Los seres humanos vivimos en deuda permanente con la naturaleza que nos proporciona aire, agua, comida y materiales, y con la sociedad que nos regala el lenguaje, el conocimiento y la tecnología. Todo capital sea tangible o intelectual es una obra colectiva. Nunca nadie, por mucho que trabaje, conseguirá liquidar esta deuda. No obstante aspiramos a devolver al menos una parte de ella en forma de servicios a la comunidad, de nuevos conocimientos, de construcciones que podrán servir a otros o simplemente en “tareas de mantenimiento”. Bajo este punto de vista el acumulador capitalista no respeta el pacto, apropiándose de bienes que no le pertenecen, estrangulando el reparto o privando a otros de su disfrute. Cuanto más acumula mayor será su delito ya que edifica su patrimonio sobre la base de no restituir las deudas contraídas. El concepto de propiedad encerraría una apuesta ideológica tramposa en su interior ya que olvida, de forma consciente y premeditada, que sólo la madre Tierra (que corresponde a Dios para los creyentes) y la mente colectiva formada por todas las mujeres y hombres que han vivido, viven y vivirán son los auténticos propietarios de cuanto poseemos. Desde esta cosmovisión deberíamos hablar de “derecho de uso” y no de “derecho de propiedad” ya que este concepto carecería de sentido. El futuro de la humanidad pasaría por adoptar nuevos puntos de vista sobre la propiedad, privilegiando un enfoque muy fluido, igualitario, garantista y antiacaparador del derecho de uso en detrimento de una obsoleta idea de propiedad privada, raíz de una buena parte de nuestros males.
Fuente: Autor. Javier Arias es editor de Alterglobalizacion's weblog
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