Cerca de 500 muertos más tarde, la situación en Gaza es más dramática si cabe. Los análisis críticos hablan del poder y apoyo de los Estados Unidos a una política de eliminación de un pueblo; de la responsabilidad y la débil respuesta europea ante la indefensión palestina, de la rabia que crece en las poblaciones del mundo árabe, y en otras, y de la incapacidad de un Consejo de Seguridad donde se reproducen los términos del conflicto –las dos visiones sobre la realidad que se confrontan sobre el terreno– y se impone un veto sistemático a la crítica a Israel. La incompetencia de los líderes y el fracaso de la política al uso, que incluye el recurso a la violencia, quedan patentes. Todo suena a más de lo mismo. Pasan los años y la violencia suma y sigue. A estas situaciones nos conduce el paradigma de liderazgo político que rige el mundo. Al final, la población, carne de cañón, pone los cuerpos y el sufrimiento, convirtiéndose en rehén de quienes practican la estrategia de cuanto peor mejor.
Pero no olvidemos quién elige a los líderes. No pasemos por alto que, mientras en muchos lugares del mundo crece el clamor ante los bombardeos de Israel sobre una población cercada, un 80% de la población israelí, según una encuesta publicada en el diario Maariv, apoya la operación sin reservas. Y que algunos testimonios personales recogidos en la prensa internacional reflejan alivio ante lo que, dicen, es respuesta a los cohetes de Hamás. Existe una realimentación entre las acciones de los líderes y la opinión y actitudes de quienes les votan. En el fondo y raíz de las políticas que se llevan a cabo está la aquiescencia activa o pasiva de la gente, mediatizada por distintas vías de poder e influencia: los medios de comunicación, el poder económico, las creencias e ideologías. Detrás de este ataque a Gaza están las próximas elecciones en Israel y la constatación de que los votos favorecen a los que inician guerras o acciones violentas.
En momentos así, no es fácil encontrar un rayo de lucidez que vaya más allá de que hay que parar esta locura. Efectivamente, hay que pararla. Pero, ¿hay algún atisbo de esperanza hacia otro futuro? No en medio del miedo, la deshumanización del otro y el paradigma de la violencia borrando toda compasión. Sí, y a medio plazo, si se empoderan las iniciativas no violentas de la sociedad civil capaces de abrir nuevas dinámicas y lograr apoyo para otras políticas. Además de la larga resistencia no violenta palestina, son clave los grupos que ejercen su influencia en la sociedad israelí, los que denuncian la política agresiva de su Gobierno de ocupación y violaciones de derechos humanos. Como la Coalición de Mujeres por la Paz que reúne a diez organizaciones feministas israelíes contra la ocupación y por una paz justa, en la línea iniciada por Mujeres de Negro, con el “No en nuestro nombre”. Como el Comité Israelí contra la Demolición de Casas; las organizaciones de refuseniks, soldados y oficiales que se niegan a servir en los territorios ocupados, las mujeres de MatchsomWatch que acuden a los check-points para observar y denunciar el trato que recibe la población palestina en ellos, y tantos otros. En este movimiento plural de resistencia, que trabaja en el día a día desde la sabiduría y el convencimiento de que, finalmente, bajo unos esquemas u otros, hay que vivir juntos, se vislumbra, muy a lo lejos, desafortunadamente, cierta luz.
Carmen Magallón es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz
Fuente: Público
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