17/6/07
Mis encuentros con Jon Sobrino, por Juan José Tamayo
Dos han sido los encuentros que he mantenido con Jon Sobrino en los últimos meses, y ambos especialmente gratificantes e iluminadores. El primero tuvo lugar a finales de julio y comienzos de agosto del año pasado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, donde ambos impartimos un curso sobre la Teología de la Liberación y mantuvimos un diálogo en torno a la figura de Ignacio Ellacuría, con la asistencia de varios cientos de personas. Él habló de la centralidad de los pobres en la Teología de la Liberación; yo, de las nuevas tendencias de dicha teología. Juntos dimos una rueda de prensa sobre la situación de la Teología de la Liberación y hablamos de la actitud condenatoria del Vaticano. Pero insistimos -especialmente Sobrino- en que el verdadero enemigo de la Teología de la Liberación desde el principio fue el Imperio, que la ha sometido a un verdadero estado de sitio, colaborando con los poderes militares de América Latina en la represión de cristianismo liberador y apoyando la Doctrina de la Seguridad Nacional, que guió la política latinoamericana durante dos décadas.
Escuché a Sobrino varias de sus lecciones y volví a apreciar lo que ya conocía por la lectura de sus obras y por sus conferencias: su rigor terminológico, su solidez teológica, su tono utópico-profético, su opción por los pobres, la necesidad de recuperar la humanidad de Jesús, pero sin merma de su divinidad, la importancia de la praxis -lo más histórico del Jesús histórico-, inseparable de su relación filial con Dios. Ideas que aparecen de manera insistente en sus escritos, y que recupera en su reciente obra 'Fuera de los pobres no hay salvación. Pequeños ensayos utópico-proféticos'.
El segundo encuentro fue en enero de este año en Nairobi (Kenia), donde participamos juntos en el II Foro Mundial de Teología y Liberación en torno a 'Espiritualidad para Otro Mundo Posible', al que asistieron más de 250 teólogos y teólogas así como activistas sociales y pastorales de todos los continentes. Residimos en la casa de los Misioneros Mexicanos de Guadalupe, que nos acogieron con la triple hospitalidad, africana, latinoamericana y guadalupana. Visitamos el suburbio de Kibera, el más grande del África subsahariana, con una población de 800.000 habitantes. Nos sentimos impresionados e interpelados por la inhumanidad de ese suburbio y por la insensibilidad de los poderes públicos, al tiempo que nos conmovió la humanidad de sus habitantes, que nos recibieron cariñosamente con el cálido saludo swahali 'karibu' (bienvenidos). Lo único digno que encontramos en Kibera fue la dignidad de sus habitantes. Ése fue nuestro verdadero lugar social y teológico durante los días que vivimos en Nairobi.
Fue allí donde tuve información de la inminente condena de Sobrino por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de su negativa a firmar la Notificación del Vaticano. Hablé con él sobre el tema y compartimos la común experiencia de la censura vaticana. Me pidió discreción, que mantuve escrupulosamente.
En el Foro de Nairobi, Sobrino analizó las consecuencias que para la teología tenía el certero análisis socioeconómico que había hecho François Houtart anteriormente. La reflexión de Jon Sobrino estuvo marcada por el respeto y la veneración hacia África, por el impacto de la tragedia de Ruanda en 1994, por el recuerdo del obispo Munzihirwa, mártir como monseñor Romero, por las mujeres africanas y por Kibera. Recordó la afirmación del obispo Casaldàliga «África es la shoa de nuestro tiempo», y el título del libro de Luis de Sebastián, 'África, pecado de Europa'. La religión, dijo, nos coloca ante una gran paradoja: luchar por la liberación, pero sin la seguridad del éxito. «Somos -decía Casaldàliga- los derrotados de una causa invencible». No proporciona soluciones, pero sí una reserva de humanidad. No ofrece seguridades, pero sí gracia y salvación. Y esto es resultado del amor, que es -debería ser- el principio y el motor de las religiones.
