la droga, y aun así, paciente con nosotros, hospitalario y cercano.

En él llevan muchos años Javier, Enrique y Pepe. Hacen un trabajo hermoso al frente de la parroquia de San Carlos, un trabajo que parte de su fe y llega limpio hasta los que más lo necesitan: excluidos, inmigrantes y presos, hijos del paro, madres y hermanos de la droga.

Durante el tiempo que duró el rodaje fuimos parte de su parroquia. Pasamos muchas horas en ella compartiendo experiencias, trabajo, comida. Las figurantes latinas se persignaban rápidamente antes de empezar a rodar ante la imagen de un gran Cristo crucificado y tiraban de sus faldas hacia abajo, tratando inútilmente de alargarlas. El rodaje se integró así con la vida de su comunidad, que era un espacio de participación, una parroquia hecha por sus parroquianos.

Había estado antes en ella, a finales de los noventa. Proyectaban Barrio y los curas me habían invitado a hablar de la película con los chavales que, sin saberlo, la inspiraban. Fui yo el que más aprendió aquella tarde, de ellos y de los padres, de su dedicación y de su entrega.

Hoy quieren cerrarla, y para hacerlo separan su fe, el modo en el que celebran la liturgia, de su trabajo a favor de los necesitados, sin entender quizá que para ellos son la misma cosa. No relajan la liturgia, la acercan a la realidad del barrio haciéndola más próxima, más accesible.

Entre sus parroquianos están las madres de uno de los barrios en los que a más chavales se ha llevado droga. Algunas han perdido tres, cuatro hijos. Cuentan que allí, entre esas paredes, aprendieron a no odiar, a aceptar su pérdida. Y que en ese lugar, con la ayuda de sus párrocos, los recuperaron. Porque sin darse apenas cuenta formaron una cadena que empieza allí abajo, en ellas, en su parroquia, y sube hasta el cielo, conectándoles de regreso con sus hijos. Si se la cierran, dicen, quizá esa cadena se rompa y vuelvan a perderlos.

La parroquia de Entrevías es el lugar en el que la Iglesia recupera su sentido último de amparo, de acogimiento. Tomar Iglesia significa tomar en ella asilo, protección. "Iglesia me llamo", decían los perseguidos para no dar su nombre cuando se sentían en peligro; lo dice también el que se siente a salvo al fin de persecuciones, de daños. Los curas de Entrevías lo saben, y con su trabajo devuelven a la institución ese sentido esencial.

Su parroquia no es la parroquia de los pobres. Es el lugar donde los marginados no están fuera, en la puerta, sino dentro. Es el lugar de los que se llaman Iglesia; de los últimos, de los que viven del otro lado de la fortuna. Pero es también la parroquia donde todos caben. Hasta el rodaje de una película.

Fernando León de Aranoa es director de cine


Fuente: El País

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