4/4/09

Una trompeta lejana, por Santiago Niño Becerra

Cuando las burbujas del champagne se hayan desinflado, las luces de las salas hayan sido apagadas y todos los altos dignatarios que han asistido a la cumbre del G – 20 de Abril del 2009 hayan regresado a sus países, cuando los servicios de limpieza hayan acabado de recoger los restos del evento, cuando la gente haya terminado de leer los titulares de los periódicos, de oír las últimas noticias de ver las últimas apariciones de afamados comentaristas que analicen todo lo sucedido en ese evento londinense, cuando remita esa euforia generada tras la publicación del documento final, entonces será el momento de meditar seriamente a qué, realmente, se llegó en Londres en esos dos días de Abril y en los miles de horas que los equipos de trabajo previamente dedicaron en la sombra a preparar los discursos de esos líderes planetarios.

Pienso que los futuros libros de historia van a dedicar muy poco espacio a esta cumbre; ¿por qué?, pues porque, de sus reuniones tan sólo puede concluirse que se ha acordado una cosa: ‘es necesario que cada uno no vaya a su bola’. La cumbre de Londres ha servido para que el 85% del PIB del planeta haya tomado conciencia de dos puntos: 1) cada uno por su lado, no, y 2) algo hay que hacer de forma coordinada. Todo lo demás, incluyendo el famoso billón, ‘nada de nada’ (Amaral, del album “Una pequeña parte del mundo”, 2000).

En esta cumbre se han hecho cosas, pero inadecuadas, no insuficientes, inadecuadas; y esas cosas que se han hecho son de dos tipos. Por un lado se ha decidido administrar a un paciente con un tipo de cáncer incurable una dosis de antibiótico, lo que es absurdo porque el cáncer que ese paciente padece es incurable y porque ningún antibiótico cura el cáncer; además se le ha recetado una dosis ridícula de antibiótico para la dimensión de la enfermedad, es decir, aunque el antibiótico no le sirva de nada a ese paciente, en la lógica de los médicos del G – 20, habría que haber recetado una dosis de antibiótico 50 veces superior. En nuestro caso: las crisis sistémicas no se curan, con nada; pero menos con un billón, unos cuantos reguladores vigilando el cotarro financiero, y unos estirones de orejas a países que se empeñan en seguir haciendo cosas fiscales que ya no es necesario que hagan.

Llama la atención lo rápido que han llegado a un acuerdo quienes hace unas horas andaban a la greña (¿o era puro teatro?). Pienso que la rapidez es consecuencia de la magnitud del problema, de ahí el conjunto de decisiones tomadas, la publicidad que se está dando a las mismas, el mensaje lanzado a la opinión pública: ‘LA solución está a la vuelta de la esquina porque EL milagro es posible y nuestras decisiones van en esa dirección’; es decir: ‘lo que había que hacer lo hemos hecho’.

Ahora vendrán las comparaciones entre Londres 1933 y Londres 2009, y se dirá que aquello fue un fracaso causado por las posturas nacionales y esto va a ser un éxito de colaboración y consenso; dentro de cinco meses, en Septiembre empezaremos a ver que no, y, aunque se celebren, ya no habrá más reuniones que celebrar porque de nada habrá ya que hablar debido a que ya nada quedará por hacer.

Se sabe que no es cierto pero se dice porque es lo más fácil de entender: eso que está sucediendo no es una crisis del sistema financiero internacional; la crisis comenzó a manifestarse en Septiembre del 2007 a través del sistema financiero porque el sistema financiero es el combustible y el lubricante de nuestro sistema económico. Producido el estallido, el problema se ha ido manifestando a lo largo, ancho y profundo de la red que constituye el sistema, todo el sistema, y manifestándose en todos los ámbitos en los que interviene ‘lo financiero’ es decir, en todos los ámbitos.

Ahora vienen unos meses que, en base a todo lo sucedido, van a poder ser calificados de tranquilos. Las autoridades económicas de los diferentes países irán poniendo en marcha las decisiones tomadas en Londres así como las evoluciones de tales decisiones, la gente se sentirá más relajada porque, como necesita creer que la solución es posible, aceptará los mensajes que los distintos Gobiernos de los distintos países vayan transmitiendo; pero la metástasis continuará avanzando, el PIB seguirá reduciéndose, el desempleo irá aumentando, la actividad decayendo, la confianza retrocediendo, aunque las sonrisas se hallen pintadas en unos rostros cada vez más cansados.

Un comentario para el final. Cuando en Septiembre se ponga de manifiesto que las decisiones tomadas en la cumbre del G – 20 celebrada en Londres los días 1 y 2 de Abril no han servido para resolver nada, posiblemente las reuniones de Londres serán vilipendiadas y culpabilizadas; yo sigo con mi mensaje: la cumbre, sus participantes, tampoco tendrán la culpa de nada. Han hecho lo que tenían que hacer en base al momento en que se hallaba la evolución de las cosas, es decir, no podían hacer otra cosa porque las circunstancias no posibilitaban hacer otras cosas: porque las crisis sistémicas son incurables.

Los meses irán pasando y el Verano pondrá de manifiesto que el impuso de las palabras de Londres se ha agotado (¿influirá el calor?); el fin del estío devolverá la realidad a la realidad: la tendencia hacia el derrumbe se acrecentará; pero desde principios de Abril se habrán ganado unos meses: también es parte de esa evolución de las cosas; y Londres habrá cumplido su función. Será como en “A Distant Trumpet” (Raoul Walsh, 1964), pero al revés.

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.
Fuente: La Carta de la Bolsa
El profesor Niño Becerra es autor del libro "El crash del 2010. Toda la verdad sobre la crisis." Editorial Los libros del lince (marzo, 2009)

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