12/12/09

¿Un Nobel de la Paz para Clausewitz?, por Andrés Sánchez

El último Nobel de la Paz, Barack Obama, ha decidido centrar su discurso de aceptación de ese premio en justificar la guerra. Unos dicen que es valiente y responsable. Otros que ha traicionado su campaña. Yo creo que se equivocan los unos, los otros, el premiado y el jurado.

Dice el Nobel de la Paz que “a veces la guerra está justificada”. Obama sabe mucho de comunicación política. Y de marketing. Por eso juega más con la evocación que con la argumentación, porque una imagen vale más que mil palabras. Y nos presenta la guerra como la suma del “sangre, sudor y lágrimas” de Churchill, el sacrificio de los judíos que resistieron al holocausto nazi, la valentía de quienes desembarcaron en Normandía, la fiereza de los que ganaron en Stalingrado, la impotencia de los desamparados en el cerco de Sarajevo… El problema es que nada de esto tiene que ver con lo que propone el presidente de los Estados Unidos.

El Nobel de la Paz justifica ser el comandante en jefe de dos guerras diciendo que una (la de Irak) está terminando. Ojalá. Preocupa más el argumento que utiliza en la otra, la de Afganistán: la guerra que Estados Unidos “no la buscó”, mimetizándose con el Roosevelt conmocionado por el ataque japonés a Pearl Harbour. Pero Obama miente: el 11-S no fue Pearl Harbour. No fue un acto de guerra de Afganistán, organizado y perpetrado por el execrable gobierno talibán, sino un brutal atentado terrorista ejecutado por Al Qaeda. La respuesta del gobierno estadounidense de EEUU entonces (y ahora) sí fue un acto de guerra: invadir Afganistán. Con escaso éxito en el objetivo declarado de acabar con Al Qaeda.

El Nobel de la Paz nos quiere convencer de que a un acto terrorista se le puede responder con una guerra, y a un gobierno que ampara a los terroristas con una invasión. Mutatis mutandi, la doctrina de la “guerra contra el terror” habría amparado disolver el gobierno vasco y ocupar militarmente su territorio tras Hipercor; acabar con los santuarios de los terroristas habría justificado una reedición de los tercios de Flandes tras cualquiera de las negativas del gobierno belga a extraditar a etarras.

El discurso del Nobel de la Paz no es ni audaz ni comprometido; ni responsable ni realista. Es cínico. Porque nos coloca en la siguiente disyuntiva: o se acepta la guerra, o seremos cómplices del terror; o consentimos en suspender la legalidad o estaremos equiparando los totalitarismos con democracia, la complicidad talibán con el garantismo belga. Obama nos dice que el pacifismo es quietismo. NO. No es así en absoluto. Luego abundaré en ello. Lo único que hace aceptar el discurso de Obama es reforzar a Al Qaeda. Porque los terroristas ganan cuando empezamos a considerarlos parte beligerante de una guerra. Ese es su objetivo: lo ha intentado ETA durante toda la democracia, que ésta se suicide y pasemos del Estado de Derecho a un estado de guerra. La trampa en que Bush nos hizo caer a todos al declarar la “Guerra contra el Terror”. La trampa que nos vuelve a tender Obama.

Las ideas del Nobel de la Paz sobre la guerra son parecidas, demasiado parecidas, a las de George Bush. Mientras muchos hablamos de política antiterrorista, Obama y Bush hacen la guerra al terror. Porque ambos coinciden en no ver un salto entre la política y la guerra. Que se tranquilicen los fans de Obama: esto no quiere decir que ambos sean iguales: de hecho, harían la guerra en ejércitos diferentes. Obama se enrolaría con von Clausewitz, el pensador prusiano que presentó la guerra como la continuación de la política con otros medios… Bush lo haría con Schmitt, para quien la política es una forma de la guerra, donde quien no es un amigo es un enemigo. ¡Claro que hay diferencias entre Obama y Bush! Clausewitz no aceptaría Guantánamo ni Abu Ghraib, mientras que para Schmitt cuestionarlos, simplemente, carecería de sentido. Es la diferencia entre el criminal de guerra Bushmitt y el belicista Obamasewitz.

A un Nobel de la Paz habría que exigirle algo más que no ser un criminal de guerra. Y quizás Obama podría haber sido merecedor de este premio si hubiese hecho algo por la paz. Por ejemplo, inspirarse en otro filósofo alemán. Tan prusiano como von Clausewitz. Tan realista como Schmitt. Me refiero a Kant. Para quien, a diferencia de aquellos, el núcleo de la política no está en imponer la voluntad propia, ya sea pacífica o violentamente, sujeto a más o menos limitaciones. Para Kant la política es justicia, y la guerra, la ausencia absoluta de justicia, o sea, de política.

Si el Nobel de la Paz no se lo hubieran concedido a Barack Obamasewitz, sino a Bakant Obama, éste habría aprovechado el discurso de aceptación del premio no para hacer una apología de la guerra, sino para anunciar la adhesión inmediata de EEUU al Tribunal Penal Internacional. A continuación, propondría su reforma, para reforzarlo, para darle medios, para que tuviera poder. Una justicia ciega, sí, pero no impotente. Una reforma que demostrara que es falso que nos debatamos entre el belicismo o el apaciguamiento, entre halcones o palomas.

Si el Nobel de la Paz fuese Bakant Obama nos convencería de que la política es la solución al dilema entre la guerra “justa” y la paz “injusta”. Diría que igual que el Estado no está en guerra con un asesino o un pederasta, el Tribunal Penal Internacional no lo estaría con una organización terrorista transnacional o un gobernante criminal. Dicho de otro modo: si hay justicia, puede haber ejercicio legítimo del poder, para perseguir la injusticia; poder para defender un Estado de Derecho universal. Poder para que las víctimas no estén desamparadas. Para que el 11S no quede impune. Ni la invasión de Irak. Pero tampoco el hambre, o el cambio climático.

Un Nobel de la Paz hoy tiene que trabajar por la justicia. Como hicieron Mandela y de Klerk, derribando el odioso racismo hecho ley en la Sudáfrica del apartheid. Como Suu Kyi y Ebadi, arriesgando su vida por la democracia en Birmania e Irán. Como Gore y los científicos del IPCC, ampliando los horizontes de la justicia hacia el medio ambiente y las próximas generaciones.

Obama no merecía ser un Nobel de la Paz. Ahora menos, porque lo ha contaminado para hacer apología de la guerra. Presentándolo como una forma de política, cuando no es otra cosa que su antítesis, la muerte de la política. ¿Había alternativa a Obama? Supongo que sí. Mi opción habría sido dejarlo desierto. Quizás nadie lo merece el año en que el hambre ha alcanzado por primera vez a 1.000 millones de personas. El año que los gobiernos de todo el mundo se han puesto de acuerdo en salvar a bancos especuladores y banqueros corruptos, mientras racanean en la Cumbre del Clima. ¿Nobel de la Paz de 2009? Vacante. Nos habría hecho pensar. Quizás sería incluso motivo de orgullo en el futuro.

Mientras tanto, seguiremos esperando al Nobel de la Paz que ponga las bases de una justicia universal. Porque como bien decía Kant, ese será el principio de la paz. Auténtica. Para siempre.

Fuente: Andrés Sánchez. Sociólogo e Investigador de la Universidad de Almería

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