13/6/08

Ante el hambre no hay razones, por José Carlos García Fajardo


“Se necesitan medio millón de dólares diarios para mantener a los funcionarios de la ONU. La FAO gastará 784 millones en los dos próximos años, un millón de dólares al día, en un escandaloso despilfarro, ineficacia y responsabilidad criminal ante las muertes por hambre y enfermedades derivadas de más de 35 millones de personas al año, 24.000 al día y un muerto cada siete segundos”.

Si el mundo se ha convertido en una aldea global, es evidente que está muy mal gobernada. Falta un liderazgo mundial y faltan auténticos líderes en los Estados más poderosos y con mayores posibilidades de influir en el resto de la humanidad. Quienes realmente mandan y deciden son los grandes grupos de presión, la banca mundial, los especuladores profesionales y los intereses financieros. Así como los movimientos fundamentalistas de toda laya. El imperio de la Razón y los tiempos de las Luces han dado paso al magma de lo insustancial, al horror a tomar la palabra y afirmar “yo sé quien soy y vivir con plenitud es mi faena”.

Como en la novela moderna, al héroe-líder le ha reemplazado el antihéroe-frágil. No hay más que echar un vistazo al tendal de nuestros políticos. ¿Dónde hay un auténtico hombre de Estado? De esto se trataba, de debilitar el sistema, de ahondar en la brecha, de movernos en los etéreos campos de la virtualidad y de lo soft, de caminar deprisa dentro de nuestro laberinto cerrado.

La consigna era ‘no pensar’, dejarse conducir, no atreverse. Así, a los totalitarismos de uno y de otro signo le ha seguido el pensamiento único, guarecernos en la manada y el regreso a comportamientos gregarios.

La publicidad golpea y constriñe a brillar con oropeles, a llamar la atención exterior para que no se detecten el vacío y la soledad interiores. Se teme al buen gusto, a esa exaltación de la naturaleza que es la cultura, al equilibrio y a las buenas maneras, a sentirse en paz con uno mismo y abierto a los demás con actitud acogedora.

Asistimos a la decadencia de los valores fundamentales representados por instituciones que construidas a fuerza de voluntad, de experiencia, de generosidad y de audacia. Me refiero a las instituciones que pertenecen a la Organización de las Naciones Unidas, a la UNESCO, al Banco Mundial para el Desarrollo o al Fondo Monetario Internacional, a la Organización Mundial del Comercio, y la Organización para la Agricultura y la Alimentación, la tristemente de actualidad FAO. Reunidos en “comité de crisis”, 500 delegados de 183 países en Roma no hicieron más que confirmar la voluntad de los más poderosos de que esa institución continúe vegetando sin aportar soluciones para combatir el hambre en el mundo.

La comunidad internacional cometió el error de desinteresarse por la agricultura mundial. Por eso hibernó a la FAO y mantiene a 3.600 funcionarios cuya mayoría reside en la sede de Roma, y que consumen su presupuesto.

Es bueno recordar lo que se dice en su carta de constitución “su misión es alcanzar la seguridad alimentaria para todos, vigilar para que todos los seres humanos tengan un acceso garantizado a una alimentación de buena calidad que les permita llevar una vida sana y activa, mejorar los niveles de nutrición, la productividad agrícola y la calidad de vida de las poblaciones rurales para contribuir al desarrollo de la economía”.

Es lícito preguntarse que, si los norteamericanos, los europeos y los japoneses, principales contribuyentes del sistema de la ONU, que controlan, hubieran querido que la FAO prosperase y fuese eficaz, habrían permitido que, durante treinta y seis años, la dejaran en manos de un director general libanés y de otro senegalés, 18 años cada uno.

Se necesitan medio millón de dólares diarios para mantener a los funcionarios de la ONU. La FAO gastará 784 millones en los dos próximos años, un millón de dólares al día, en un escandaloso despilfarro, ineficacia y responsabilidad criminal ante las muertes por hambre y enfermedades derivadas de más de 35 millones de personas al año, 24.000 al día y un muerto cada siete segundos. La FAO denuncia que la crisis es gravísima y que el número de víctimas se incrementa sin cesar. Esta sí que es la más terrible arma de destrucción masiva.

Su ineficacia es tanto más sorprendente porque hay otras agencias de la ONU que se ocupan de los mismos temas: el FIDA (Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, 438 millones de dólares), el Programa Mundial de Alimentos (5.000 millones), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (4.440 millones). La ONU gasta un total de unos 10.000 millones de dólares para afrontar el hambre en el mundo. De ellos, 27 millones al día para mantener su paquidérmica estructura de funcionarios sin alma. Porque es preciso no tener conciencia ni sentido de la realidad al contemplar los gastos en armas, en guerras, en narcotráfico, en especulaciones financieras, en desorbitados lujos y en arruinar el medio ambiente con la locura de un consumo irresponsable mientras centenares de millones de seres humanos mueren de hambre.

Los pueblos empobrecidos no necesitan la “ayuda” de los enriquecidos, sino la reparación debida por sus expolios, el reconocimiento de su derecho a cultivar, fabricar y exportar sus productos. Y a que se terminen las subvenciones a productos agrícolas en el norte rico y desalmado.

Así lo demuestran Paul Collier, en “El club de la miseria. Qué falla en los países empobrecidos del mundo” y Jeffrey Sachs en “Economía para un planeta abarrotado”. Se conocen el problema y sus soluciones, pero faltan verdaderos líderes mundiales, hombres de Estado capaces de derrotar a la Gorgona de mil serpientes, que es el modelo de desarrollo que padecemos.

José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)y Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

Fuente: CCS

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