21/4/08
Los hambrientos salen de nuevo a las calles, por Raj Patel
Volvemos a ver en muchas ciudades del mundo disturbios por la carestía de los alimentos. Esto revela hasta qué punto está podrido el corazón de la política y la economía de tantos países en vías de desarrollo.
Recientemente, los precios de los alimentos han experimentado en todo el mundo unas subidas extraordinarias. Tanto es así, que Naciones Unidas ha anunciado que necesitan 500 millones de dólares antes de que transcurra un mes a fin de evitar que se produzca una hambruna generalizada. El pasado marzo, el precio del arroz subió en los mercados asiáticos un 30% en un solo día. Ésta y otras subidas de precios son el resultado de una tormenta perfecta en la que se han combinado los efectos de las malas cosechas, la escasez de alimentos almacenados, la sustitución de cultivos de alimentos por otros que producen biocombustibles, el aumento de la demanda de carne, el precio récord del petróleo, y la especulación financiera.
El aumento del coste de los alimentos ha llegado a ser tan grave que incluso se ha inventado un nombre para bautizarlo: agroflación (agflation). Una fea palabra, sin duda, cuyos efectos son todavía más feos. Y que ha producido el regreso de una de las formas de activismo colectivo más antiguas del mundo: los disturbios callejeros de los hambrientos.
"Antes ganábamos 14 dólares a la semana y nos llegaba justo para ganarnos la vida. Pero desde que han subido tanto los precios, no nos alcanza para vivir. Nos limitamos a existir". La mujer que pronunció esta frase podría haber sido ciudadana de cualquiera de los países pobres donde, durante los últimos meses, se han producido disturbios callejeros provocados por la agroflación. Pero estas frases desesperadas fueron pronunciadas en Nueva York, el año 1971, y las dijo una de las Mujeres Judías del East Side que protestaban por los precios inalcanzables que los alimentos tenían en aquel momento en la ciudad. Sus circunstancias encuentran un eco en la actualidad.
Y es que la similitud entre las protestas históricas y las de este comienzo del siglo XXI no es meramente cosmética. Vale la pena analizar los vínculos entre los precios de los alimentos y la inestabilidad política. Muchas de las protestas actuales han ocurrido en países considerados como bastiones de la estabilidad. Ha habido revueltas en ciudades de Mauritania, Senegal y Burkina Faso, por ejemplo. Pero estos disturbios se han distribuido de forma irregular.
En Haití, uno de los países más pobres del hemisferio occidental, el hambre ha propiciado en los últimos tiempos la aparición de nuevas estrategias de supervivencia, fruto de una desesperación cada vez más acentuada. En las chabolas de Cité Soleil prospera hoy la industria de las "galletas de barro". Es decir, galletas hechas con margarina, sal y arcilla. La gente se las come porque no puede comprar nada mejor. Pero incluso allí la gente ha terminado saliendo a la calle y enfrentándose a las fuerzas del orden.
Haití representa un caso extremo, pero su trayectoria parece una versión acelerada del camino que van a ir siguiendo decenas de países, muchos de los cuales han sufrido años de crisis alimenticia, siempre al borde de la hambruna. Dado que los ingresos familiares en esos países se dedican en su mayor parte a la compra de alimentos, es indudable que es allí donde la agroflación tendrá efectos más dolorosos.
Ahora bien, los disturbios callejeros no se producen necesariamente en los países más pobres. Egipto y la India, por elegir dos de los países en donde ha habido recientemente manifestaciones, ocupan una posición intermedia.
¿Cómo explicar entonces la explosión de los disturbios, si su causa no es el hambre extrema? El historiador británico E. P. Thompson nos brinda alguna luz al respecto. Analizando los disturbios provocados por la carestía de los alimentos en la Inglaterra del siglo XVIII, localizó los dos factores cruciales que se suman para dar lugar a las revueltas. En primer lugar, el capitalismo trajo consigo una brutal diferencia entre lo que la gente entendía como sus derechos y las cosas que en realidad conseguía. En segundo lugar, las protestas surgían cuando los hambrientos pensaban que ésa era la única forma de hacerse oír.
