11/6/08

¿Es internet el cerebro de Gaia?, por Oscar Sierra



La implementación del racionalismo en el pensamiento humano a mediados del siglo XVII significó un divorcio definitivo con la concepción holística del universo que venían manteniendo los diferentes pueblos y culturas del orbe hasta entonces, en el cual todas las facetas y disciplinas del conocimiento formaban parte de un todo, en el entendido de que, a fin de cuentas, y en medio de la intrincada conexión cósmica, los diferentes niveles de la realidad se encuentran interconectados en una escala que va de lo macro a lo micro y viceversa. Una concepción que se resume magistralmente en el conocido pensamiento de Hermes Trismegisto “Como es arriba es abajo”.

Dentro de este marco conceptual, los pueblos de la antigüedad en su generalidad rendían culto y veneración a la “Gran Madre Global” o la “Madre Tierra” por cuanto veían en las diferentes manifestaciones de la vida –y los fenómenos climáticos y cósmicos que la hacen posible— la expresión de un único e inmenso ser viviente (la gran Pacha Mama de las civilizaciones suramericanas precolombinas) que nos cobija en su regazo y nos “amamanta” y protege con maternal afecto a todos por igual.

De los primeros pensadores modernos que retomaron esta concepción de nuestro planeta madre como un ser vivo (y no como un frío conjunto de rocas, hielos, tierras, gases y océanos) lo fue el sacerdote jesuita, antropólogo y filósofo francés Pierre Teilhard de Chardin, quien, en sus obras literarias, profundizó sobre este tema, tan extraño y, de por si, tan chocante, a la concepción cartesiana de la realidad impuesta por el llamado “Método científico” como ya dijimos, a partir del siglo XVII.

En su concepción de la Tierra como un ser vivo, el padre Pierre Teilhard destacaba el hecho de que nuestro planeta –un planeta atípico, por demás— compartía con los otros mundos del sistema solar su núcleo candente, su litósfera y su atmósfera, pero se diferenciaba sustancialmente de ellos por su biósfera es decir, la delgada capa de vida que la cubre de polo a polo y que se extiende desde unos cuantos kilómetros sobre su superficie hasta otros cuantos kilómetros mas bajo el nivel del mar y que influye contundentemente en sus procesos climáticos y atmosféricos, como lo demostró en años recientes el científico inglés James Lovelock, de hecho, el creador y promotor de la reciente “Teoría de Gaia”. Como todo ser vivo, afirma el padre Theilhard, la Tierra crece y evoluciona, hallándose en el proceso de ir alcanzando, poco a poco y en su dimensión planetaria, nuevos estadios en su proceso de ascenso en la escala evolutiva.

Y este próximo estadio que inminentemente se encuentra en la ruta evolutiva de nuestro mundo, concluía diciendo Teilhard de Chardin, era el surgimiento de una “nueva esfera” en torno a su superficie. Y definía a esta nueva esfera como la Noósfera o la “Esfera del pensamiento” conformada por los pensamientos y las conciencias unidos y armonizados de los miles de millones de seres humanos que la pueblan de polo a polo; esto para cuando la humanidad logre superar los seculares abismos religiosos, étnicos, económicos, sociales y culturales que la separan y enfrentan desde tiempos inmemoriales y se una, al fin, como la gran familia planetaria que realmente es.

Siguiéndole el hilo al pensamiento del padre Teilhard, podemos deducir que, previo al surgimiento de esta “esfera del pensamiento” en torno a nuestro mundo, necesariamente debe antes conformarse una especie de “cerebro global” que sirva de soporte y canal a esta unión del pensamiento humano, salvando de forma instantánea las grandes distancias geográficas que separan a los seres humanos entre si, alrededor del orbe.

Para la época en que Teilhard de Chardin expuso su audaz teoría (primera mitad del siglo XX) no se lograba quizás comprender como y de qué forma podría llevarse a cabo esta unión global instantánea del pensamiento humano que llevara al surgimiento de la Noósfera, aún tomando en cuenta los relativos avances en los sistemas comunicación y transporte de la época. El surgimiento del sistema que lo haría posible estaba reservado a la época cibernética que ya se avecinaba.

