1/9/08

Convención histórica, por Manuel Castells

Entre las aclamaciones de 4.000 delegados del Partido Demócrata y 80.000 personas que abarrotaban el estadio de Denver, Barack Obama se erigió en protagonista de un momento histórico. Porque el nombramiento de un afroamericano como candidato demócrata a la presidencia de EE. UU. tiene un extraordinario valor simbólico, impensable hasta ahora. Como dice Obama, esto sólo es posible en Estados Unidos. ¿Se imaginan a un hijo de turcos como canciller de Alemania, un inglés pakistaní en el 10 de Downing Street o un magrebí nacido en l´Hospitalet como president de Catalunya? Aunque persista el racismo, la sociedad estadounidense se ha ido adaptando a su realidad multiétnica, algo que en Europa no hemos aceptado a pesar de la diversidad creciente de nuestra población.

Si un mulato puede ser presidente de EE. UU., si una mujer (Hillary) estuvo a punto de ser la candidata, quiere decir que las barreras sexistas y racistas están cayendo en el país que marca en buena medida el rumbo del mundo. Y quiere decir también que cuando alguien, como Obama, conecta con la gente, moviliza a los jóvenes y da alas a la esperanza, los ciudadanos vuelven a creer en la política y hacen suyo el protagonismo del cambio. Porque lo fundamental de la candidatura de Obama no es su programa, sino la forma de hacer política, con la gente, rechazando la influencia de los grupos de presión y superando la política partidista. El movimiento social que Obama ha creado ha superado todos los obstáculos (incluidos los excesos histriónicos de quien fue su mentor), las manipulaciones mediáticas, las mentiras sobre él y los prejuicios atizados desde dentro y fuera del Partido Demócrata. Si de candidato llegara a presidente, Estados Unidos y el mundo podrían cambiar en profundidad. No tanto porque su programa sea revolucionario.

Obama es un político moderado y sensato (aunque situado en la izquierda del espectro político demócrata) que prioriza un pragmatismo efectivo sobre la pureza idealista. Pero simplemente con sentido común y honradez, escapando de la dependencia de las petroleras, del complejo militar industrial y de las farmacéuticas y aseguradoras sanitarias, pueden producirse cambios sustanciales. Un Obama presidente daría prioridad a resolver los enormes problemas económicos y sociales de EE. UU. que amenazan con desestabilizar la economía mundial. Entre estos problemas, además de salud, educación, empleo y saneamiento del mercado hipotecario, incluye también la política energética y el medio ambiente. Obama puede liderar la transición a las energías renovables y a la conservación energética. Colaborando con Al Gore, apoyaría políticas globales contra el cambio climático.

Y en política internacional tiene muy clara la retirada de Iraq (que los iraquíes reclaman), el diálogo con Irán, negociaciones entre Israel y Palestina, y desactivar la posible nueva guerra fría. Y, sobre todo, centrar la política de seguridad en la persecución de redes terroristas, empezando por buscar a Bin Laden en Afganistán y Pakistán. Y es que la gran diferencia con los neoconservadores es que Obama no quiere dominar el mundo, sino reparar en profundidad Estados Unidos, un imperio enfermo que ya no tiene recursos para ser a la vez imperio y nación próspera.

Su programa liga los temas: para financiar salud, educación y energías renovables, se acaba con el despilfarro de 10.000 millones mensuales en Iraq. Se aumentan los impuestos al 5% más rico para reducirlos al resto y suprimir impuestos a los jubilados pobres. Se crea empleo invirtiendo en energías renovables. Se penaliza a las empresas que invierten fuera y se incentiva a las que crean empleo en el país. Se promueve el emprendimiento y la innovación. Y se asegura el pago de estudios universitarios, para tener una fuerza de trabajo competitiva globalmente, a cambio de trabajo comunitario de los estudiantes durante sus vacaciones.

Todo esto pueden ser sueños si no gana la elección. Los sondeos dan un empate. El motivo parece ser que el racismo encubierto sigue operando en contra de Obama. También influye la acusación de los republicanos al tildar de antipatriótica la crítica a la guerra de Iraq y censurar su inexperiencia internacional. Pero Obama, además de líder carismático, es un gran estratega que aprendió en las duras calles de Chicago y conoce la política mediática en la era internet. Envió un primer mensaje de moderación y realismo al escoger como vicepresidente a Joe Biden, presidente del comité de Exteriores del Senado, con tres décadas de experiencia en política internacional. Es una concesión importante, porque Biden, aunque se opuso a la política de Bush en Iraq, es un halcón en política internacional, pero tranquiliza a los que temen la inexperiencia de Obama.

Y la unidad demócrata se selló de nuevo en la convención, gracias a una Hillary Clinton inteligente, con clase de líder y visión política, que puso su movimiento al servicio de Obama. Seguida de inmediato por Bill Clinton, a pesar de su resquemor con los obamistas. Los Clinton saben que no pueden permitirse ser culpabilizados por una derrota de Obama en noviembre. Y han puesto toda la carne en el asador, lo que permitirá que la mayor parte de los seguidores de Hillary que oscilaban hacia McCain puedan volver al redil demócrata. Los sondeos subestiman el impacto de Obama entre ocho millones de nuevos votantes que su campaña ha inscrito y que no figuran en las bases censales de las muestras estadísticas.

El dato clave es que los partidarios de Obama sienten entusiasmo por su líder mientras que la mayoría de los de McCain se movilizan contra Obama más que a favor de su candidato. Conforme avance la campaña, la movilización de base puede ir superando el miedo a lo desconocido atizado por los republicanos. Pero será una campaña dura y competida, donde se juega el futuro inmediato de un mundo en crisis. Una campaña abierta en el 45. º aniversario del discurso de Martin Luther King en el que enunció un sueño a punto de convertirse en realidad.

Fuente: Artículo publicado en el periódico La Vanguardia (30/08/08)

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