Sus iniciales aparecieron en un periódico gaditano. Para cometer la fechoría no usó un disfraz, sino unas gafas ahumadas y una gorrilla de propaganda. Pertenecía al “ejército de reserva”. Había militado en el paro obrero y formado parte de lo que el sabio tatarabuelo de los ultraliberales de ogaño, Adam Smith, llamaba “el peso muerto del Estado”. Ahora, ni eso, pues ya no le pagaban el subsidio de desempleo.
Muchos suponían que sobrevivía de exprimir el aire y obtener zumo como los selenitas, pero, en realidad, la parienta y los niños chicos comían en casa de los abuelos y él pateaba la ciudad en busca de trabajo y descansaba en una biblioteca pública, muy fresquita, en la que leía gratis los periódicos y seguía anotando ofertas de empleo para proseguir la búsqueda.
Al anochecer se apostaba en la esquina de un gran supermercado y esperaba a que los empleados sacaran los capachos con los productos caducados, pan duro, fruta pasada y demás materia orgánica aprovechable. Se abalanzaba sobre ella, en feroz competencia con compatriotas e inmigrantes magrebíes, andinos, africanos… Si no andaba listo, aquellos famélicos le birlaban el condumio.
En eso leyó que el Consejo de Ministros se había reunido el 13 de agosto y arbitrado una dádiva de 420 euros para los parados que hubiesen agotado el subsidio de desempleo. Sintió un cosquilleo de alegría; aunque era una limosna, el Gobierno se acordaba de él. Acudió a solicitar la ayuda a aquel organismo que empezaba por la cola y le dijeron que ni saltando más vallas que Marta Domínguez tenía derecho a la misma, pues el efecto retroactivo del decreto era desde el 1 de agosto y él había agotado la prestación varios meses antes.
Cavilando sobre la retroactividad de la limosna, que suele ser la propaganda de los ricos, llegó a la Plaza de la Comparación: 90.000 millones del Estado para socorrer a la banca y sólo 642 para auxiliar a los parados exánimes. Llenó una garrafa con gasolina, agarró una caja de fósforos, entró a una sucursal bancaria, derramó la gasolina, encendió una cerilla y amenazó con soltarla si no le daban la pasta de la caja. Se llevó 5.000 euros. Cuando le detuvieron, dijeron que era un tipo frío, peligrosísimo.
Fuente: Periódico Público
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