7/4/07

El silencio de los testigos, por Juan José Tamayo


La noche del 16 de noviembre de 1989 eran asesinados salvajemente y de manera inmisericorde en la Universidad Centroamericana de San Salvador (UCA) seis jesuitas y dos mujeres Elba y Celina –ésta de 15 años- por militares del Ejército salvadoreño. El óctuplo asesinato conmocionó al mundo. Los ocho muertos se sumaban a los 80.000 más que había costado ya la guerra en El Salvador, país donde se había instalado la cultura de la muerte desde hacía una década. El teólogo hispano-salvadoreño Jon Sobrino podía haber sido el séptimo jesuita asesinado, pero esa noche no estaba en casa. Se encontraba dando un curso de teología en Hua Hin (Tailandia), a 200 kilómetros de Bankok, respondiendo a una petición que le hizo Leonardo Boff. Un sacerdote irlandés le despertó para comunicarle la trágica noticia. “Toda la comunidad, toda mi comunidad ha sido asesinada”, fue su comentario. Enseguida se preguntó por qué estaba él vivo, sin encontrar respuesta. En Tailandia, donde el número de cristianos es muy pequeño, alguien le interrogó entre sorprendido e incrédulo: “¿Y en El Salvador hay católicos que asesinan a sacerdotes?”.

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