29/1/09

¿Sequía de créditos?, por José Manuel Naredo

Pese a las millonarias ayudas recibidas del Estado, parece que la banca “no quiere” dar créditos y el presidente Zapatero le ruega que “arrime el hombro”. Se habla del declive del crédito como si fuera una cuestión de falta de voluntad de la banca cuando la esencia del negocio bancario consiste en dar créditos, lo que hace banal la invitación de Zapatero a no ser que sugiera darlos más allá de lo que apunta la gestión ordinaria del riesgo, para animar así la coyuntura económica. Resulta paradójico que a los pocos años de haber liquidado en nuestro país –tras el continuado empeño privatizador de los diferentes gobiernos– la banca pública, ahora se le pida a la privada que se sacrifique en aras de lo público.

Una vez más fallan el diagnóstico y los instrumentos utilizados. Porque la actual “sequía de créditos” no es una cuestión de voluntades, sino de cambios en el contexto que recortan los recursos financieros de la banca y acentúan los riesgos. En primer lugar, las dificultades de la banca provienen de su necesidad de hacer frente al notable endeudamiento exterior (próximo al medio billón de euros) que adquirió en los últimos cuatro años del pasado ciclo alcista. Pues la financiación de la burbuja inmobiliaria fue devorando el ahorro de los hogares, hasta forzarlos a reducir en esos años su ahorro financiero neto. Y cuando ya, no solo las empresas, sino también los hogares demandaban financiación neta a la banca, esta se endeudó en el exterior para seguir alimentando irresponsablemente la burbuja inmobiliaria hasta que esta empezó a desinflarse a mediados de 2007. Recordemos que las ayudas concedidas a la banca, aun pareciendo inmensas, son modestas si se comparan con la deuda exterior que esta había contraído. Estas ayudas, al no estar condicionado su uso, contribuirán más a hacer frente a los compromisos de pago que entraña la copiosa deuda de la banca –cuyo cumplimiento es vital para mantener su imagen de solvencia– que a otorgar créditos arriesgados. En segundo lugar, las dificultades financieras de la banca resultan del derrumbe de las cotizaciones inmobiliarias y bursátiles, pues los activos y garantías no valen ya lo que se creía que valían, reduciéndose la posibilidad de obtener liquidez mediante la venta de activos, ampliaciones de capital o nuevas titulizaciones. Y, en tercer lugar, el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la consiguiente crisis económica trajeron consigo el aumento de la morosidad y de los impagos, recortando los ingresos de la banca. A la vez, el monocultivo inmobiliario de este país hace que el grueso de la demanda de créditos tenga que ver con actividades afectadas por el desinfle de la burbuja, cuyo riesgo se ha acentuado notablemente. El rosario de suspensiones de pagos de empresas inmobiliarias vino forzado, evidentemente, por la negativa de la banca a seguir financiando el agujero negro que se abría ante ellas.

En suma, que estamos en las antípodas del “aterrizaje suave” tan insensatamente pronosticado, en línea con la irresponsabilidad gubernamental de permitir que la burbuja se siguiera financiando hasta el final con cargo al endeudamiento exterior. A estas irresponsabilidades se añade ahora la de dilapidar el dinero público en ayudas poco o mal condicionadas, en vez de vincularlas al control público de las entidades que las reciben, participando en su propiedad como ocurre en el Reino Unido. Y, sobre todo, la de no haber planteado la reconversión del modelo inmobiliario causante de nuestra crisis.

José Manuel Naredo es economista y estadístico
Fuente: Público

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