Los pecados del neoliberalismo han producido más de 1.100 millones de hambrientos en el mundo, un genocidio programado y tolerado por la comunidad internacional.
Ángel Olarán, un sacerdote católico que salva vidas de niños en Etiopía, afirma que el hambre es genocidio programado, tolerado. Un crimen con criminales inductores por omisión, cómplices y encubridores. Y el brasileño Frei Betto denuncia que el hambre es lo más letal de la injusticia humana; causa más muertes que todas las guerras y elimina 30.000 vidas diarias. Según la ONU, hoy ya hay 1.100 millones de hambrientos cuando el pasado año eran 800 millones. El hambre es el peor fruto de la pobreza. Y el catedrático de sociología Vidal-Beneyto nos recuerda que “el último informe anual de la ONU sobre Desarrollo de los Recursos Humanos desmonta el mito de que la pobreza deriva necesariamente de un conjunto de circunstancias inmodificables”.
¿Cómo pretender que el hambre y otros desastres similares no tienen que ver con el hecho de que el patrimonio de las 10 primeras fortunas del mundo sea superior a la suma de las rentas nacionales de los 55 países más pobres?
¿Y qué decir de la revelación de la Oficina de Censo de Estados Unidos, que a inicios de 2009 ya hubiera en el país más rico del mundo casi 40 millones de personas pobres, habiendo alcanzado la pobreza a más del 13 % de población?
¿No significa nada que el 10% de población mundial posea el 75% de las riquezas mientras 3.000 millones (casi la mitad de población) malvivan con menos de 2 dólares diarios y más de 1.000 millones de personas no tengan acceso a agua potable?
¿No tiene relación con el desastre humanitario mundial que los países ricos del Norte den 10 $ de subvenciones agrícolas por cada 3 $ de ayuda a países empobrecidos? Sí, porque las ayudas agrícolas en los países ricos suponen más pobreza en los países empobrecidos.
El economista coreano Ha-Joon Chang, de la universidad de Cambridge, ha desmantelado documentadamente los mitos neoliberales de las últimas décadas. El profesor de economía Carlos Berzosa sostiene que el libre mercado y el llamado comercio libre no pueden erradicar el hambre.
Los líderes de países desarrollados declararon en el G-8 de marzo pasado que los mercados abiertos son la llave del crecimiento económico y del desarrollo. Y el profesor de economía Juan Torres contesta que mienten como bellacos porque ni un solo país rico ha llegado a su nivel de desarrollo por abrir sus mercados sino por lo contrario. Y continúan cerrándolos según les convenga.
Pero a pesar de los implacables datos del permanente desastre global, la minoría privilegiada, beneficiarios directos de la insolidaridad neoliberal, gurús y voceros, siervos de estómago agradecido y otras nada respetables especies al servicio de facto de la minoría rica insisten en que una mano invisible rige la economía; el crecimiento económico progresivo es imprescindible; lo público es ineficiente, caro y malo; lo privado, eficaz, razonable y bueno; la justicia social atenta contra la libertad individual y promueve vagos y maleantes; la disciplina presupuestaria implacable es inatacable y, por tanto, hay que recortar gasto social porque el déficit es el peor de los males y, por supuesto, hay que reducir los impuestos (a los ricos), en tanto que la libérrima circulación de capitales es imprescindible, como el oxígeno del sistema económico.
La concreción práctica de toda esa pornografía neoliberal antes y durante la crisis ha producido que bancos y grandes entidades financieras fueran voraces antes y ahora cicateros, mientras los bancos centrales no regulaban nada ni nada controlaban, y los gobiernos se convertían en servidores de los más ricos al negarse a gobernar la economía y a luchar contra la creciente y obscena desigualdad. Ya hemos visto y sufrido los resultados de crisis, pobreza, hambre y otros males.
Lo escribió Thomas Jefferson en 1802: “Las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos listos para el combate”. Y el presidente Franklin Roosevelt sentenció hace ochenta años que “siempre hemos sabido que el interés egoísta e irresponsable era malo desde el punto de vista moral; ahora sabemos que es malo desde el punto de vista económico”.
Pero parece que no aprendemos. Parece que cuando un dedo señala la Luna, los idiotas continúan mirando el dedo, pero no miran la Luna.
Y así nos va. Hay que reaccionar.
Xavier Caño Tamayo es periodista y escritor
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias
Viñeta: El Roto, El País
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