¿Qué puede aportar la religión para mantener la esperanza y el compromiso en la lucha por la construcción de 'otro mundo posible'? Sobrino puso el acento en tres manifestaciones vivas que permiten hacer realidad dicho mundo: las víctimas, la mística de la compasión y el misterio de Dios en los pobres. Las víctimas nos abren los ojos a la realidad, nos muestran la pobreza, la crueldad y la muerte como expresión de la inhumanidad de nuestro mundo y ayudan al mundo de la abundancia a despertar de su sueño dogmático. Las víctimas se convierten así en los nuevos 'maestros de la sospecha' que, además de denunciar, sospechan de lo malo que se esconde tras lo que se nos manifiesta como bueno: tras la globalización hay vencedores y vencidos; la democracia no incluye a las mayorías pobres. Desvelan la existencia de ídolos; reclaman la recuperación de un lenguaje olvidado, el Imperio, que, como ya decía Agustín de Hipona, es 'magnum latrocinium'. Enseñan el mínimo fundamental de la utopía: «La vida digna y justa en fraternidad», expresada en la afirmación de san Ireneo: «La gloria de Dios es la vida del ser humano», que monseñor Romero traducía: «La gloria de Dios es la vida de los pobres».
El segundo elemento es la mística de la compasión, entendida como la liberación de los seres humanos del sufrimiento. Compasión que debe tomar la forma de justicia y liberación y que lleva a darlo todo, incluso la vida. El tercer elemento es el misterio en su doble faz: de iniquidad y de salvación. El misterio de iniquidad se manifiesta en los seres humanos que matan cruelmente a sus hermanos y que, actuando de esa manera, se deshumanizan. El misterio de salvación se expresa en las culturas y religiones, especialmente de los pueblos indígenas, y se realiza en la solidaridad y la fraternidad que se genera en el mundo de los pobres y excluidos. Es aquí donde se manifiesta el misterio de Dios.
Conocedores de la noticia de la inminente sanción, pero sin referirnos a ella, elaboramos una Nota de reconocimiento hacia François Houtart y Jon Sobrino, que fue firmada por la mayoría de los participantes en el Foro. En ella reconocíamos que Sobrino es «nuestro hermano mayor en teología» y que sus escritos brotan de una experiencia evangélica, del descubrimiento de los pobres como lugar teológico y de la «ruptura epistemológica» que ha hecho en su reflexión teológica. Él nos ha ayudado a dar el salto del dogma abstracto y del «sueño dogmático» -por utilizar la expresión que él mismo emplea con frecuencia- al encuentro con el Cristo vivo en su contexto y en su lugar teológico, que es el pueblo pobre, el pueblo crucificado. La teología de Sobrino puede causar alguna turbación, pero ésta tiene menos que ver con doctrinas dogmáticas que con actitudes prácticas. En lo que Sobrino insiste es en la autoridad evangélica de los pobres y en la preferencia de Dios por ellos. Insistencia escandalosa que, antes de ser de Sobrino, es de Dios.
Hicimos un reconocimiento especial a su fidelidad y a su experiencia de sufrimiento compartido con el pueblo salvadoreño, con monseñor Romero y con sus hermanos asesinados, que hacen de su teología un itinerario de fe, esperanza y buen humor. «La mejor forma de agradecer al maestro es llevar adelante su enseñanza», termina la Nota de reconocimiento. Ésa era, creo, en aquellos momentos la mejor manera de ejercer nuestra solidaridad con Sobrino. Allí fuimos doscientos cincuenta cristianos y cristianas de todo el mundo los que le acompañamos. Después la solidaridad se ha desbordado y han sido miles y miles de personas quienes le han expresado sintonía con su teología y apoyo en los momentos difíciles. Éste ha querido ser un pequeño testimonio de que Sobrino no camina solo, sino en compañía de muchos hombres y mujeres que trabajamos por la utopía desde la convicción de que «fuera de los pobres no hay salvación». Cuando monseñor Blázquez dice que Jon Sobrino está aislado, ¿no estará proyectando sobre el teólogo de la liberación su propia soledad y la de los obispos?
Fuente: El Correo digital de 17/06/06
Juan José Tamayo es Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid
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