17/12/08

El capitalismo es inocente, por Marc Vidal

El órgano regulador de la bolsa estadounidense dice que iniciará una investigación interna para determinar las causas que condujeron a la gigantesca estafa llevada a cabo por Bernard Madoff y buscar una explicación al hecho de que no hubiera sido detectada antes pese a las "repetidas" alertas que ahora sabemos que habían. Es como una enorme metáfora de lo que nos ha venido pasando globalmente. Los aturdidos ahorradores, inversores, accionistas, pensionistas y público en general en torno al sistema capitalista viven en permanente sospecha. Vivimos la época del recelo o la desconfianza y por ese motivo los desesperados intentos de los gobiernos por rescatar con sus planes a bancos e instituciones financieras que se encuentran a la deriva están fracasando.

En lugar de irse corrigiendo ese tono gris que ahoga el sistema, el problema se agrava e indica que la recesión mundial ya es un hecho técnicamente aceptado. Las medidas adoptadas hasta ahora se demostraran inútiles y los efectos serán apocalípticos a medio plazo. La solución vendrá más por la capacidad individual o socialmente individualizada que por grandes herramientas sistémicas. El escenario está fracturado y cuanto antes nos lo expliquen mejor. Todavía hay quien no quiere verlo, los hay que dicen que aquí no somos realistas. Me acusan de pesimista y no se dan cuenta que a dos metros de esa visión se encuentra otra mucho más acertada, la que habla de un nuevo orden, una oportunidad única para reconstruir este modelo pero con una génesis solidaria y justa.

¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta del choque de trenes? Parece inexplicable que banqueros, financieros, ministros, organismos y técnicos no encendieran las luces de alarma cuando quedaban opciones de dar un paso atrás y amortiguar el desplome del sistema económico planetario. Lo que parece y lo que es, a veces, no se llevan bien. El montón de mentiras, basura y despropósitos que se han vertido sobre los pobres ciudadanos no tiene mesura posible. Las tasas de interés en el coste del dinero se mantuvieron erróneamente tan bajas y durante tanto tiempo que el incentivo para la adquisición de patrimonio a cualquiera, estuviese o no en disposición de entrar en ese “selecto” grupo del inversor inmobiliario. Aparentemente no se comprende porque hubo empresas que actuaron de un modo tan irresponsable a sabiendas que concedían hipotecas a personas que bajo ningún concepto serían capaces de saldar su deuda. Sin embargo la verdad es mucho más siniestra y lo que sucedía respondía a la “lógica” del sistema especulativo.

Resulta que esas hipotecas estaban aseguradas por compañías que emitían bonos sobre éstas, de modo que sus propietarios obtenían un suculento rédito. La duda que nadie será capaz de despejar jamás es a cuanto ascendieron el conjunto de esas operaciones de escasa consistencia. Se ha demostrado que todas esas transacciones superaron con creces las leyes, las reglas del juego, los controles que regulan el sistema financiero y el sentido común. Sólo en la imaginación de los agentes implicados en aquella orgía hipotecaria quedaba espacio para pensar que la mayoría de ellas iban a ser pagadas algún día.

Un día la imaginación dio paso a la puta realidad y empezaron los impagos y con ellos las quiebras y después las críticas a los que autorizaron créditos que sabían que eran impagables a fin de percibir primas de productividad y beneficio que eran pura magia contable. Los accionistas de esas compañías también conocían el desajuste, la mayoría tenían conocimiento de que el maquillaje en las cuentas de explotación de esas aseguradoras y entidades de crédito no representaba el aspecto real del enfermo y sin embargo no detuvieron el despropósito. No exigieron parar esa farsa que conducía irremediablemente a la quiebra de las instituciones en cuestión. Todavía hay quienes creen ver en las notas de prensa de la banca española la demostración de que nuestro sistema financiero está en mejor posición que nadie y que con nosotros no va eso de la crisis sistémica. Que cada uno piense lo que quiera, al final todo llega. Y a nuestro territorio también le llegará su San Martín.

Los organismos de control y vigilancia de la actividad de tipo financiera tenían todos los datos para saber que el sistema se iba a venir abajo tarde o temprano y tampoco pusieron colchones ni elementos de protección. Esperaron a que todo se precipitara y, con su irresponsable actuación, han ampliado los efectos de la catástrofe, que al final a quien más daño hará es al pobre ciudadano que ni sabrá de donde le vendrán las hostias. Creyeron que la gran farsa podía mantenerse indefinidamente y que bancos, inmobiliarias, aseguradoras, deudores, acreedores, hipotecados y morosos se salvarían gracias a un ajuste automático del sistema. Pero el ajuste no se ha producido.

No se ha producido ningún ajuste positivo porque los rescates y medidas de los gobiernos no pueden salvar el sistema. Están prolongando, de nuevo irresponsablemente, la angustia. Esperan que prolongando la agonía el tiempo ordene progresivamente el propio sistema. Algo que sucederá pero no a la velocidad que ellos esperan. Además las inyecciones y rescates están mostrando un nuevo capítulo en la adopción política: la impotencia.

El capitalismo no sucumbirá. No hay ninguna alternativa que pueda sustituirlo pero si otra manera de aplicarse. Esa transparencia de la que tanto se habla no debe ser una opción sino una exigencia. Actualmente nuestro sistema ha estado fuera del orden y de la propia ley que lo debe regular, por eso está siendo tan pernicioso. El capitalismo únicamente funciona en los parámetros de la legalidad con leyes justas y que ofrezcan garantías de su cumplimiento. A la vez la libertad debe ser uno de sus caracteres más destacados pero esta no debe convertirse en algo opaco o que se permita operar sin dar explicación alguna. Los hedge funds son un ejemplo claro de cómo se ha gestionado el tema. El sistema está repleto de herramientas que permiten burlar la ley con trampas legales. En un mundo donde la irresponsabilidad, el abuso y la voluntad de no explicar lo que pasa y, por derivación, no actuar contundentemente contra el fondo del problema, una crisis sistémica puede confundirse con una crisis del capitalismo pero la realidad es otra muy distinta. Esta crisis es de los capitalistas, no del capitalismo y por esa razón, la penitencia va a ser larga y penosa.

Fuente (texto y foto): Blog del economista Marc Vidal

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