12/9/07

Llegaron, por Enrique de Castro


Presentación del XVII Congreso de Teología

Imagino que uno de los motivos para que me hayan invitado a presentar este congreso de teología se debe al apoyo que habéis dado a nuestra parroquia en estos últimos meses, por lo que, sobre todo, quiero daros las gracias en nombre de toda nuestra comunidad.

Pero no ha sido sólo una muestra de apoyo, sino una constatación de que todos nosotros estamos queriendo manifestar que es posible recuperar el sentido genuino de la iglesia de Jesús, basada en la utopía (tal vez hoy se entiende mejor esta palabra que la palabra reino), la justicia de la reconciliación y la solidaridad.

“Fui emigrante y me acogisteis”. En nuestra parroquia todo comenzó en el encierro del 2001. Llegaron de Latinoamérica, El Magreb, subsaharianos, algunos del este europeo y dos de Mongolia. Querían papeles, pero estaban en la calle, sin techo. Descubrimos que no sólo había que apoyar sus reivindicaciones, había otros encierros en parroquias y centros diversos y en distintas ciudades, se hicieron manifestaciones masivas de apoyo. No nos fue difícil entender que, mientras conseguían sus objetivos, necesitaban satisfacer sus necesidades mínimas de comida, techo y afecto, porque teníamos la experiencia de los llamados chavales de la calle. Lo único que les diferencia es que son extranjeros. En lo demás, lo mismo: tienen que buscarse la vida y son perseguidos, con un plus añadido. No tenían apoyo al estar fuera de su tierra, no conocían dónde refugiarse o esconderse como los de aquí, eran desconfiados, los marroquíes apenas balbuceaban nuestro idioma… Comenzaron a vivir en nuestras casas, sobre todo los magrebíes, lo que supuso para ellos comenzar a sentir seguridad y confianza. En la parroquia y en nuestros domicilios hay empadronados cientos de ellos. Tomamos contacto con sus familias y hemos bajado en distintas ocasiones a conocerlas, lo que ha hecho que nos consideren su familia en España.

Hoy tenemos a muchos menores de dieciocho años a los que están expulsando abusivamente, sin ninguna garantía jurídica, sin conocer su situación familiar, engañándoles, vulnerando sus derechos fundamentales. El equipo de abogados de la parroquia ha conseguido sacar literalmente del avión, por mandamiento judicial, a muchos de estos chicos que se llevaban repatriados clandestinamente.

No puedo extenderme. Tan sólo señalar que hay distintos grupos en nuestro país, creyentes y no creyentes, viviendo esta misma experiencia con los emigrantes. A través de ella hemos pasado de la convivencia y el apoyo a la lucha más o menos organizada, en la que participan ellos mismos, los antiguos chavales de la calle y los distintos grupos que se organizaros en los años ochenta, las madres incluidas.

Quiero señalar otro aspecto de la vinculación entre ellos y nosotros. En el encierro del 2001 celebrábamos la eucaristía los domingos, como siempre. Para ello tenían que despejar la sala de colchones, mantas y enseres y se quedaban en nuestra celebración. No era difícil para los emigrantes de habla hispana, cristianos en su mayoría, pero sí para los musulmanes. Aunque un poco chapuceramente, comenzamos a hacer celebraciones comunes, leyendo también versículos del Corán, que ellos traducían, diciendo nosotros amén a su oración en árabe y uniendo ellos sus manos a las nuestras en el padrenuestro. Ellos dicen la mesa de Jesús, comparten con nosotros el pan y el vino, igual que ateos y agnósticos y alguno dice: soy musulmán pero ésta es mi iglesia.

De hecho consideran la parroquia como su casa, participan en todo, celebramos juntos sus fiestas y las nuestras y también gritan el no nos moverán.

Hoy no hay diferencia, en nosotros, entre los de aquí y los de fuera, son muchos los lazos que nos unen, incluida la fe que nos hace superar obstáculos y miedos.