Lo paradójico de todo esto fue que el embrión de este gran “cerebro global” que inminentemente nos llevará, mas tarde o mas temprano, a esa Noósfera vaticinada por Teilhard de Chardin, surgió precisamente como consecuencia del enfrentamiento que mantuvieron durante muchas décadas los dos grandes bloques de poder que política, económica y militarmente dominaron al mundo a lo largo de casi todo el siglo XX (los EEUU y la URSS, en la llamada “guerra fría”).


A comienzos de los años 60, previendo un ataque atómico sorpresivo por parte de la Unión Soviética que pudiera destruir los centros neurálgicos del poder norteamericano y, con ellos, todas las bases de datos e información claves, los altos mandos militares de ese país decidieron interconectar una serie de computadoras a lo largo y ancho de la gran nación americana, en una especie de “holograma” que protegería la información mas valiosa en caso de una conflagración atómica, por cuanto cada centro de cómputo compartiría la información contenida en las memorias de los demás. La comunicación era, obviamente, secreta, cerrada y unilateral, solo entre las computadoras previamente interconectadas.

Concluida la guerra fría a comienzos de los años 90, el gobierno norteamericano decidió abrir esta red de interconexión cibernética, extendiéndola a las universidades y los grandes centros de estudio e investigación, pero aún de forma cerrada y unilateral, por medio de una conexión directa y en ninguna forma abierta.

La enorme explosión de avances y conocimientos que se dio en la cibernética a partir de los años 80 permitió que algunos ingenieros independientes, generosos y altruistas por demás por cuanto no cobraron un céntimo por su invento, diseñaran el sistema de la “red global” (conocida como la “gran telaraña”, identificada por las w.w.w.) que permitió que todos los seres humanos alrededor del mundo, pudieran conectarse libremente entre ellos a través de cualquier computadora y desde cualquier lugar del mundo, dando nacimiento a esa intrincada red de conexiones globales llamada “Internet”, cuya visualización mas aproximada semeja un mega cerebro que rodea ya a todo el planeta y que día a día se hace mas denso y complejo.

A la revolución del internet muchos estudiosos la ubican como uno de los más grandes hitos en la historia de nuestra especie, la cual ha venido a potenciar en gran medida su evolución en los últimos años, como nunca antes ocurrió en la historia, igual o quizás por encima del significativo avance que representó la invención de la escritura en la Mesopotamia de hace más de 5 milenios y la imprenta, en la Europa del siglo XV.

Pero más allá de los fines “prácticos” que ha venido a representar el internet en las comunicaciones globales instantáneas y a bajo costo, lo que ha venido a facilitar a investigadores, estudiantes y público en general alrededor del mundo el acceso inmediato a fuentes de información como nunca antes fue posible hacerlo, lo más significativo es la revolución espiritual que la “gran red” está hoy por hoy generado en las conciencias de miles de millones de seres humanos alrededor del mundo, al permitirles enterarse, de manera instantánea y directa, de hechos y acontecimientos que hace solo unas décadas eran ocultados o manipulados por lo grandes centros del poder que manejan al mundo, elevando con esto su grado de conciencia humanística y social.

Las marchas masivas en contra de la Guerra de Irak alrededor del orbe, meses antes de llevarse a cabo el primer ataque norteamericano en contra de este país de Medio Oriente, y el movimiento ecológico y de “antiglobalización”, coordinado e integrado en los cinco continentes a través de la “gran telaraña”, nos dan un claro ejemplo de lo que ha venido a significar la mega-conexión del internet (el gran cerebro de Gaia) en las comunicaciones globales de los últimos tiempos y el impacto que todo esto está teniendo en la sensibilización, la concientización y la consiguiente evolución de nuestra especie, encaminada hacia esa unificación de las conciencias y los pensamientos de la gran familia humana vislumbrada por el filósofo Pierre Teilhard de Chardin como la Noósfera, la próxima esfera (¿de luz?) que inexorablemente se encenderá sobre la faz de la gran Pacha Mama y que inevitablemente llevará a todo el planeta y la humanidad como un todo, a esa Edad de Oro vaticinada en muchas profecías a través de los siglos.

Fuente: El artículo y las ilustraciones los ha enviado a Espiritualidad y Política el propio autor, Oscar Sierra Quintero, lector del blog, al que agradecemos su colaboración.

Más información sobre Teilhard de Chardin en Wikipedia

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