En el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos –que se conmemora bajo el lema “Dignidad y justicia para todos”– no hay motivo para alegrías; incluso organizaciones como Amnistía Internacional hablan de “60 años de fracaso”.
Diez años después del inicio del nuevo milenio, lo cierto es que vemos más sombras que claros en lo que respecta a los derechos humanos. En algunas áreas incluso se han producido retrocesos: Irak es un buen ejemplo. Tanto en este país como en Afganistán se están produciendo todas las violaciones posibles de los derechos humanos: en ambos países se están desarrollando guerras ilegales y su situación incumple la Carta desde la primera letra: “Cualquier acto deliberado e injustificado de violencia, de maltrato a mujeres, de destrucción de propiedades y de robo constituyen una violación del Derecho Internacional”. Bueno, pues precisamente esto es lo que está pasando allí a diario, con el apoyo de muchos países occidentales.
Guantánamo y Abu Ghraib, prisiones establecidas por Estados Unidos en Cuba e Irak para presos musulmanes, son también ejemplos de la infamia, de detenciones ilegales, de tortura y donde se violan los derechos más básicos cada día ante el silencio cómplice de buena parte del planeta. Digo silencio y complicidad porque, si bien es cierto que en ocasiones se usan estos ejemplos en discursos progresistas de políticos no conservadores, proclamando la injusticia por estos hechos, no se buscan fórmulas para acabar con esos horrores o buscar responsabilidades.
Los derechos humanos se siguen violando de forma crónica en conflictos ya enquistados como Darfur, Palestina, Myanmar, Chechenia, República Democrática del Congo… donde se cometen abusos contra la población civil sin que seamos capaces de poner freno a esas situaciones, lo que pone en evidencia las políticas de doble rasero de instituciones internacionales como las Naciones Unidas.
Tampoco hay que irse muy lejos para buscar más violaciones de los derechos humanos: en cuanto a la inmigración clandestina, aquí, en la rica Europa, se violan todos los días: emigrantes irregulares que se ven obligados a aceptar condiciones laborales que rozan la esclavitud, viviendo en condiciones infrahumanas, siendo detenidos y expulsados, en muchas ocasiones, sin respetar siquiera su derecho a buscar el amparo de un abogado, incluso en casos en que se podría tipificar a los emigrantes como refugiados políticos… Y esos son los que tienen suerte, porque se calcula que son centenares los que mueren cada año ahogados intentando alcanzar las costas europeas a bordo de frágiles y recargadas pateras.
En Europa nos enfrentamos, además, a la violación de los derechos de personas que son, también, europeos: los gitanos. Esta minoría étnica se enfrenta, en países como Italia, a medidas que vulneran claramente los derechos humanos: expulsiones forzosas, registro y toma de huellas como si fueran delincuentes, etc. Parece increíble que, a estas alturas, la Europa de los 25 cuente en su seno con una minoría étnica cuyo grado de marginación y exclusión social aumenta cada día.
Hay otras minorías cuyos derechos siguen siendo vulnerados diariamente, como el colectivo homosexual. No es el caso de España ni de Holanda, países pioneros en reconocer plenos derechos a los homosexuales, sino el de países de la vieja Europa donde los homosexuales no pueden ejercer plenamente sus derechos. Fuera de Europa, en seis países hay pena de muerte para los homosexuales y en más de una decena estos pueden ser condenados a cadena perpetua. Tras varios intentos de aprobar una Declaración para que la orientación sexual sea considerada un derecho individual, el Vaticano acaba de manifestar su rotunda oposición a esta iniciativa.
Como decíamos al principio, estos 60 años se han perdido para varias generaciones de seres humanos. Hay cinco o seis conflictos en el mundo que llevan más de 30 años sin solucionarse: Congo, Afganistán, Palestina, Líbano, Colombia o Sudán (Darfur). Generaciones enteras de ciudadanos de estos países no han conocido otra cosa que la guerra, los campos de refugiados, el miedo y la muerte. A los niños se les ha robado la infancia, la educación, el derecho a estar seguros, o el mismo derecho a jugar, a la felicidad. También están los niños y niñas soldado, los de los basureros de Guatemala, los que son prostituidos y los que son violados.
En estos 60 años tampoco se ha hecho mucho por los derechos de los indígenas, a los que se les ha ido expulsando de sus tierras por compañías mineras o petrolíferas, condenándolos a la pobreza y a la marginación en países como Guatemala o en la Amazonia.
Es evidente que, a pesar de que la invocación a los derechos humanos sigue siendo un discurso permanente de los políticos y organizaciones internacionales, siguen siendo, 60 años después, papel mojado para una parte muy importante de la humanidad. Los Tribunales Penales Internacionales sólo actúan sobre aquellos y en aquellos temas que deciden las grandes potencias. En inconcebible que la existencia de Guantánamo sea de dominio público y que no exista justicia para pararlo. Si no hemos sido capaces de hacer nada en este tema, ¿cómo vamos a plantearnos siquiera la posibilidad de que algún responsable de las matanzas de Irak o Afganistán sean alguna vez juzgados?
60 años después, merece la pena volver a leer los propósitos fundacionales y preguntarnos qué es lo que no ha funcionado desde que se escribieron estas hermosas palabras: “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas…”.
Pilar Estebanez es Presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria
Fuente: Periódico Público
Ilustración de Enric Jardí
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