Los inmigrantes son parte de los pobres y excluidos de la tierra, por lo tanto son la heredad, la iglesia del dios de Jesús. Nosotros somos iglesia de Jesús sólo si convivimos con ellos y luchamos con ellos.

Quisiera hoy hacer una reflexión con vosotros, en varios puntos, desde lo que hemos ido descubriendo estos años en la parroquia, ahora que se hacen tan evidentes a todos los ojos las diferencias entre la concepción de la iglesia vaticanista y la que podemos llamar iglesia de base.

En primer lugar, pensamos que sería importante cambiar la concepción de parroquia como lugar de culto para transformarla en lugar de encuentro. Si la iglesia de Jesús es de los pobres, las parroquias y las comunidades son el lugar de los pobres y, hoy que hablamos de ellos, también de los emigrantes. Los que ya estamos dentro de ellas tendríamos que abrirles las puertas y facilitarles que descubrieran la fe como motor de la vida humana, de sus propias vidas, no dictándoles, sino encontrando con ellos la riqueza que existe en la desnudez de cada uno. No se abre una parroquia si no se abren nuestras casas y nuestros tiempos, si no se da un encuentro y una convivencia en igualdad, donde todos buceamos en el interior de los otros, escuchando necesidades, problemas, intentando dar soluciones y cuando éstas se dan, celebrarlas. La celebración, la fiesta, la eucaristía, dejarán de ser vacías, porque celebraremos lo que estamos descubriendo y viviendo.

Esto haría cambiar nuestra concepción asistencialista y moralista: tenemos que ayudar a los pobres. Todos los que hemos ido formando la parroquia y la comunidad estos años, hemos descubierto que son ellos los que han dado sentido a nuestras vidas porque primero nos han regalado las suyas. Han hecho que se caigan nuestros esquemas, nuestras concepciones burguesas, nuestro protagonismo. Han hecho posible que descubramos la fe en el ser humano y en nuestra capacidad de cambio. Nos han traído la buena noticia.

El segundo momento de esta reflexión es acerca de la liturgia en nuestras parroquias y comunidades. Los pobres –y aquí incluyo a los jóvenes- deben entenderla, sentir que es algo suyo. ¿Con estos ropajes? Ya le vale a Cañizares. ¿Con estas canciones? ¿Con los monólogos del cura?

En muchas comunidades esto ha cambiado, nosotros hemos aprendido de ellas, y en parroquias hay grupos que celebran de otra manera, pero como a escondidas. Creo que tenemos que ir superando miedos para que, en una sociedad cada vez más laica, nuestras parroquias no espanten a la gente por aburrimiento o lejanía. No hemos visto ni a los mayores huir de las celebraciones en las que todos participamos. Sólo se han ido los sometidos, los que ponen la norma por encima del ser humano.

El último punto al que me quiero referir es el de la lucha. Cuando facilitamos una vivienda a un emigrante o le ayudamos a conseguir papeles o le facilitamos un puesto de trabajo, ya hacemos mucho por él. Eso todavía es asistencialismo. Pero si estás vinculado personalmente, denuncias cuando le maltratan, peleas contra su expulsión o le escondes, le das un trabajo clandestino, te haces cómplice, incondicional, encubridor, que no los toquen, porque ya son algo tuyo. La caridad deja de ser asistencialismo y se convierte en justicia, basada en el amor, no en la ley.

Todo esto vivido no aisladamente, sino en grupo, en comunidad, hace posible la utopía, eso que nosotros llamamos reino.

Estamos asistiendo a situaciones espantosas de los emigrantes en el mar de las pateras y en el de los cayucos, a persecuciones, inseguridades y expulsiones de quienes sólo buscan vivir. Creo que este congreso nos ayudará a construir una iglesia respondiendo no a lo que nos reclaman los jerarcas investidos de poder, sino a las expectativas de quienes están buscando la buena noticia.


Fuente: Eclesalia

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