20/5/07

Nos manipulan, por Benjamín Forcano


Dependientes y libres. Los humanos podremos parecernos a un rebaño, pero no somos un rebaño. Que lo seamos es lo que buscan los mastines de la cosa pública. Ellos conocen muy bien las leyes de los comportamientos gregarios; las claves para dominar con el menos costo posible.

El hombre tiene el privilegio de ser libre, aun cuando infinitud de veces ignore que es esclavo de sí mismo y de la sociedad. Y es que llegar al ejercicio de una libertad personal no es nada fácil: nos amaestra la gran dependencia en los primero años de la vida y se nos van agarrando querencias emocionales que no podemos controlar.

En nuestra sociedad el esquema es bien simple: la realidad se interpone entre nuestro yo y el gigantesco poder informativo. El problema está en saber quién se apropia de ella, pues la apropiación señala el comienzo de la ocupación.

Nos estamos moviendo entre repugnantes invasores de la intimidad, que aspiran a hacernos muñecos de sus deseos. El miedo a la soledad -ese hueco inquietante- hace que busquemos refugio en una excesiva dependencia de la autoridad que nos confiere seguridad.

Apropiación de la realidad. Dependencia y autonomía son dos polos dialécticos del ser humano: cómo hacerse persona entre creencias, filosofías e intereses contrapuestos. El reto tiene varias salidas: obediencia, anarquía, autonomía.

Podemos ser autónomos o dependientes (manipulados), pero la cuestión está en saber si hay un punto en el que se decide lo uno o lo otro. Yo creo que lo hay y es aquel en que se hace la recogida de la información. La información debiera ser exposición de la realidad, simplemente. La realidad habla por sí misma y no hay mejor manera de interpretarla que presentarla tal cual es.

Lo que pasa es que a nadie, o a casi nadie, se le ofrece directa la cara de la realidad; cuando creemos apresarla, hay otros que ya la han apresado –los dueños del poder mediático-, y nos la muestran perfilada con colores del propio interés e ideología.

Los hechos y los disfraces. La vida política, especialmente ahora en nuestro país, es un escenario-reflejo de lo dicho. Tomen el hecho que quieran. Esos hechos tienen un ser propio, que nadie puede negar. Pero la ideología partidista los tergiversa a su conveniencia.

Ciertamente me voy a referir a la manipulación del PP, por estar hoy en el candelero y ser la más comentada por todos. Para el PP entrar a discutir los hechos no vale, ni es productivo; lo mejor es recurrir al ataque y negarlos punto por punto. Hay que hacerlo aunque sea injusto y sea una clara mentira. La estrategia debe ser ejecutada por todos. Cuanto más, mejor. Eso puede calar.

El atentado del 11-M es un hecho superclaro del terrorismo islámico. Las elecciones de marzo del 2003, ganadas por el PSOE mediante decisión soberana y mayoritaria del pueblo, es un hecho superclaro. La ilegal, injusta e inmoral participación de España en la guerra de Irak por el presidente y gobierno de entonces es un hecho superclaro. La votación en secreto en el Parlamento para aprobar o no la guerra de Irak, que dio como resultado que ni un solo diputado del PP disintiera de la voz del jefe, es un hecho superclaro. La frustración, el rencor y la voluntad del PP, con Aznar a la cabeza, de no aceptar la derrota de las elecciones, es un hecho superclaro.

El acierto de Zapatero, presidente del Gobierno, de sacar las tropas españolas de Irak es un hecho superclaro. El carácter democrático y moral de las Leyes promulgadas por el actual Gobierno: LOE, Matrimonios Homosexuales, Igualdad entre Hombres y Mujeres, Inmigración y Políticas de normalización, Dependencia y Estado de Bienestar, etc. son hechos superclaros.

Son hechos superclaros el ajuste y aumento de las Pensiones, el descenso progresivo del desempleo, el crecimiento de la economía, la real y consensuada imparcialidad de la televisión pública, la superaumentada participación de la mujer en puestos directivos de la vida política, etc., etc. Hecho superclaro es la voluntad del Gobierno, aprobada por el Parlamento, de abrir negociación con ETA para acabar con la violencia y erradicar de una vez por todas toda amenaza, extorsión, agresión, secuestro y muerte en el País Vasco.

Pues bien, aún siendo así, no hay que dudar en negar los hechos, uno a uno.

