5/3/09

Por dónde pasa la solución a esta crisis, por S. McCoy

El día, hace exactamente una semana. Escenario, un Colegio Mayor en lo que podríamos llamar el Distrito Universitario de Madrid. ¿Audiencia?, la mayoría de sus residentes. El ponente, quien esto les escribe. Temática, por qué me encanta esta crisis y similares. Formato similar a Tengo una pregunta para usted, salvando las distancias. Charla de salón, más bien. Trato de tú. El resultado, ni idea; siempre salgo de estos sitios pensando que he hablado demasiado lo que incrementa sustancialmente las posibilidades de decir tonterías. En el aire queda una cuestión demoledora de uno de los sufridos asistentes al evento: McCoy, ¿de verdad crees que el gobierno puede hacer algo? Más allá de la respuesta de aliño que entonces por mi parte se terció, en mi mente un come come que ha ido creciendo a lo largo de estos siete días. Ahora creo que tengo una réplica más acertada. Que el oyente, si es lector, disculpe mi tardanza.

Primera consideración. No preguntes lo que tu país puede hacer por ti sino lo que tú puedes hacer por tu nación. La cita es de John F. Kennedy y ha sido rescatada por Obama en sus pronunciamientos más recientes al sufrido ciudadano estadounidense. No esperes, actúa. Inventa, descubre, emprende, lucha. Muchos de ustedes me han oído hablar de la Generación Cuéntame, aquella que fue la verdadera madre de la Transición y del marco democrático en el que hoy, con mayor o menor contento, se desarrolla nuestra vida política. Gente anónima que trabajó denodadamente el presente sabiendo que a través de él se construía el futuro. Que no temieron las secuelas de la crisis del petróleo, ni la incertidumbre del cambio de régimen. Que velaron por sus padres, procurando lo mejor para sus hijos. Sin horario y sin calendario. Y que ahora miran para atrás preguntándose qué España hemos consentido entre todos durante estos años de bonanza. Qué suerte de estado asistencial han dejado finalmente como herencia a unos hijos capaces de preguntar sin rubor qué puede hacer Papá Administración por él.

No es momento de mirar hacia afuera sino de preguntarse cómo poner en marcha todo lo que cada uno lleva dentro. La Generación Cuéntame, excepciones contadas aparte, hizo de la renuncia y el sacrificio los cimientos necesarios para consolidar no sólo el bienestar personal sino el colectivo. Aprendiendo a ceder, cuando había que hacerlo, emergió una sociedad nueva que creía en sí misma, en la oportunidad que se le presentaba y que caminaba codo con codo para lograrlo, sin mirar a derecha e izquierda esperando a un Godot que sabía no iba a llegar. Si entonces el reto era fundamentalmente político, ahora es económico. ¿Qué importa la diferencia? Pese al déficit educacional patrio, somos en términos absolutos probablemente la sociedad más preparada que nunca en España haya habido. ¿A qué estamos esperando? La capacidad requiere para su puesta en marcha únicamente de voluntad, ese gigante dormido que hay que despertar. Y no es un trabajo que se pueda delegar en nadie. La podredumbre de la clase política, nacida para medrar, la inhabilita a tal fin. Lo que no hagamos cada uno de nosotros, no lo va a hacer nadie. Denlo por sentado.

Segunda consideración. El gobierno ha de tutelar este proceso. ¿En qué consiste dicha función? En primer lugar en establecer cauces para el entendimiento y no para la confrontación entre todos los ciudadanos de este país como ocurriera hace más de treinta años. Exactamente lo contrario a lo que ha acontecido en los cuatro primeros años de legislatura. En segundo término, gestionar para el ciudadano y no para el voto, esto es: gobernar. Recuperar la vocación de servicio que debería ser inherente al ejercicio de la función pública. No podemos hacer buena la cita de Tocqueville según la cual en los regímenes aristocráticos los ricos acceden al poder poniendo en riesgo su riqueza mientras que en los democráticos los pobres acuden al calor del estado para enriquecerse. Miren la composición de los primeros gobiernos de la democracia. La política es la gestión de los asuntos de la ciudadanía. No puede ser endogámica, por definición. Bueno, poder puede, pero no debe. Salvo que se lo consintamos, claro está.

Tercero, no poner trabas a la libre iniciativa ciudadana sino fijar los mecanismos para que la misma se desarrolle a través de actuaciones administrativas, fiscales o financieras oportunas en tiempo y forma. A los tibios los vomitaré de mi boca, dice el Señor. Pues bien, ese mismo grado de diligencia debida y firmeza cabe esperar de unos gobernantes sobre los que todos, nos guste o no, hacemos una delegación, en muchos casos inconsciente, de autoridad. No sé por qué se me viene a la cabeza el sector financiero en este momento, la verdad. Cuarto, hacer un uso eficiente de los recursos de la nación, empleándolos en aquellas finalidades que, salvaguardando los fundamentos del estado del bienestar, permitan generar riqueza para las generaciones futuras. Hablamos no sólo de educación, innovación y similares sino de erradicar el pesebrismo que se deriva de prácticas consolidadas como determinados subsidios agrarios, por poner sólo un ejemplo, o de evitar el oportunismo que nace de actuaciones sin ton ni son, carentes del más mínimo grado de análisis del problema que pretenden solventar. Regalar euros a tutti plen, vincular plantes automovilísticos a la concesión de créditos cuando precisamente es lo que no hay o recortar gastos superfluos de la Administración para destinar los recursos liberados a subsidios de desempleo, no parecen el mejor camino si me permiten mi opinión.

Por tanto, querido amigo, la respuesta a tu pregunta de hace ahora una semana llega completa con un poquito de retraso. Siento de veras la tardanza. Pero el aire de frustración que de tus palabras se derivaba requería de algo un poquito más reflexivo de lo que entonces pude comentarte, esbozos que, de un modo u otro, también van recogidos en estas líneas. Ahora, es tu turno. Como bien sabes, lo importante en esta vida no es caer, sino levantarse. Pero sólo tropieza el que emprende un camino. A ti que estás sentado en tu sillón, atento o distraído te reclamo, te aliento a que lo hagas. Cuando uno persigue su destino lo peor que le puede ocurrir es que no lo encuentre. No creo que haya mucha diferencia respecto a la situación actual de muchos de los que ahora leen este post. Y el viaje, eso sí lo puedo garantizar, merece con creces la pena: aprender de los errores, disfrutar de las conquistas, tener siempre una meta. Y saber que, al menos, se ha intentado vivir la vida, aprehendiendo cada uno de sus minutos. Que no es poco en los tiempos que corren. Buena semana a todos y en especial a los residentes del C.M. Moncloa de Madrid.

Fuente: Cotizalia.com
S.McCoy es el seudónimo de Alberto Artero, experto financiero y director del periódico económico digital Cotizalia.com


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Por qué me encanta esta crisis, por S. McCoy

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