La cumbre del G-20 se ha orientado más a paliar la crisis actual que a atajar sus causas más profundas. Pero, ¿son acertados los remedios propuestos? ¿Se ha dado algún paso hacia reformas de fondo? Creo que los remedios han de estar relacionados con el diagnóstico de la crisis y observo que se producen a la vez errores de diagnóstico y de tratamiento.
El hecho de que la crisis actual se evidenciara a raíz de la explosión, en agosto de 2007, del mercado de hipotecas de alto riesgo estadounidenses llamadas subprime y de sus productos estructurados, induce a responsabilizarlos de la crisis. Pero, ¿cómo un área de negocio tan pequeña dentro del mundo financiero puede haber generado una convulsión tan grande? Las hipotecas subprime y sus derivados no causaron por si solos este embrollo. Hay que reconocer que fue una mezcla explosiva de desregulación y relajación de la disciplina monetaria lo que posibilitó tanto la enorme expansión de créditos y depósitos a tipos anormalmente bajos como el despliegue de otras cadenas más amplias de creación de activos y pasivos financieros que se apoyan mutuamente en los balances de las empresas, aportando un ingrediente fundamental a la actual creación monetaria globalizada. Esta gran liquidez barata alimentó la burbuja inmobiliario-financiera y el espectacular endeudamiento de los hogares, generando una dinámica financiera insostenible que se acabó rompiendo por el eslabón más débil de las subprime. La gravedad de la crisis denota que éstas fueron la punta del iceberg de una podredumbre generalizada que habrá que sanear.
Ese saneamiento plantea la necesidad de reestructurar y renegociar un volumen importante de activos inflados o de mala calidad. Para ello habrá que tomar en serio el problema y crear los instrumentos –sociedades de rescate, de recapitalización, criterios de valoración de las innovaciones financieras– necesarios para evitar la discrecionalidad y la opacidad que han sido habituales en las operaciones de salvamento. También habrá que acordar y hacer explícita y transparente la intervención del Estado en el reparto de las pérdidas.
Resulta inquietante que la primera y más sólida propuesta de la cumbre apunte a apoyar la recuperación con potentes estímulos fiscales y monetarios, antes de preocuparse de sanear la situación. Estos estímulos pueden beneficiar a los inversores y/o prestatarios más imprudentes, evitando que el precio de los activos sobrevaluados baje lo que debiera y, por ende, desplazando los desequilibrios e incertidumbres hacia el futuro. A la postre, estas inyecciones que fuerzan a la economía a repuntar sin haber saneado sus cimientos contribuyen a encadenar burbujas.
En lo que concierne a las medidas sistémicas, se plantea reforzar el control y la transparencia de las entidades, los productos y los mercados financieros, como si de descubrir la pólvora se tratara, cuando debería hablarse de cumplir el Acuerdo de Basilea II y sus actualizaciones. Estos ya venían proponiendo de forma bastante matizada ese control, abarcando las llamadas operaciones fuera de balance e, incluso, el peligro que entraña la exposición de diversas entidades a un mismo riesgo –como puede ser el pinchazo de la burbuja inmobiliaria– no contemplado en nuestra normativa. La falta de concreciones como estas, unida a la indecisión sobre los paraísos fiscales, otorga al discurso de la cumbre, respecto a las medidas de fondo, un tono más ceremonial que eficaz.
José Manuel Naredo es economista y estadístico
Fuente: Periódico Público
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