Una vez más, cuando se aproximan elecciones, arrecian discursos políticos que, lejos de aclarar los problemas y las propuestas, los soslayan o confunden deliberadamente. Porque la finalidad de tales discursos es aportar mensajes que atraigan votos y, para ello, interesa utilizar palabras atractivas, cuyas controladas dosis de ambigüedad permitan contentar a todo el mundo.
El partido del Gobierno opta por silenciar o edulcorar los problemas y, cuando ello no es posible, recurre a términos de síntesis que, a modo de conjuros, resuelvan las contradicciones en el mero campo de las palabras. Tras haber negado la crisis en las elecciones de hace un año, ahora se dice que lo peor ya ha pasado y se anuncia la aparición de “brotes verdes” en el panorama económico, aun cuando los últimos datos los demientan incluso en el caso de Estados Unidos. La oposición opta por cargar las tintas negras en lo económico y por desenterrar las sospechas sobre la responsabilidad de los atentados del 11-M para avivar la confusión y la sospecha en todos los planos, a la vez que se ignoran cínicamente las evidencias de corrupción que afloran en sus más altas instancias en los tribunales. Se trata de generar un magma difuso de realidades y ficciones que impida distinguir con claridad la verdad de la mentira, las personas respetables de los aprovechados y delincuentes, las causas profundas de nuestros males y sus remedios efectivos de los falsos atajos y panaceas, dejando a la ciudadanía cada vez más inerme para separar el grano de la paja y exigir responsabilidades.
En este contexto encaja el popurrí de medidas lanzadas para “combatir la crisis”. Se trata de mover muchas fichas para aparentar eficacia o de hablar mucho para encubrir la falta de contenido del discurso. No importa que la jugada sea incoherente, lo importante es que atraiga el mayor número de votantes, de derechas y de izquierdas, desarrollistas y conservacionistas, empresarios y trabajadores… Se postula para ello el pacto interclasista con un empeño que rememora el corporativismo franquista, se enarbola el señuelo del desarrollo “sostenible”, a la vez que se subvencionan el consumismo más desaforado y los megaproyectos del cemento, como también se dice trabajar a favor de un “nuevo modelo” económico, cuando se trata a todas luces de apuntalar el antiguo a expensas del erario público.
Pasa el tiempo y aumenta el paro sin que se aclare el principal punto de partida de cualquier programa coherente de medidas: el reconocimiento de que el curioso andamio especulativo inmobiliario-financiero autóctono acabó haciendo de España el país con mayores tasas de endeudamiento privado del mundo. Precisamente, si no cabe esperar que la burbuja repunte, es porque el endeudamiento ha tocado techo. Por ello, resulta surrealista que se traten de curar los males derivados del excesivo endeudamiento privado a base de forzar el déficit y el endeudamiento público para avalar y reanimar nuevas deudas y consumos privados, en vez de acometer el programa de saneamiento y reconversión económica que la actual situación demanda.
José Manuel Naredo es economista y estadístico
Fuente: Público
Gracias por pasarte por aquí,
ResponderEliminarsaludos de Cristóbal