17/5/09

¿Esta sociedad merece sobrevivir?, por Leonardo Boff

El actual Presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel d’Escoto Brockmann, ex-canciller de la Nicaragua sandinista, está dotando de un rostro nuevo a la entidad. Ha creado grupos de estudio sobre los más variados temas que interesan especialmente a la humanidad sufriente, como la cuestión del agua dulce, la relación entre energías alternativas y la seguridad alimentaria, la cuestión mundial de los indígenas y otros. El grupo tal vez más significativo, que incluye a grandes nombres de la economía, como el premio Nóbel Joseph Stiglitz, es el que busca salidas colectivas para la crisis económico-financiera. Todos son conscientes de que los países del G-20, por importantes que sean, no consiguen representar a los 172 países restantes, donde viven las principales víctimas de las turbulencias actuales. D’Escoto pretende reunir los días 1, 2 y 3 de junio de este año en la Asamblea de la ONU a todos los jefes de estado de los 192 países miembros para buscar juntos caminos sostenibles que sirvan a toda la humanidad y no solamente a los poderosos.

Lo más importante, sin embargo, reside en la atmósfera que ha creado, de diálogo abierto, de sentido de cooperación y de renuncia a toda violencia en la solución de los problemas mundiales. Su despacho está cubierto con los iconos que inspiran su vida y su práctica: Jesucristo, Tolstoi, Gandhi, Sandino, Chico Mendes entre otros. Todos lo llaman padre, pues sigue siendo sacerdote católico, con una profunda inspiración evangélica. Es un hombre de gran bondad, que le viene de dentro y que contagia a todos.

Bajo su influencia el presidente de Bolivia Evo Morales pudo proponer a la Asamblea General que se votase la resolución de instaurar el día 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra, proposición que fue aceptada por unanimidad. Fue un honor para mí poder exponer a los representantes de los pueblos los argumentos científicos, éticos y humanísticos de esta concepción de la Tierra como Madre.

Todo esto parece natural y obvio y de un humanismo palmario. Sin embargo —vean la ironía—, hay representantes de los países ricos que encuentran el comportamiento del padre Miguel muy extraño. Hace poco apareció un artículo en el Washington Post haciéndose eco de esta cualidad. Decía el articulista que Miguel d’Escoto habla de cosas extrañísimas que nunca se oyen en la ONU, tales como solidaridad, cooperación y amor. En sus discursos saluda a todos como hermanos y hermanas (Brothers and Sisters all). Más extraño aún, dice el articulista, es el hecho de que muchos representantes y hasta jefes de estado como Sarkozy están asumiendo ese mismo lenguaje extraño.

Dios mío, ¿en que nivel del infierno de Dante nos encontramos? ¿Cómo puede una sociedad construirse sin solidaridad, cooperación y amor, privada del sentimiento profundo expresado en la Carta de los Derechos Humanos de la ONU de que todos somos iguales y por eso hermanos y hermanas?

Para un tipo de sociedad que ha optado por transformar todo en mercancía: la Tierra, la naturaleza, el agua y la propia vida, y que coloca el ganar dinero y consumir como ideal supremo por encima de cualquier otro valor, por encima de los derechos humanos, de la democracia y del respeto al ambiente, las actitudes del presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas parecen realmente extrañísimas. Están ausentes del diccionario capitalista.

Debemos preguntarnos por la calidad humana y ética de este tipo de sociedad. Ella representa sencillamente un insulto a todo lo que la humanidad predicó e intentó vivir a lo largo de todos los siglos. No sin razón está en crisis, que más que económica y financiera es una crisis de humanidad. Representa lo peor que hay dentro de nosotros, nuestro lado demens. Se ha mostrado insostenible hasta financieramente, exactamente en el punto que es central para ella.

Este tipo de civilización no merece tener ningún futuro. Ojalá Gaia se apiade de nosotros y no ejerza su comprensible venganza. Mas si por diez justos, según dice la Biblia, Dios hubiera perdonado a Sodoma y Gomorra, nosotros esperamos también ser salvados por los muchos justos que todavía florecen sobre la faz de la Tierra.

Fuente: Koinonia
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