En nuestra vida siempre nos encontramos o cruzamos con personas que están sufriendo por algún motivo. En esos momentos todos nosotros somos, de un modo u otro, tocados por el sufrimiento ajeno. Esto se llama compasión.
Para entender esto mejor, quiero narrar una conversación que tuve con una persona algunos años atrás. Estábamos saliendo de un banco, en el centro viejo de San Pablo, cuando vimos en la calle a personas pobres pidiendo limosna. Ella me dijo: "no me gusta venir aquí al centro por causa de estas escenas que me deprimen. El centro está cargado de energías negativas y cada vez que vengo aquí salgo cargado con esta negatividad e incluso cuando vuelvo a mi casa siento un cierto peso, un cierto malestar".
Yo no quiero discutir aquí si la expresión "energías negativas" es la mejor para expresar un ambiente como aquél, pero lo que puedo decir con certeza es que esta persona fue tocada por el sufrimiento de aquellas personas pobres, algunas con niños pequeños. El hecho de que ella sintiera esa "energía negativa" hasta incluso cuando ya estaba en la comodidad y seguridad de su casa (que debería ser muy hermosa) demuestra que ella solía ser tocada con cierta profundidad y no sabía bien como lidiar con eso. Incluso las personas más insensibles son tocadas por los sufrimientos de otras personas. Una comprobación de ello es que ellas reaccionan de alguna manera a este tipo de contacto, aunque sea sólo para virar la cabeza. Este virar la cabeza para no ver el rostro de una persona que sufre demuestra que fue tocada. Nadie es completamente insensible al sufrimiento de otras personas.
Actualmente diversos experimentos científicos están demostrando que ésta es una característica de la especie humana. Nosotros somos una especie que es capaz de colocarse en el lugar del otro para comprender la intención de la otra persona y comprender lo que quiere decir o comunicar; así como también somos capaces de colocarnos en el lugar de la persona que nos está sonriendo para entender -algunas veces en forma un poco equivocada- el sentido de aquella sonrisa que nos brinda. Esto funciona también ante una persona que sufre. Me pongo en el lugar de esa persona para poder comprender el sentimiento de dolor que se expresa en su rostro o en algún otro gesto. Cuando me coloco en el lugar del otro, para comprenderlo, siento el sufrimiento con la persona que sufre.
La diferencia entre las personas se da en la reacción hacia esta experiencia de compasión. El dolor y el sufrimiento de la otra persona me recuerdan mis miedos, inseguridades y sufrimientos que no quiero recordar. Así, puedo cerrarme al dolor del otro para reprimir mi dolor y olvidar mis miedos e inseguridades; o puedo permitirme sentir compasión y así tomar contacto con mis dolores, mis sufrimientos y miedos. Es preciso tener mucha fuerza espiritual y también coraje para enfrentar mis dolores más profundos. Permanecer en la compasión no revela debilidad o "sentimentalismo" por parte de una persona, todo lo contrario, es señal de su fuerza emocional y espiritual.
Reprimir el sentimiento inevitable de la compasión es reprimir una parte del "yo" que está en las profundidades de mi Ser. En otras palabras, quien niega el sentimiento de compasión no puede conocerse y, por ello, no consigue encontrar una "solución" a sus problemas que fueron escondidos, empujados y encerrados en lo más profundo de sí mismo. Quien no es capaz de permanecer en el sentimiento de compasión, no consigue vivir una vida feliz porque intenta negar su propia "naturaleza humana".
Es por esto que personas como el Dalai Lama dicen que la felicidad depende de la compasión, y que para desarrollar el sentimiento de compasión necesitamos cultivar cualidades como "amor, paciencia, tolerancia, capacidad de perdonar, humildad y otras" y también "el hábito de una disciplina interior".
Cuando sentimos compasión, deseamos que los sufrimientos de las otras personas cesen, no sólo porque las amamos o porque creemos que ellas tienen derecho a una vida más digna y humana, sino también para que nuestros sufrimientos resultantes de la compasión sean aliviados. En este proceso nos sentimos compelidos a hacer algo para cambiar la situación, así como también incluimos en nuestro horizonte de futuro deseado la superación de las situaciones que causan estos sufrimientos. Apertura al sufrimiento ajeno que nos permita tomar contacto con nuestros sufrimientos y miedos, esperanza de un futuro donde estos problemas estén resueltos y acciones concretas que nos dan convicción firme de que estamos, dentro de nuestras posibilidades, haciendo lo correcto para caminar en dirección hacia ese futuro deseado son elementos fundamentales para una vida feliz.
Compasión y amor encarnado en acciones concretas -que busquen superar situaciones de opresión, dominación, marginación, explotación o exclusión que generan sufrimientos a tanta gente- son elementos fundamentales tanto para una vida personal cuanto para una sociedad más humana. No se puede ser feliz siendo insensible a tanto sufrimiento y dolor.
Debe estar claro en nosotros que no debemos caer en la tentación y presión de ser perfectamente compasivos y capaces de acciones perfectas y plenas para "salvar" al mundo. Sólo en la medida en que aceptamos nuestra dificultad es que podremos vivir y hacer lo que podemos en los hechos.
Compasión, responsabilidad y solidaridad son valores fundamentales para salvar el mundo y nuestras vidas del cinismo, de la indiferencia y de la deshumanización.
Aunque nuestra vida y el mundo no se transformen en la intensidad y a la velocidad que deseamos, sabemos que nuestras acciones transforman o modifican para mejor, no solamente la vida de otras personas, sino también la nuestra.
Elie Wiesel nos ofrece una perla del pensamiento talmúdico sobre esto: "La caridad salva de la muerte. [...] ¿Qué es la caridad? Los vivos deben preocuparse por la tristeza o enfermedad del próximo. Quien no se preocupa no es realmente sensible; quien no es sensible no está realmente vivo. Y éste es el significado del llamamiento del shammash: la caridad nos libra de morir en vida".
3/12/07
La compasión y la felicidad humana, por Jung Mo Sung
Jung Mo Sung es profesor de postgrado en Ciencias de la Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de, entre otros, "Un camino espiritual hacia la felicidad". El siguiente artículo ha sido publicado originalmente en Adital.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, no hagas comentarios insultantes o injuriosos, ni difames o acuses de faltas o delitos no probados
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.