Vivimos en este momento en los países europeos y en concreto en España en el contexto de unas sociedades laicas, que han renunciado definitivamente a la confesionalidad del Estado. El régimen de cristiandad ha quedado atrás. A la vez, y por primera vez en la historia, las sociedades son plurales, y en ellas la unidad de las personas radica sólo y precisamente en el hecho de ser ciudadanos.
Este es, por tanto, el contexto en el que tenemos que llevar a cabo el trabajo de evangelización que nos encargó Jesús. Se trata de una situación nueva para la que no se pueden utilizar odres viejos. Guardar añoranza del modelo de cristiandad y pretender utilizar los instrumentos que aquélla facilitaba sólo contribuye a derramar ese vino nuevo capaz de alegrar el corazón del futuro.
Por desgracia, las posturas de una parte de la Iglesia (no pocos obispos, bastantes curas y muchos laicos) dejan traslucir esa añoranza. Clausurado el estado confesional, este amplio sector de la Iglesia no acaba de resignarse a ello y, en consecuencia, se empeña en la alianza tácita con un único partido político, no es coherente con la propia doctrina católica (hace unos días declaraba el Presidente de la Conferencia Episcopal la libertad de los católicos para vincularse a cualquier opción política) e hipoteca la evangelización de amplios sectores que no se identifican con la opción que ellos han tomado. Las declaraciones que hablan de una Iglesia perseguida, acorralada, no revelan sino una situación de temor.
Para quienes la contemplan desde fuera, ese sector tan presente y poderoso de la Iglesia condena y excluye siempre, rehuye el diálogo y tiene una obsesión enfermiza por mostrar su fuerza. Y esa visión parcial se extiende a toda la comunidad eclesial. En los últimos tiempos el rechazo a la Iglesia y el anticlericalismo han aumentado significativamente.
Frente a estas actitudes, creemos que también como Iglesia hemos de reivindicar los valores de una sociedad laica. Laico equivale a ciudadano, miembro de una sociedad autónoma, gestor de una tarea común a creyentes y no creyentes, que ha de encarar y resolver solidariamente los problemas comunes de la convivencia en sociedad. A pesar de lo que algún cardenal ha declarado recientemente, nosotros pensamos que la laicidad rescata la autonomía y dignidad de la persona y el valor de la democracia.
En su sociedad también Jesús fue un laico, preocupado por los problemas cotidianos y sociales. Y, como afirman algunos teólogos, si no hubiera sido así, no habría sido crucificado.
Movida por la misma preocupación de Jesús, la Iglesia ha de tener una presencia en lo público, y tiene derecho a manifestarse en lo que compete al bien común buscando acertar en el modo de hacerlo para no traicionar a sus propios principios y provocar el rechazo por presentar mal su mensaje.
Así, lo primero sería sin duda renunciar a todos los privilegios, estar dispuesta a confrontarse en un plano de igualdad con las otras formas de ver las cosas, al modo como Jesús pasó por “uno de tantos”. A quienes le piden ‘la capa’ de tantas situaciones de privilegio ¿no tendrá que darles también ‘el manto’?
En segundo lugar, sin miedo a la realidad, su actitud habría de ser siempre de diálogo, un diálogo respetuoso y firme, aceptando la autonomía de los distintos saberes, la pluralidad de las diferentes visiones del mundo, de las propuestas éticas y políticas y de las reglas de juego de la democracia. No siempre ni en todos los campos tenemos la última ni la mejor palabra. Hay que afirmar esto especialmente en el terreno de la moral cívica o pública.
Si Jesús vino al mundo para traer una buena noticia a los pobres, la Iglesia ha de mantener el “privilegio hermenéutico” a favor de los pobres, juzgando la realidad política, económica y social desde la solidaridad con los sectores empobrecidos de nuestra sociedad y del mundo.
Sin apoyarse en “el oro ni la plata” (Mt 10,9) los cristianos se integrarían en las plataformas socio-políticas “como el fermento en la masa”, sin aspirar a formar unas plataformas propias. Este cristianismo “de mediación” estará en mejores condiciones para entablar un diálogo –no una confrontación- con los retos que presenta esta sociedad multirreligiosa, multiétnica, pluricultural y plurisapiencial.
En consonancia, desde el amor y la comunión con la Iglesia queremos trabajar para que recupere la vivacidad del Evangelio y del Concilio Vaticano II. Una Iglesia de “laicos”, inserta en la sociedad desde el lugar social de los pobres, al servicio y la defensa del ser humano. Una Iglesia que evite la obsesión por la defensa permanente de la institución eclesial. Una Iglesia con un debate abierto en el interior de sí misma, que reconoce en su seno distintas tendencias teológicas y pastorales. Una Iglesia en la que las decisiones se toman con la participación de todos, sin privilegiar a unos marginando a los otros. Una Iglesia que, al final, será “bien vista por todo el pueblo” (Act 2, 47)
Frente a la valoración que de ese hecho hace una buena parte de la jerarquía, no nos resignamos a que la Iglesia ocupe en todas las encuestas el último lugar en la valoración y en la confianza. Porque “si la sal se vuelve insípida ya no sirve sino para tirarla a la calle y que la pise la gente” (Mt 5,13).
Foro Curas de Madrid
Fuente: Religión Digital
Más información sobre el Foro Curas de Madrid en su escrito de presentación.
En este blog también: Cien curas de Madrid y los religiosos de Cataluña, contra la nota del episcopado sobre el 9-M
¿Alquien puede recomendarme una parroquia por el centro de Madrid, guiada por curas con este pensamiento?
ResponderEliminarCreo que puedes conseguir esa información contactando con la plataforma Redes Cristianas en esta página web:
ResponderEliminarhttp://www.redescristianas.net/contactar/
saludos de Cristóbal