Todas las referencias al "contrato social" realizadas estos días por dirigentes del PP señalan directamente a los musulmanes, reviviendo estereotipos negativos latentes en nuestra sociedad. Al ser preguntados sobre las supuestas "costumbres de los inmigrantes" que chocan con las "costumbres españolas", han mencionado el uso del hiyab y la llamada del almuédano a la oración. Pizarro ha ido un paso más allá, hablando incluso de "cortar la mano a los ladrones". ¡Como si los inmigrantes fueran cortando manos por ahí!
Resulta ilustrativo el enmarcar esta propuesta en el rechazo que la presencia del islam en nuestro país genera entre la derecha españolista. Asistimos a la emergencia de un revisionismo histórico anti-andalusí, unido a la reafirmación de los mitos fundacionales de la españolidad más arcaizante. En esta clave hay que leer las obras Al Andalus contra España, de Serafín Fanjul, El islam contra España, de César Vidal, o La Yihad en España, de Gustavo de Arístegui. Obras que responden a una orientación política explícita, y recurren a la práctica (francamente lamentable) de seleccionar aspectos negativos de un determinado periodo histórico para desacreditarlo.
Este discurso pretende que el islam es ajeno a la identidad española, que los musulmanes que vivieron en la Península durante ocho siglos eran extranjeros, que Al Andalus es una época maldita, en la cual la "verdadera España" fue arrinconada en los montes asturianos, desde donde inició una gloriosa reconquista. Vuelven Don Pelayo, Santiago Matamoros y el Cid Campeador como exponentes de la España eterna.
Recordemos las palabras de José María Aznar en la Universidad de Georgetown: "Los problemas de España con Al Qaeda comenzaron en el siglo VIII, cuando fue conquistada por los moros y rehusó perder su identidad". Y en una clase posterior: "Yo apoyo a Fernando (el Católico), creo que fue un gran rey. Creo que estamos en tiempo de guerra. O nosotros acabamos con ellos o ellos acaban con nosotros".
Resulta chocante ver cómo Aznar establece una conexión anacrónica entre el pasado y el presente, como si los musulmanes peninsulares de los siglos VIII al XV fuesen de Al Qaeda. Arístegui, por cierto, no se queda atrás, y se refiere a los almorávides y almohádes como "los primeros movimientos de corte islamista de la historia", antecedentes del "islamismo radical" que, según la derecha, amenaza a la España cristiana.
Salta a la vista el papel que la religión juega en este discurso. También la Conferencia Episcopal se ha referido reiteradamente a esta hipotética "unidad histórica, espiritual y cultural de España", basada en la romanización y la evangelización. Durante una peregrinación a la Iglesia de Santiago en Zaragoza, Rouco Varela afirmó lo siguiente: "En el fondo el alma de España vibra a través de la historia de su cultura, de todas las épocas gloriosas de su Historia. En todas ellas ha habido fidelidad de fondo a Cristo. España será cristiana y católica o dejará de existir como tal".
Todo aquel que se oponga a esta mitología es automáticamente tachado de "anti-español" y "traidor a la patria". De ahí que Mansur Escudero, presidente de Junta Islámica, haya sido calificado como "Don Julián", y que la Fundación para la Defensa de la Nación Española afirme: "La Junta Islámica ha expresado su hostilidad hacia la tradición histórica y cultural española". Y de ahí que, en una visita a Lorca, el presidente del Gobierno tuviera que suspender un acto a causa de la acción de un grupo de 300 manifestantes que gritaban "Zapatero, anticristo" y "Espa-ña cristiana, no musulmana".
Todo esto pone en evidencia la persistencia de una mentalidad arcaica en la España del siglo XXI. Cuando Aznar conecta su admiración por Fernando el Católico con la llamada "guerra contra el terrorismo", está proyectando una mitología españolista reaccionaria en la geopolítica contemporánea. Vemos así cómo el nacional-catolicismo español resucita bajo el paraguas neocon del "choque de civilizaciones".
No podemos pasar por alto el sentido último de esta conexión entre el pasado y el presente, como si se tratase de situaciones destinadas a repetirse. La presencia del islam en la España del siglo XXI es presentada como una reminiscencia de la "invasión musulmana" de la Hispania visigoda. Cuando se justifican la Inquisición y la expulsión de los moriscos con el argumento de que España estaba en guerra con el islam y de que aquéllos eran una "quinta columna", es inevitable trazar un paralelo con la situación actual, en la cual es habitual escuchar que estamos en "guerra contra el islam" y que los ciudadanos musulmanes son "quintacolumnistas" que ponen en peligro la identidad española. La expulsión o el exterminio emergen como la solución final para asegurar el retorno a la España "inmaculada" de los antepasados.
Esto es una agresión directa a la verdadera España, la España democrática y plural, en la cual debemos aprender a convivir cristianos, budistas, judíos, ateos, agnósticos y musulmanes. Lo que hoy da cohesión a nuestra sociedad no es la mitología nacional-católica, sino valores compartidos como los derechos humanos y el laicismo, el pluralismo religioso y la igualdad hombre-mujer. Éstos son los cimientos de la España abierta que entre todos debemos construir, una tierra de convivencia con la cual todos podamos identificarnos.
Abdennur Prado es presidente de la Junta Islámica Catalana.
Fuente: El País
Hubo un Degolladero de los Cristianos en Sevilla......
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