La suma de estos dos criterios, a saber, la distancia muy marcada entre aquello a lo que uno cree tener derecho y aquello que en realidad obtiene, por un lado; y, por otro, el que no haya mejor manera de articular una protesta política que mediante la protesta callejera, permite explicar los disturbios causados por la falta de comida en circunstancias diversas. Esta clase de disturbios fueron frecuentes en Europa hasta la mitad del siglo XIX, pues entonces Europa comenzó a importar cereales procedentes de sus colonias para alimentar así a sus masas de trabajadores. Paralelamente, las protestas callejeras fueron sustituidas por otro tipo de actividades más sofisticadas y coordinadas, como las huelgas.
Los disturbios reaparecieron en Estados Unidos justo al término de la Primera Guerra Mundial. Las mujeres estaban en la primera línea de las manifestaciones en Filadelfia, Chicago, Toronto y Nueva York, por ejemplo. Esas mujeres creían tener el derecho de alimentar a sus familias. Cosa cada vez más imposible, debido a la fuerte inflación que se produjo al terminar la guerra. Además, esas mismas mujeres estaban excluidas de la participación política y no tenían más alternativa que la protesta callejera. En cuanto las mujeres consiguieron el derecho a voto y comenzó a producirse una mejor redistribución de los bienes, los disturbios por la carestía de los alimentos fueron perdiendo fuerza.
Así pues, la historia nos dice que prestemos atención a ambos factores, la distancia entre expectativas y realidades, por un lado, y por otro la inexistencia de un auténtico sistema democrático. Se producen disturbios callejeros por la comida en aquellos países en donde las subidas rápidas de los precios hacen prohibitiva la compra de alimentos. Y en donde, además, el desarrollo ha agudizado las desigualdades económicas entre sus propios ciudadanos, lo cual hace que crezcan las expectativas al tiempo que las probabilidades de satisfacerlas van disminuyendo. Son países en donde el abismo entre expectativas y logros se ha hecho enorme. Al mismo tiempo, los disturbios ocurren en países que sólo tienen sistemas de participación meramente formal, de manera que los pobres no encuentran modos eficaces de expresar su descontento.
En otras palabras, los disturbios por la comida son un síntoma agudo de la ausencia de una verdadera democracia, junto con una grave disminución de la posibilidad de obtener aquello a lo que los ciudadanos creen tener derecho. Desde Haití hasta la India, este doble deterioro tiene una causa común. Ambos son subproductos de las políticas de desarrollo aplicadas con criterios neoliberales. Aunque se ha hecho correr la especie de que ya no tiene validez ni se sigue aplicando, en realidad el llamado "consenso de Washington" sigue vigente, y ha supuesto para los países en vías de desarrollo un recorte radical de las ayudas de los Estados a los pobres, y, además, una profundización del hiato entre expectativas y realidades.
Además, las políticas de austeridad impuestas a esos países requieren la intervención de gobiernos capaces de ignorar las presiones democráticas de sus ciudadanos. Las instituciones financieras internacionales les conceden créditos solamente si ponen en marcha políticas de austeridad, por mucho que se quejen sus ciudadanos. Esas mismas instituciones incentivan a los gobiernos a acallar las protestas populares. De modo que, finalmente, en lugar de un debate democrático en esos países apenas si se produce una escenificación políticamente inocua de la "participación" ciudadana, lo cual permite seguir poniendo en práctica políticas de desarrollo contrarias a la voluntad de las mayorías.
Frustradas las expectativas, y sin nada que permita a los ciudadanos expresar sus necesidades, la agroflación provoca una conmoción social que puede conducir a la revuelta popular. El hecho de que volvamos a ver en las ciudades del mundo disturbios ocasionados por la carestía de los alimentos muestra hasta qué punto está podrido el corazón mismo de las economías y los sistemas políticos de muchos países en vías de desarrollo. Y qué descomunal es el fracaso de las instituciones internacionales que han pretendido llevar el desarrollo económico y democrático tanto a los países donde hay disturbios como a aquellos en donde no se han producido.
Raj Patel es autor de Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial (Los Libros del Lince). Traducción de Enrique Murillo.
Fuente: El País
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