Aunque es mentira, que nadie ceje de repetir que Zapatero es un débil, un insustancial, un ignorante, un descerebrado en política, un rompedor de España, un juguete de los terroristas etarras, un vendido, un enemigo declarado de la religión católica y de los valores sagrados del matrimonio y de la familia, un urdidor de leyes injustas e inmorales, un desastre para la imagen de España en su política exterior, un colmo de desaciertos, con nada bueno y mucho malo. Zapatero es el responsable de todo, el tirano democratizado, el tonto elegido por más de doce millones de españoles engañados, hay que acabar con él, destruirlo, enfangarlo, es el anti-cristo.

Vale todo: lo importante es hacerlo oír en el más alto, medio y bajo nivel, hasta que mucha gente acabe por gritar lo que le dicen.

De esta manera, el miedo, la inseguridad, la sinrazón se cobijan bajo el paraguas paternalista de Rajoy, Acebes y Zaplana; y se cohesionan bajo la vengativa y bien planificada conspiración.

Lo malo es que se ha instaurado este estilo como la cosa más natural. Quienes desde fuera contemplan lo que ocurre en nuestro país se quedan pasmados de la serie de barbaridades que se dicen contra el presidente del Gobierno. ¿En dónde puede presentarse el espectáculo deprimente del Senado, cuando el presidente, requerido por la oposición, accede a responder y se le recibe con pataleos, rechiflas y denuestos?

Las razones ocultas. Los hechos son superclaros, los disfraces también. Es, pues, indispensable hurgar un poco y descubrir lo que, bajo tanta bulla, hay de verdadero.

Zapatero será lo que se quiera, pero pertenece al terreno de lo obvio el estilo respetuoso, dialogante, humilde y a la vez firme, que aplica para lograr un gobierno apoyado por la mayoría. No discrimina; no se encierra castigando a quien no le secunda o no le cae bien; tiene claro que su responsabilidad es gobernar con todos y para todos. Y lo hace. Y es un mérito indiscutible. Como indiscutible es el aguante que ha demostrado ante tanta y tan zafia agresividad.

Lo descrito no encuentra explicación con decir que la gente está convencida. Obedece a otro tipo motivaciones. Vienen de atrás. Los pueblos tienen su historia y el pasado pesa mucho en el presente. Nos acompaña un hecho fundamental: La Iglesia de cristiandad o del nacionalcatolicismo siempre anduvo de mano del capitalismo y de la derecha. Se habló de la herejía de “cristianos por el socialismo”, pero nunca de la herejía de “cristianos por el capitalismo”. El socialismo era ateo, anticlerical, laicista, perseguidor de la Iglesia y marginador de la Religión. Pretendía arrinconar a la Iglesia y borrar toda huella de Dios en la sociedad. Su meta era sustituir a la Iglesia con una nueva doctrina, unas nuevas leyes, unos nuevos valores y un nuevo credo.

Y, desgraciadamente, es el leitmotiv que siguen repitiendo algunos altos dirigentes de la Iglesia.

El Vaticano II reconoció que la Iglesia, atrincherada en la Edad Media, resultó en buena parte antimoderna, anacrónica, incompatible con la libertad y el progreso, obstaculizadora de la democracia y de los derechos humanos.

Ahora, el socialismo está en el poder y sigue queriendo implantar democráticamente su programa. Pero los fantasmas siguen: “es un peligro, se dice, para la Iglesia, una degradación ética, una claudicación de la unidad y esencia de España”.

Con naturalidad, ambas derechas, la política y eclesiástica, se entienden y colaboran para combatir a un enemigo que es común. El PP pierde el poder y la Iglesia perdería su monopolio ideológico dominante. Creyentes y no creyentes estamos destinados a entendernos como personas y ciudadanos que comparten una fe común, -la fe en el ser humano- y la perspectiva de un auténtico gobernante se muestra en establecer leyes que regulen una justa convivencia para todos, la cual no es posible sin aplicar para todos una ética común y unas leyes comunes, garantizando que cada religión ofrezca lo que quiera, pero siempre sobre la base de respetar el estatuto constitucional de obligatoria vinculación para todos.

Hoy son tiempos nuevos, sin privilegios ni discriminaciones, con vuelta a la casa común de la dignidad humana, de la razón, de la libertad, del respeto y confianza mutua, del cumplimiento de la ética común. Las religiones, naturales y legítimas, se erigen sobre esa base común y están en su derecho el ofrecer valores, promesas y horizontes específicos que consideren importantes para una mayor felicidad del hombre.

Pero libremente.


Fuente: Benjamín Forcano. Sacerdote y teólogo

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