Tiene su miga determinar quiénes son los que establecen cuándo una crisis es tal y cuándo esa misma crisis ha tocado a su fin. Y tiene su miga porque las fórmulas abrazadas por estas gentes son cualquier cosa menos claras, confundidas como aparecen con intereses a menudo inconfesables. Que el capitalismo global estaba en crisis manifiesta antes de septiembre del 2007 era una evidencia para cualquier analista moderadamente sensible, y ello por mucho que los adalides de los sistemas que padecemos prefiriesen esquivar, entonces, esa conclusión. Hoy, en paralelo, sobran las razones para afirmar que el final de la crisis que empieza a cobrar cuerpo en el discurso oficial sólo puede darse por bueno si se cancelan las cautelas más elementales.
Para dar cuenta de lo anterior lo primero que se impone es recordar que las reiteradas declaraciones que se han producido en los últimos días en lo que atañe al final de la etapa de recesión beben en buena medida de un designio prefijado: el de crear un escenario psicológico que permita que ese final se haga realidad, y ello aun en ausencia de elementos materiales que apuntalen el proceso. Más allá de ello, y comoquiera que, fanfarria retórica aparte, no hay motivos para afirmar que las reglas del juego han cambiado sensiblemente -la desregulación sigue campando, en otras palabras, por sus respetos-, lo suyo es afirmar que, de entrar las economías en una fase de bonanza, por muy relativa que esta sea, lo más sencillo es que el retorno a un escenario de recesión sea rápido. Hay quien sostiene al respecto que, comoquiera que los problemas principales no nacen del capitalismo desregulado, sino de la propia lógica del capitalismo en sí mismo, sin adjetivos, debemos prepararnos para un escenario marcado por el descrédito de los esquemas cíclicos que hemos manejado durante decenios. O lo que es lo mismo: debemos aceptar que la recuperación de la que hablan tantos estudiosos no es sino un fuego de artificio que esconde una nueva crisis que se manifestará con rapidez.
Que las reglas, y los valores, no cambian lo demuestra palmariamente un hecho: nadie parece dispuesto a tomarse en serio una discusión central como es la de la idoneidad del crecimiento económico y del despegue del consumo a la hora de medir cómo van las cosas. Nunca se subrayará lo suficiente que, a diferencia de lo que ocurrió en 1929, el capitalismo se topa hoy con un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Cualquier apuesta que dé en defender inopinadamente el crecimiento como panacea resolutoria de todos los males - y en ese magma mental se hallan, entre nosotros, tanto el Gobierno como la oposición-arrastra problemas sin cuento que nacen del olvido de circunstancias importantes. Entre ellas despuntan la precaria, por no decir nula, relación entre el crecimiento económico y la cohesión social, el agotamiento de recursos básicos, el despliegue de agresiones medioambientales acaso irreversibles y el asentamiento de un modo de vida esclavo que confunde interesadamente felicidad con consumo.
Parece, por otra parte, que quienes anuncian el final de la crisis sólo tienen en mente la manifestación de esta que hemos decidido etiquetar de financiera. Hay, sin embargo, en la trastienda, otras crisis que no suscitan, llamativamente, atención alguna. Porque ¿hemos puesto un freno convincente, por ejemplo, al cambio climático, una realidad inexorable de efectos en todos los casos negativos? ¿Hemos asumido políticas de reducción del consumo y de despliegue de energías renovables que nos permitan encarar con optimismo el incremento, inevitable a medio y largo plazo, de los precios de la mayoría de las materias primas energéticas, manifiestamente escasas, que hoy empleamos? ¿Estamos actuando de manera creíble para poner coto a un problema de siempre, como es el de la pobreza y el hambre que atenazan a buena parte de los habitantes del planeta?
Los hechos así, más bien parece que quienes se empeñan en contarnos que la crisis ha terminado están pensando, en exclusiva, en sus intereses más inmediatos y mezquinos, y están olvidando lo que perciben todos los días en su carne la mayoría de los seres humanos. Y es que, y dicho sea de paso, muchos de los habitantes del sur de Asia, del África subsahariana y de América Latina han vivido siempre inmersos en una crisis de la que, las cosas como van, tienen pocas esperanzas de salir.
Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de ´En defensa del decrecimiento´.
Fuente: La Vanguardia. Visto en Reggio's
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Me pondré de abogado del diablo en nuestra contra, Cristobal. El sistema nos ha vuelto a robar uno de los lemas de la "psicología yóguica": el pensamiento positivo para modificar la percepción colectiva.
ResponderEliminarEn contraste, yo creo que deberíamos quedarnos con la frase de Beckett : "El realismo sobrio con su carga acorde de pesadumbre sirve a la causa de la emancipación humana mucho más lealmente que la utopía cargada de ilusión". Pues eso. Todos preferimos lo bonito, lo idealista, lo vendible......y mientras tanto, el BCE limpia los balances de la banca con financiación al 1% que les ha permitido hacerse con las acciones de las compañías cotizadas en bolsa a los precios más baratos que podrían haberse jamás imaginado (incentivando el ya de por si el control económico-financiero del poder). Y mientras tanto, nosotros calladitos sin levantar el puño (no como las ministras esas, por supuesto).
Hoy me ha traicionado el ego pero a su vez, no quiero perderlo en la inacción y en el "wishful thinking". Dura diatriba, de la que estoy seguro que compartes algunos conceptos.
Estimado Rafael, magnífico comentario, comparto todo lo que dices, y además me gusta mucho cómo lo dices, uno de los mejores comentarios que se han escrito en este blog, doy fe :-)
ResponderEliminarun abrazo de Cristóbal
Permítanme un análisis más cáustico y cínico: la crisis financiera, motivada por la especulación desmesurada entorno a los derivados y otros productos ilegítimos, ya se ha cobrado sus víctimas, que nunca podrán resarcirse de los billones de euros perdidos. El gran "timo" debía camuflarse en una crisis financiera real. Como los pobres ilusos - ni sus países - han protestado en demasía, pues a continuar como estábamos ... y todavía cuesta cerrar el acuerdo sobre los bonus de los ejecutivos (bancarios).
ResponderEliminarVamos, que es la monda.
Gracias por el interesante comentario, que apunta a una realidad paralela, en efecto, la crisis real va por un lado y la crisis que vemos las personas normales va por otro, no es lo real, es como Matrix, a mi me cuesta creer que el acuerdo sobre los bonus de los ejecutivos vaya a ser el tema de discusión en la cumbre del G20, lo que está en discusión ahora mismo es si el dólar va a seguir siendo la divisa internacional, pero de esas discusiones no nos vamos a enterar, porque no les interesa, entra en juego el sistema, efectivamente nos ven como ilusos que nos creemos todo y además no protestamos, por ahora,
ResponderEliminarsaludos cordiales de Critóbal